Revista África

Cristianos siembran la paz en Centroáfrica

Por En Clave De África

(JCR)
Patricia, viuda desde hace pocos años, era madre de tres hijos varones y entre ella y el muchacho mayor regentaban una tienda en una localidad del interior de la República Centroafricana. Cuando llegaron los rebeldes de la Seleka entraron a saco y se llevaron todo. Cuando ya se marchaban uno de ellos se dio cuenta de que en la trastienda había una moto y la robó. El hijo mayor de IMG_0647Patricia intentó impedir el robo de su medio de transporte y el miliciano le mató de dos tiros. A la semana siguiente los rebeldes se fueron y los vecinos de Patricia le informaron de que Abdulai, un comerciante musulmán, se había convertido en dueño de su moto. Tras varios rifirrafes entre Patricia y Abdulai ambos buscan un mediador que les ayude a poner paz entre ellos y a reparar lo que buenamente se pueda.

Se trata de un caso ficticio que el pasado sábado utilizamos como “juego de rol” en un taller sobre mediación y resolución de conflictos en un encuentro de formación de 50 líderes de las comisiones Justica y Paz de las parroquias de Bangui, pero podría tratarse de un caso real que se da en muchos lugares. “La guerra se acabará un día en nuestro país, pero hará falta trabajar sobre la reconciliación y las reparaciones durante muchos años venideros”, me dijo el arzobispo de Bangui Dieudonné Nzapalainga la primera vez que le encontré, en enero de este año. “Necesitaremos preparar a nuestro líderes religiosos para que sean buenos mediadores”, añadió. Durante esta última semana he tenido el privilegio de echar una mano en esta tarea. Primero lo hice durante dos días con una cincuentena de líderes religiosos católicos, protestantes y musulmanes. El sábado 15 me pidieron que les ayudara en un encuentro de presidentes de las comisiones Justicia y Paz.

“El mediador tiene que entender bien la situación, ganarse la confianza de las dos partes y ser una persona íntegra y que dedique todo el tiempo que haga falta. Vamos a revisar cómo ha ido el juego de rol”. Con dinámicas, discusiones en grupo y explicaciones de otras experiencias similares en otros lugares de África, la sesión fue seguida con mucho interés por los participantes. Me impresiona y me da respeto cuando tengo delante a personas que sé que soportan una enorme carga de sufrimiento e injusticia sobre sus espaldas en su vida personal y a los que su fe cristiana les da fuerza, no sólo para cargar con sus muchas cruces, sino también para aliviar el sufrimiento de los demás.

Esta mañana, domingo, he acudido a misa a la parroquia de Fátima, en la que trabajan dos combonianos, uno de ellos italiano y el otro centroafricano. Ha presidido el padre Moise, un jovencísimo centroafricano ordenado sacerdote hace apenas un mes que el viernes que viene marchará para trabajar como misionero a Kenia. Durante las dos horas de misa a la gente se la veía feliz. Puede que sea el único momento de la semana en la que viven un momento de calma, fraternidad y alegría. Al finalizar la misa he charlado un rato con dos de los líderes de Justicia y Paz que participaron en el encuentro de ayer. Después, he vuelto a pie caminando los seis kilómetros hasta el lugar donde me hospedo en el centro de Bangui. No sé cuántas veces me crucé con coches de soldados que iban a toda velocidad Dios sabe a dónde. El ambiente sigue siendo de bastante tensión en la capital, y en las zonas rurales es aún peor, sin que se vea la luz al final del túnel. El barrio del Kilómetro Cinco, donde está la parroquia de Fátima, es el que tiene mayor presencia de musulmanes en todo Bangui y desde el año pasado cuando empezó la rebelión de la Seleka –de mayoría musulmana- en el barrio se han dado situaciones de mucha tensión que podrían haber estallado en un baño de sangre. Estoy seguro de que si las cosas no han degenerado mucho ha sido en buena parte gracias al trabajo de los dos combonianos y los líderes laicos de la parroquia, que predican la reconciliación.

Que nadie piense ni por asomo que esto significa ser ingenuos. Durante el desayuno he leído una carta escrita por el arzobispo Nzapalainga el pasado 4 de junio, dirigida al presidente centroafricano y líder de la Selaka Michel Djotodia en la que protesta enérgicamente por un incidente acaecido el domingo 2 de junio en la parroquia de Notre Dame de Afrique: un soldado de la Seleka entró durante la misa, se encaró con los feligreses a punta de pistola y empezó a amenazarles. Después llegaron más milicianos. Varios de los cristianos le echaron valor y al final, con ayuda de soldados de la fuerza de intervención de la FOMAC, consiguieron sacarlos de la iglesia. “Usted lleva varias semanas repitiendo que el país respetará el principio de laicidad y libertad de religión, pero ya son muchos los incidentes de profanación de iglesia y ataques a los cristianos por parte de sus tropas. Usted dice que es un hombre de paz. Si es así ¿es usted capaz de impedir estos actos y controlar a sus soldados?”, reza uno de los párrafos de la carta del arzobispo.

Combinar la denuncia de las injusticias con la reconciliación no es tarea fácil. Hace pocas semanas, los misioneros combonianos de la parroquia de Dekoa, al norte de Bangui, consiguieron organizar tres días de diálogo sobre la reconciliación en los que participaron los líderes locales, los jóvenes, los militares de la Seleka… y en el que se reconocieron los abusos cometidos y tuvieron el valor de mirarse a la cara y pedirse perdón. Todo un ejemplo.

No se molesten en mirar en las páginas o sitios web de información religiosa sobre estos y otros testimonios similares. Los escándalos o las polémicas en la Iglesia son noticia comentadísimas, pero no sucede lo mismo cuando un grupo de curas, religiosas o laicos de una parroquia trabajan por la paz. Si mañana un país como la República Centroafricana consigue, finalmente, estabilizarse y pacificarse, alguien debería recordar que en buena parte, esto se habrá conseguido gracias a los curas de Dekoa, el arzobispo de Bangui o los líderes laicos de las Comisiones de Justicia y Paz.


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