Cuando hay crisis si alguien calienta a las masas con promesas justicieras, como hacen crecientemente estos días sindicatos e izquierda en España, suelen aparecer espontáneos dispuestos a morir luchando por la causa, o suicidas de esos ideales.
Todo movimiento masivo de protestas se hace más eficaz si encuentra un mártir que logre la gloria televisiva protestando contra la crisis, aunque olvidando que la española la multiplicó el Zapaterismo.
Aunque esté chiflado, enseguida aparecerán poetas y periodistas que escribirán cantares de gesta, y sindicalistas y políticos que culparán a Rajoy del “asesinato”.
Los suicidios son las rebeliones más emotivas y eficaces. El 4 de enero de 2011 se quemaba en Túnez Mohamed Bouazizi, 27 años, y enseguida caía el gobierno de Ben Ali, dictador y miembro de la Internacional Socialista.
El pasado 4 de abril se pegaba un tiro frente al parlamento griego Dimitris Christanlas, 77 años, y se agudizaban las violentas revueltas que derriban gobiernos.
En España hay políticos y sindicalistas que esperan a un Moshe Silman, 57 años, que este jueves antes de quemarse como los bonzos leyó un manifiesto que empezaba: “Acuso a Israel, a Benjamin Netanyahu y a Youval Steinitz (ministro de Finanzas)…, de robar a los pobres para dárselo a los ricos”.
Del carácter de joven tunecino hay pocos datos, pero de los suicidas griego e israelí, sí: aunque estaban desesperados, eran también desequilibrados y exhibicionistas.
Sólo en 2010 se suicidaron en España sin que se dieran explicaciones estadísticas 2.456 hombres y 689 mujeres. Desde hace años el Ministerio de Justicia oculta los motivos, que los jueces conocen frecuentemente.
Se silencian porque demasiados son fruto de las leyes del “lobby de género” que se han ensañado con muchos hombres decentes privándolos de todos sus derechos de familia y propiedad.
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SALAS