Portugal y Costa de Marfil empataron. Cristiano volvió a hacer agua con su selección. Estrelló un zapatazo en la madera, pero acabó obcecado, cabreado y amonestado. Vi el partido en un espacio público -vamos, en un bar-, y aluciné con la manía que el personal tiene al portugués. ¡Hasta gente del Madrid! A mí, la verdad, a veces me da un poco de pena. Creo que el futbolista ha sido superado por el personaje -no siempre, porque el tío es muy bueno-, por un entorno que, queriendo realzar su producto, pone excesiva presión sobre los hombros del chico, al que a veces se le ve una mueca de angustia. Entre el Madrid y Portugal le están dando un añito… En fin, una pena. Aunque luego busco en youtube el vídeo de su casa en La Finca y se me pasa.
Después de Portugal, Brasil. Tampoco gran cosa del Mundialista y cia. El mejor fue Robinho, pero en esta verde-amarelha destacaría cualquiera que tenga la osadía de salirse del guión más ortodoxo. Además, el partido dejó un asunto de debate. El gol de Maicon, aparte de subirle el precio entre 5 y 10 kilitos, divide a la futbolería entre los que alaban la clase del brasileño y los que se ceban en el portero norcoreano. Para mí, cantada. Y de las gordas. Y van…
Ah! También jugaron los kivis -como decía el mítico Frutero de Siete Vidas-, que hicieron honor a la leyenda que les rodea: su gol en el descuento aflojó el vientre de millones de eslovacos, que acariciaban un debut triunfal en la Copa del Mundo.