Entre tantas noticias sobre la guerra civil siria se habla muy poco de los 2,25 millones de cristianos, el diez por ciento de la población, que han comenzado a sufrir asesinatos masivos en las zonas que controlan los jihadistas a los que apoyamos en su lucha contra el dictador Bashar al-Asad.
Los valores de esos cristianos están mucho más cerca de los nuestros que los de los salafistas, que imponen la ley islámica según las interpretaciones más brutales y que suponen la destrucción absoluta de la libertad y la dignidad, especialmente de la mujer.
El wahabismo extremo se ensaña con los cristianos y los musulmanes más moderados según ordenan los predicadores wahabitas, una maquinaria religiosa montada por nuestros amigos de Arabia Saudita y las monarquías del Golfo Arábico-Pérsico.
La dictadura de Al-Asad se sostiene sobre el partido socialista árabe Baaz, fundado en 1947, prosoviético y parcialmente neonazi, que llegó al poder en 1963 en paralelo al Baaz de Irak, de Saddam Hussein.
A pesar de su opresión política se definió como laico y concedió una notable libertad a las minorías religiosas, incluyendo la cristiana y, obviamente, a la alawita, una secta chiita de entre dos y tres millones de seguidores a la que pertenecen el dictador y los suyos.
Pero la mayoría de los sirios, 16,7 millones de los 22,5 millones totales, son sunitas. Hasta hace unos años eran menos intolerantes que los actuales wahabitas, muchos de Al-Qaeda, que aparecen ahora luchando contra el régimen.
Quizás para implicar a los cristianos en la guerra Al-Assad acaba de entregarles 1.500 subfusiles para defenderse de los ataques de los jihadistas.
Mientras, desde Occidente, le entregamos armas a los fanáticos islamistas que van a matar a quienes nos son tan cercanos en imaginario y cultura.
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