La crisis está pasando como una melodía fabricada para bailar los sábados, desempleado y cruel, en el minúsculo salón de una casa de sesenta metros cuadrados. Los grandes éxitos se construyen en una oficina y no en la soledad del artista, como todos sabemos. Hay tres grandes grupos sociológicos que articulan la crisis: los desempleados, los empleados afectados, y los empleados que no muestran síntomas de la enfermedad. Los desempleados siempre están jodidos, haya crisis o pelotazo inmobiliario; los empleados que sufren las consecuencias de la crisis presentan síntomas depresivos, derrotistas y acomplejados; los empleados que no sufren la crisis no cuentan y suelen vivir la realidad como si acudieran al cine: son espectadores. En esta clase magistral de sociología nos centraremos en el segundo grupo, es decir, el mayoritario; somos delusivamente democráticos, rabiosamente democráticos, nos gusta ese juguete con excesivas normas llamado democracia.
Aquellos que se compraron un piso en los años noventa y lo vendieron por el triple en la primera década del siglo veintiuno, triunfaron; ahora viven en un chalet adosado, conducen un BMW o un JAGUAR, tienen casi pagada su hipoteca irrisoria y piensan que tuvieron suerte. Estos forman parte del tercer grupo. Los que compramos ese piso por el triple de su valor inicial, somos el segundo grupo. Nuestro modelo consistía en pensar que debíamos comprar para vender por el doble. La mecánica era muy sencilla, se basaba en un hecho irrefutable: el valor siempre tiende a crecer.
Cuando el sistema es amable con todos nadie lo cuestiona, aunque suponga hipotecar a las generaciones que vengan. En el mundo informático se suele decir: si funciona no lo toques. Mientras el ladrillo funcionaba nadie tenía la legitimidad para tocarlo. Al derrumbarse todo un sistema (toda una industria) creada para construir viviendas, hemos descubierto que el rey estaba desnudo. Ahora proliferan agoreros y profetas que repiten: os lo dije, lo advertimos, todo era mentira, etcétera.
Los que vamos pagando una hipoteca exorbitante empezamos a constatar el peor augurio: no podemos vender el piso por el doble. Muchos nos quejamos de la crisis… porque no podemos dar el salto a la siguiente casilla, esto es, al chalet adosado.
La gran mayoría de mi generación estudió una carrera para obtener la primera llave que debía abrir las puertas del bienestar. Resulta curioso constatar cómo las carreras de más difícil acceso (las ingenierías) se corresponden con puestos de trabajo de mayor remuneración. Los chicos listos ganarán dinero. Las carreras relacionadas con todo aquello que explica el mundo y sus avatares (Ciencias puras, letras puras) dan en la vía muerta de la investigación (recortes) o el paro. En definitiva, a la hora de elegir estudios lo que la gran mayoría tiene en cuenta es cuánto ganarán y a cuánto porcentaje de paro de enfrentan. Empezamos mal.
Así, con el primer trabajo, lo que queríamos era ganar cuanto antes lo suficiente para llegar lo más rápidamente posible al chalet adosado, ya que esa era la meta.
Digámoslo de una maldita vez: estudiábamos para comprarnos un chalet adosado y un BMW o un Jaguar, no estudiábamos para saciar una sed de conocimiento, ni para aportar nuestro granito de arena a la sociedad, al barrio, al mundo, estudiábamos para comprarnos una casa. Estudiábamos para alimentar la hidra herida del consumo.
Ahora resulta que mi generación se siente engañada porque no ha llegado al ideal, no ha llegado al chalet adosado. Y la culpa es de los políticos, que ganan mucho, que viven en casas importantes. Amigos: no hay Mercedes para todos, no hay chalets adosados para todos. Repito: hablo del segundo grupo, de los que aún tenemos trabajo.
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