Para D, para I, para N, para M A, para T. Amigas, compañeras, confidentes.
Porque la vida os ha siga compensando con toda la felicidad que merecéis.
Porque ellas no creyeron en vosotras pero el mundo si.
Helena fue criada a hostias.
Crudo verdad? Pero real. No hay adornos.
No pertenecía a una familia en situación desesperada, ni con una baja formación, simplemente en su casa los golpes eran el pan nuestro de cada día. Se crió a hostias, y a hostias creció, sabiéndose diferente, sabiendo que no asumiría el papel de su madre cuando creciera.
Aprendió de su imperfecta humanidad de la forma mas simple, no queriendo ser como ella.
Se juró con apenas ocho años que jamás consentiría en sus hijos lo infligido en ella, lo juró sobre su cuerpo herido y amoratado, lo juró sobre las marcas de los puños en su piel.
Lo ha cumplido, se afana cada día por hacerlo. Se esfuerza para dar a sus hijas el amor inmenso que merecen, con ahínco acalla al monstruo heredado que habita su alma y que estalla incontrolable sin previo aviso.
Se castiga enmudeciendo su tristeza para no parecerse a ella. Para no dejar la impronta de su historia familiar marcada en la biografía de sus hijas.
Se empeña en darles una infancia, la que nunca tuvo.
Su infancia robada.
Una infancia llena de miedos, gritos, insultos, golpes, humillaciones.
Donde con una mirada se podía saber si la tormenta era inminente.
No hacían falta motivos, el motivo era simplemente ella. Una niña nacida y no deseada en un hogar roto por el alcohol y la desdicha.
Crecer sabiéndose distinto, sabiéndose sucio, grotesco, tonto. Sabiendo que no sería nada, que no valía nada, porque creía cada dolorosa palabra dicha por su madre, adjetivos brutales hacia un niño, crecer entre palabras que apuñalan.
Comer entre golpes y a fuerza de amenazas, con miedo y dolor, aún hoy es incapaz de no terminar un plato, la sombra de su infancia le persigue.
Las marcas aún perduran en Helena.
Algunas son muy evidentes, cicatrices que se disfrazan de marcas infantiles, con historias inventadas y a fuerza de repetir creídas.
Impresiones en la piel con dobles historias, porque explicar en voz alta las señales infringidas es humillante y doloroso.
Las victimas son doblemente dañadas, cuando sangran, y cuando la sociedad acalla un tema tabú, una historia avergonzante con la que vivir a escondidas.
Las otras heridas, las que más duelen, las que aterran, las que a diario se esconden en los rincones para recordarle su mísera realidad perduran sangrantes. Esas que rompen el alma cuando se gritan.
Esas no se curan, no se cierran, le producen apatía, tristeza, inseguridad y timidez. Alimentan su ira y proyectan sus sucios dientes a menudo sobre su existencia. Esas a las que amordazar con el yo interno para superarlas y no dejar que se hinquen sobre su descendencia. Si el ser que biológicamente debiera quererte y protegerte dedica su vida a matarte a diario, como creer en el resto de la humanidad?
Crecer a golpes por hablar, por caminar, por jugar, por mirar.
En silencio y con la mirada al suelo, rezar para que acabe la hora, esa aciaga en la que estar en el punto de mira.
Vivir en mitad de una tierra adicta a los terremotos, donde una mañana puede ser motivo de disputa, una comida, una tarde, después del cole, una noche antes de acostarse…
No hay reglas, el odio habita en cada rincón de la casa y cualquier momento es idóneo para la guerra sin cuartel.
Porque eso fue su infancia, una guerra, a la que sobrevivir batalla tras batalla, día tras día. Cenizas sobre las que emerger una adolescencia, difícil y traumática.
Tierra quemada en la que enterrar recuerdos y momentos, palabras y golpes.
Criados a hostias, entre violencia e indignidad.
Flores hermosas pero venenosas, que en el cenit de su vida vivirán con miedo para no ser como ellos. Para no emponzoñar con su veneno a lo mas hermoso de su existencia.
Vivir con temor de repetir su historia.
Tras una reprimenda o unos golpes, siempre surgía esa frase hipócrita , falsa y sucia, lo he hecho porque te quiero.
En nombre del amor se lavaba las manos o se escondía tras ese corrupto refrán, “Quien bien te quiere, te hará llorar”, el engaño sin sutilezas probablemente inventado por algún inhumano progenitor.
El amor no se esconde tras bofetadas ni insultos, el amor no es refugio de golpes ni de reprimendas sangrientas, ni en magulladuras, no se haya en las lagrimas, ni en los morados.
El amor no habita en los puños.
Maternidades violentas: tener un hijo al que matar un poco, día tras día, durante el resto de su vida. Porque una infancia desgraciada, no tiene cura. Lo único que podrás durante el resto de tu vida, es mantenerte a flote, borrar en tu mar lo inadmisible y convertirlo en lagunas lejanas, olvidar.
Olvidar como si la mente fuese una gigantesca e imperdonable goma de borrar.
Nunca despertarás en una mañana en la que creas en ti mismo, porque ellos nunca creyeron.
Jamás superarás el temor de despertar siendo otra vez un niño, y ver el rencor en sus ojos, el miedo a su injusta ley, y su mas injusto castigo.
Como una madre no puede amar al trozo de si misma que regala al mundo?
En nombre del amor…, solo mentiras de un amor guerrero y disonante. El amor jamás va unido a la rabia y al dolor. El amor a un niño ha de ser algo puro y limpio.
Todos los que amen violentamente expiarán sus culpas en la desdicha del desprecio de sus hijos. En el desamor.