Revista En Masculino
Mientras cursaba la universidad fue cuando más consciente estaba de cambios en mi comportamiento que no se ajustaban a los parámetros tradicionales de un hombre, tenía poco más de 20 años y ya desde entonces había comenzado a interesarme por diferentes disciplinas de carácter espiritual. No profundizaba mucho en ellas, pero buscaba la manera de aplicarlas en mi vida cotidiana, entre lo que escuchaba de ellas estaba el uso del sexo y la doble moral que existía entre algunos de los maestros o guías que me tocaban. Ellos decían que el sexo era una manera de gastar la energía, que tendríamos que aprender a guardarla. Pero llegue a conocerlos como hombres y no como seres divinos pues, mientras transmitían estas enseñanzas, en su vida privada la ejercían de muy distintas formas, ya fuera con culpa o con abuso. Para mí no demeritaba sus enseñanzas, uno puede saber mucho y transmitir adecuadamente ese conocimiento, pero pocos son congruentes ante él. Aprendía lo que debía tanto aquello que se podía imitar y lo que no.
Los temas espirituales me daban una oportunidad de enriquecer mi vida sin necesidad del sexo o una compañía estable, para entonces mis relaciones sexuales se contaban con el dedo de una mano y mi relación de pareja más larga había sido de poco más de un año, aunque hubiera preferido terminarla 6 meses antes, pero no sabía cómo hacerlo. Nunca he sabido terminar una relación por ser infiel, o al revés, ser infiel para terminar una relación, creo que lo que más he disfrutado en ese sentido es el saber que tengo la libertad para volver a estar conmigo sin que me acompañe alguien.
Mi relación más larga se había dado con una chica 4 años más pequeña que yo. Para entonces mi nivel autoestima se reflejaba en mis relaciones de pareja por lo que buscaba no tenerlas para no mostrar el estado de soledad e inseguridad en que me encontraba. En otras acciones y en otros terrenos, académico, espiritual o familiar, podía mostrarme muy seguro pues no comprometía ni exponía en ningún momento mis emociones o sentimientos, ni siquiera para mí mismo, así pasaron más de 3 años sin que yo tuviera una pareja sin que, aparentemente, tampoco lo necesitara. El día que note el tiempo que había pasado desde mi última relación fue una impresión muy fuerte. Ese día hice algo que nunca pensé hacer. Muchas veces he notado que, principalmente en las mujeres, se dan los comentarios en que se expresa que, si no encuentran pareja se convertirían en lesbianas; por el contrario en muy pocas y contadas ocasiones he escuchado decir que un hombre, si no encuentra pareja, se convertiría en gay. Supongo que nuestra costumbre cultural ante la figura masculina da pie a que esto no se hable. Sin embargo son muchos los casos que llegue a escuchar y, en ocasiones a ver, de un hombre que en estado de ebriedad podía caer en una homosexualidad, reprimida u ocasional, ante algún amigo o conocido cercano a él. El día que hice consciencia que llevaba 3 años solo un primo, que en ese momento vivía su vida como gay (actualmente es bisexual), me invito a que lo acompañara a ver a su novio en un antro de la zona rosa. Nunca había ido a uno y necesitaba recuperarme del shock que vivía, así que accedí.
Así como lo describí en la entrada anterior cuando una amiga necesitaba sentirse atraída por un hombre para reafirmar su seguridad y saber que podría rehacer su vida, la noche que acompañe a mi primo yo necesitaba algo similar, aunque no sabía que lo estaba buscando. Esto también he visto que le sucede a muchos hombres reafirman su personalidad, o masculinidad, a través de tener muchas relaciones, cuando a veces lo que necesitamos es solo una para entender hacía donde podemos ir, bastaría con que encontráramos una sola experiencia que nos hiciera sentir vivo para darle un nuevo sentido a nuestras vidas, una experiencia cumbre que nos permitiera retomar nuestra vida. Esa noche la viví, aunque no sabía que la necesitará.
Esa noche explore la parte homosexual que existe en cada uno de nosotros, no sabía que fuera capaz de atraer a un hombre por que nunca lo había considerado, hasta mi primo estaba sorprendido pues tampoco lo esperaba de mi. Necesitaba conocer y llegar hasta una parte de mí que nunca había considerado para continuar con mi vida. Además de la conquista ocasional, (la primera que tenía en mi vida, por cierto) que tuve con un hombre, que se ocultaba en el nombre y vestimenta de mujer vino acompañada a la par de una mujer que me pedía, sutilmente, estar con ella para darle celos a un hombre al que amaba y que era gay. Nunca me había sentido tan solicitado como esa noche. Sabía, por lo que había aprendido y conocido previamente, que cada uno de nosotros carga una energía masculina y femenina y que somos capaces de expresarla como la necesitemos, que se manifiesta, también, en deseos y atracciones sexuales pero nunca lo había experimentado. Esa noche descubría que la homosexualidad si, estaba presente en cada uno de nosotros, pero que no todos queremos o podemos expresarla, es una elección que tenemos como parte de nuestra vida. La conocí, la disfrute pero no la adopte.
Me parece que, a partir de ese día, mi concepto de pareja cambio. Descubrí que todo aquello por lo que sufren los heterosexuales en sus relaciones de pareja, son las mismas razones por las que sufren los homosexuales, los mismos juegos de poder y los mismos estereotipos de pareja que nuestra sociedad nos ha enseñado.
Comencé un nuevo tipo de relación distinta de pareja y fue entonces que descubrí que, así como en algunas mujeres existe un comportamiento de “princesa de cuento de hadas que desea ser rescatada”, en los hombres existe lo que yo llame, el “síndrome del príncipe valiente”.