Revista Religión

¿Cristianismo con orejeras?

Por Alvaromenendez
Respondo aquí al artículo 'Cristianismo con orejeras e infalibilidad', publicado en periodistadigital, de manera que recomiendo la lectura de este artículo antes que el presente, para que el lector se haga cargo de en qué consiste esta cuestión disputada. Ahora, si alguno quiere empezar por este mi artículo, bien está, y seguro que no puede resistir la tentación de echar un vistazo al otro, que ha suscitado esta mi larga respuesta:Estimado José María Rivas: no deja de causarme desagrado el regusto amargo que dejan sus palabras, si bien es cierto que mi desagrado lo he tratado de pasar, antes de escribir estas líneas, por el tamiz de la objetividad. Esa ha sido la tarea previa que me ha ocupado antes de lanzarme a responder a su artículo con este comentario. Por lo demás, entiendo perfectamente muchas cosas que usted sostiene ¿En qué sentido? Respondo diciendo que, primeramente, entiendo que cuando el encargado de ser 'testigo' falla en su tarea -y, por ende, pierde en gran o quizá en total medida su condición 'martirial'-, es lógico que no se le preste atención. Yendo a lo básico, todo bautizado ha de ser testigo de Cristo, aunque luego, tristemente, constatemos deficiencias. Pero de ahí a la globalidad de la crítica hay mucho trecho: cuánta gente he conocido que, por topar con un mal cristiano, con un mal ejemplo, abandona la Iglesia. Un ejemplo: aquel que abandona la fe tras ver que el párroco de su pueblo ha hecho esto o aquello... A nadie sensato se le escapa la desproporción de tal envite: abandonar la fe, la Iglesia, sus sacramentos, por un mal testimonio. Y esto tiene más 'inri' todavía cuando se considera 'malo' el modo de actuar de otro que, en realidad, estaba actuando justamente ante Dios. ¡Cuántos santos han sido considerados locos o han sido incomprendidos, condenados a cierto ostracismo espiritual, precisamente por aquellos que les eran más cercanos! Es cierto que, de ser objetiva e intrínsecamente malo el modo de proceder de un cristiano (laico, religioso o ministro ordenado), pesa sobre él la amenaza de Jesús, dada en Mt 18, 6-16, según la cual al 'escandalizador' más le valdría atarse una piedra al cuello y hundirse en el fondo del mar; pero también es cierto que uno no puede autoexcusarse de no buscar personal y honestamente la verdad y la fe -zafándose burdamente de su responsabilidad y conciencia personales- mientras alude algo así como: "No, la culpa es del que me escandalizó, no mía; por eso dejé de tener fe". Admitiendo que, en el caso de la atribución de las culpabilidades, hay una evidente dificultad imputativa, ha de decirse también que cada hombre ha de crecer en la responsabilidad personal, en su toma de conciencia, en el examen de la misma y en la humildad de admitir que muchas veces el propio criterio es más un estorbo que una ayuda (¿no hemos estado en tantas ocasiones convencidos de algo que luego resultaría ser un estrepitoso error y fracaso?).
Por último (aunque en esto debiera alargarme más, pero no puedo ahora), está el tema de la contemporaneidad de Cristo Jesús con todo hombre de toda época (hablo en tiempo d.C., no me meto ahora en el complicado espacio temporal de quienes no vivieron bajo esta abreviatura). Esa contemporaneidad con el Resucitado se da en la Iglesia y en los sacramentos, y también allá donde está el Espíritu 'que sola donde quiere' (cfr. Jn 3, 8) [digo esto último porque no quiero que parezca que afirmo que Dios está atado en su acción soteriológica a ciertos elementos, sino que su gracia toca los corazones de manera imprevisible]. Así, la siguiente afirmación del artículo es notoriamente grave: "Jesús [...] una persona cuya vida humana y visible en este mundo quedó cerrada hace dos mil años. Ya no puede verse, ni oírse, ni palparse directamente de ella nada nuevo. Por más buena fe que a uno le guíe, nunca dejará de ser fraude endilgarle lo que en su momento no se vio, ni se oyó, ni se palpó en ella". O sea: ¿ha abandonado Jesús a la Esposa? ¿Ha dejado de prodigarle amor y gracia tras gracia? ¿No es Él el Resucitado, el Viviente? En este sentido el articulo sostiene un nuevo 'dogma de fe' que, parece ser, todo el que quiera ser cristiano a partir de hoy, ha de tragarse (y atragantarse). Queriendo mostrar las malas actuaciones de la Iglesia en la historia se concibe un historicismo acrítico que, paradójicamente, brota de la crítica más ácida y desabrida. Entiendo que la frase anteriormente citada está cuidadosamente bien construida: en efecto, se habla de que la "vida humana y visible [de Jesús] en este mundo quedó cerrada hace dos mil años", lo cual parece dejar abierta, prolépticamente, la vía de que Jesús debe estar haciendo algo desde entonces (hace 2000 años). ¿Hemos de entender que, por contra, la 'vida divina de Jesús' sigue palpitante? Pero esto es separar la doble naturaleza en Cristo, cuando Calcedonia (año 451) enseña la afirmación de la unidad en la distinción de las dos naturalezas en Cristo, frente a la crisis monofisita. ¿O está diciendo el autor del artículo que no niega la naturaleza humana de Cristo pero sí que su humanidad gloriosa, a la diestra del Padre, bosteza ante la sola idea de tener que manifestarse en el curso de la historia, tras el episodio de la Ascensión? Es cierto que no podemos -hemos de esperar- ver a Cristo Jesús como lo vieron los discípulos. De hecho, esa imposibilidad, lejos de ser limitadora, es fuerza, tensión y pulsión de un deseo que clama: 'Maranathá' ¡Ven señor Jesús! Deseamos al Esposo, deseamos su Parusía definitiva y final. De aquí bebe tanto la espiritualidad del Adviento como la proyección pentecostal, pues Pentecostés es el 'hoy' de la Iglesia. Que a muchos santos, por otra parte, se les ha aparecido el Resucitado, puede sonar a meadores de agua bendita; puede dejarse atrás con un '¡bah!' despectivo aludiendo con mucha o con poca altura que 'eso son simplemente, revelaciones particulares'. Es cierto, particulares, no dogmas de fe... Pero si a mí un hombre que no conocía a Cristo me muestra con sus obras de fe el profundo, religioso y transformador encuentro con Él, su ingreso en el seno de la Madre Iglesia, se me acaban los argumentos, las páginas, las disputas y, ya ve usted, las pocas líneas que su artículo me ha movido a escribir. Muchas gracias.

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