La tristeza del astro portugués me produce un profundo desasosiego y es el motivo de mis desvelos nocturnos. Como no podría ser de otra manera, en un país como este, la noticia es portada de periódicos y cabecera de telediarios: El astro está triste y no celebra los goles. El Real Madrid, un gran equipo, vence en su contienda frente al Granada, mucho más modesto, con un amplio margen de tantos, y la noticia es que Cristiano Ronaldo no celebró ninguna de sus dos dianas, vaya todo por Dios. La princesa está triste, ¿qué tendrá la princesa?. El delantero luso es egoísta, prepotente, y cobra al día más de cincuenta mil euros, solamente por ficha y primas, sin contar derechos publicitarios, y eso me parece una inmoralidad. El trabajo del futbolista profesional es tan digno como cualquier otro, pero no está bien que uno gane diariamente lo que dos familias de tres personas al año, sobre todo en un país que ha visto multiplicarse los servicios más elementales, como los comedores sociales o los de Caritas. De este modo, afirmar que uno se siente triste es una inmoralidad.
En ciertos mentideros se afirma que la desolación del delantero no es otra que una oferta económica más indecente que la disfrutada ahora en el club merengue; caso de confirmarse este extremo, el internacional portugués, además de un niño mal criado y egoísta, dejaría su catadura moral a la altura del betún, algo que no creo le importe mucho al interesado, aunque sea verdad. Una pena.