CRIATURAS DEL VIENTO
¡No podía creerlo! ¡Cómo podía ser posible! de pronto y sin esperarlo, en medio de la nada, un encuentro que ni en sueños se me había dado. Yo solo, refundido en esas inmensas llanuras de pajonales dorados y un cielo saturado de nubes sombrías que amenazantes emitían gruesos crujidos, y frente a mi esas criaturas que impasibles seguían en lo suyo, salvo una de ellas, la más grande, quien estirando su cuello largo y fino mi miraba fijamente con esos ojos negros, grandes y bellos. Aquello era una escena mágica.
Y es que no era para menos, tomando en cuenta que hace muchos años atrás, cuando me interné, a pie, en esos bastos territorios, muy lejos de la civilización, las vi como criaturas fugaces que se perdían detrás de esas lejanas lomadas. En ese tiempo, fue sólo una la ocasión en que me permitieron contemplarlas, pero pusieron como límite una distancia muy considerable, además estaban claros otros imperativos: “¡no respires más de la cuenta!”, “¡no parpadees!” y “¡no hagas movimientos extraños!”. En esa oportunidad ellas dejaron de hacer lo que hacían, pero no huyeron, estiraron sus largos y finos cuellos y me miraron con esos ojos grandes, había curiosidad en sus miradas. Yo también disfruté contemplándolas, pero esos 200 metros o quizás más no me permitieron un mayor deleite. Más aún, cuando intenté sacar mi cámara del bolso echaron a correr perdiéndose en las irregularidades del terreno.
Pero en esta oportunidad era distinto, no estaba en mis planes avistarlas, pues era un viaje en moto cuya motivación era sólo salir de la ciudad para sacudirme del estrés citadino. Cómo siempre opté por las alturas, me encanta respirar el aire frio y puro de la sierra, gratifica a mis pulmones. Luego de horas de trepar por la carretera, llegué a un pueblito que está a más de 4000 metros sobre el nivel del mar, ya pueden imaginar el frio, más aún viajando en moto. Tomé algo caliente para entrar en calor y pregunté a un poblador si había algo que podía visitar, me dijo que sí, un bosque de piedras al que podía llegar por un desvío que hay pasando el puente a la derecha. Había que internarse por una carretera de tierra que se notaba poco transitada y que penetraba una inmensa llanura de pajonales.
Decidí adentrarme en busca del bosque de piedras. Luego de un viaje largo y monótono llegué a un punto en que me encontré en total soledad, miré a mi alrededor y todo era un mar de pajonales que dejaban entrever lejanas colinas, y arriba, un cielo de oscuras nubes amenazantes. La monotonía del viaje se rompió con la presencia del un pequeño río que atravesaba el camino. Tuve que detenerme, bajarme de la moto para buscar el sitio más adecuado para vadear dicho obstáculo. No tenía una corriente considerable que pudiera poner en riesgo mi integridad, así que elegí un lugar y decidí atravesarlo, pero las cosas no salieron como lo planeado, quedé atascado en medio del rio.
El agua estaba helada, lo supe por mis pies. La llanta trasera había quedado atascada en el lecho fangoso y cada vez que aceleraba se hundía más y más. Estaba solo, sin nadie que pudiera ayudarme. Un trueno lejano me puso en estado de alerta máxima, pude ver que en esas lejanas colinas estaba lloviendo y cuando vi con mayor detalle el rio, a sus lados tenía lechos secos con arena, una crecida era inminente. Saqué fuerzas de donde no había, ya ni sentía el agua helada en mis pies, solo había que sacar la moto del río. Con mucho esfuerzo logre arrancarle al fango la llanta trasera de mi querida moto y ponerlo en un lecho más firme, la encendí y menos mal avanzó hasta un terreno seco.
Ya viéndome en un lugar seguro, se me fue la paranoia, así que decidí seguir camino hacia ese bendito bosque de piedras que no se aparecía por ningún lado. Luego de unos kilómetros, una vez más, me topo con otro río, detuve la moto y me quedé congelado mirando al vacio, la resignación se apoderaba de mi, como el agua helada lo había hecho con mis pies.
Estuve un buen rato en modo suspendido, y de pronto, con el rabillo del ojo, percibo movimientos; volteo lentamente para ver de qué se trataba y me encuentro con ese dichoso espectáculo, a una buena distancia estaban esas criaturas, que no se inquietaban con mi presencia. Vi que podía atravesar con la moto ese pajonal que me separaba de ellas, así que avancé lentamente, mirándolas atento, esperando la señal para detenerme. De pronto una de ellas, la más grande, dejó de pastar, se puso erguida y me clavó su mirada, esa fue la señal, estaba a unos 30 metros, ¡no podía creerlo! podía contemplarlas en su estado natural y en su elemento.
En frente de mi estaban esas gráciles criaturas de andar elegante, pastando despreocupadas, salvo la más grande, que al parecer era el líder de la manda; no me quitaba la mirada de encima, con esos ojos negros como profundos abismos. Pude apreciar su fino pelaje, marrón rojizo en el lomo y partes externas del cuerpo, que se torna blanco en la parte del vientre y partes internas de sus largas y delgadas patas. Un hermoso mechón blanco adorna su pecho. Son definitivamente muy bellas y elegantes. Pude deleitar mis ojos por un rato y tuve oportunidad de sacar mi cámara, con movimientos prudentes, y tomar fotos sin mayores ajustes, pues de pronto, el líder, emitió un sonido muy particular que activó la alerta en el grupo y echaron a correr sin más, ligeras en su desplazamiento, se alejaron como llevadas por el viento.