El pasado 20 de septiembre medio centenar de miembros de la familia Zeidan firmaron en Tulkarem un documento público condenatorio de la conducta de una mujer del clan, Zamar, de 33 años, por cometer actos deshonrosos. Días antes un hombre borracho procedente de una localidad cercana se había introducido en su casa. Los vecinos lo sacaron de la vivienda y lo apalearon, obligándolo a huir, pero la mancha del deshonor ya había caído sobre la víctima del asalto.
Los miembros masculinos del clan familiar acusaron a Zamar de violar repetidamente “la ley de Dios, las costumbres y la moralidad” que se exige a toda mujer musulmana. El padre quedó también formalmente repudiado, por “haber fracasado en reformar a su familia”. El texto fue imprimido y repartido por la localidad, incluso colocado en la entrada de la mezquita local. La suerte de Zamar ya estaba echada: al día siguiente, su padre la estranguló con un cable de acero mientras dormía.
Después los progresistas españoles lucen pañuelo palestino, como si tal cosa, en defensa de los intereses de un pueblo oprimido, y se manifiestan públicamente contra Israel, curiosamente la única democracia occidental de Oriente Medio. Los mismos que llevan la enseña tricolor, favoreciendo a quienes los ahorcarían de una grúa por su orientación sexual, porque resulta siempre más sencilla la simplicidad que un análisis profundo de la situación, tanto en nuestro país como en nuestros relativamente próximos vecinos de oriente.