Cristiano Ronaldo el día de su debut con el Madrid, en Irlanda -AFP.
El culto al marketing y la búsqueda incansable de nuevos patrocinadores han convertido al jugador de fútbol en un pluriempleado que debe ser rentable dentro del terreno de juego y, cada vez más, fuera de él. El fútbol se pervirtió en cuanto personalizó las camisetas y el seguidor empezó a poder llevar orgulloso el 4 o el 9: en su espalda llevaban, con todas sus letras, Guardiola o Zamorano. En las giras veraniegas por Asia o Estados Unidos se exige la aparición de tal o tal otro jugador por decreto y contrato, como ocurrió con Messi en Seúl. Es cierto que triunfan el juego colectivo y el mimo por la pelota de la selección española y del Barça, pero los primeros planos se centran más en la reacción, el gesto, la protesta o incluso el tic del jugador. “Los seguimientos potencian al individuo”, reflexiona Jorge Valdano, director ejecutivo del Real Madrid, y un partido se convierte, a la mínima oportunidad que concede el juego, en un carrusel de planos con los el enfocado se expone, además de a ser evaluado como profesional, a ser analizado como persona. Como si la imagen pública o lo que llega al receptor tuviese algo que ver lo real, por mucho que los asesores de imagen se esmeren en dar consejos a sus clientes para que refuercen virtudes y oculten defectos, para que tengan más seguridad o que al menos la transmitan o empaticen más con el receptor. Valores básicos en el político –un porcentaje de votos demasiado elevado sale de la afinidad personal y no del programa del partido– y cada vez más en el deportista. En la actualidad no hay futbolista más enfocado, analizado, idolatrado y criticado que Cristiano Ronaldo (Funchal, Madeira, 1985).
“Cristiano es un modelo social y publicitario. Un prisma mediático mundial”, retoma Valdano. Algunos ven al nuevo 7 del Madrid tras la marcha de Raúl al Schalke 04 como un líder inconformista que se desespera cuando no le saben bien las cosas a él y al equipo. Así interpretan unos su cara de desesperación tras fallar una jugada o recibir una patada como un gesto de ganador, mientras el resto lo ve como un deje de mal perdedor o niño malcriado. El propio Cristiano se defiende asegurando que en un terreno de juego nunca está enfadado, sino que se divierte y que se siente un niño para poder renovarse y mejorar continuamente. Ahí se descubre uno de los valores del futbolista: su profesionalidad extrema. CR7 es el primero en llegar y en su etapa en Manchester tenía aburridos a los utilleros del equipo porque no quería irse a casa, intentando mejorar las faltas, tan pulcro con los detalles de su oficio como preocupado por su estética. De ahí –es innegable– que parezca recrearse cuando le enfocan las cámaras. Se gusta tanto como juega sin miedo. Asegura que para él regatear no es menospreciar al adversario, sino desafiarle. Con el tiempo, y gracias especialmente a Alex Ferguson, aprendió a ser menos individualista.
Las apariciones de Cristiano en los tabloides británicos en su periplo en Manchester distorsionaron la imagen del jugador. Ahora en Madrid es menos perseguido por la prensa rosa, pero se le saca punta a su amistad con Paris Hilton o a sus extravagancias, como aparecer un día con las uñas de los pies pintadas. Cristiano y todo lo que lleva detrás –su represente Jorge Mendes al frente– no puede huir del personaje que se le ha creado. La cámara se recrea en su figura culpida en el gimnasio y no se repara –o no lo suficiente– en su profesionalidad. Cristiano se toma su oficio con más seriedad que la mayoría de sus compañeros de gremio y nunca programa dos actos en un día fuera del fútbol, su prioridad, sólo por debajo de familia, pareja y amigos íntimos. De CR9 se muestra más que se escribe.
Su primera biografía en castellano es Cristiano Ronaldo. Sueños cumplidos (Enrique Ortego, Editorial Everest, 192 pág.). Un relato autorizado y, como tal, despende un aroma educado, comprensivo y aseado hacia el protagonista. El libro se pierde en algunos detalles excesivos –como explicar cómo se viste el jugador antes de su presentación multitudinaria en el Bernabéu–, descubre situaciones curiosas –cuándo firmó sus primeros autógrafos como madridista–, difíciles -cómo Scolari y Figo le comunicaron el fallecimiento de su padre- y zanja en dos medias páginas la segunda y la tercera temporada del jugador en el Manchester, en la que sólo ganó la Copa de la Liga. Tampoco se entiende por qué Forlán o Piqué, que hablan de su experiencia con Cristiano en Inglaterra, no aparezcan como jugadores del Atlético y del Barça, respectivamente, sino como ex compañeros.
Cristiano Ronaldo. Sueños cumplidos se adentra en anécdotas y experiencias del jugador que le separan de la imagen que se refleja de él. Se acerca a su lado más humano con un estilo ágil, amplias descripciones y frases cortas, directas. Publicado en papel de fotografía, el libro es también fiel a la imagen, pues hay más fotografías (200) que páginas. Con lo que queda bien claro que Cristiano es un profesional extremo engullido por la imagen. Y eso, difícilmente, cambie nunca.