La publicación de la noticia que confirma como la princesa Cristina se alquilaba a sí misma el palacio de Pedralbes como sede social y defraudaba a Hacienda, aireada en todos los medios desde hace algo más de una semana, pone en una situación difícil a la interesada y compromete a la propia monarquía. Caben pocas dudas, pese a que esto sea llevar a cabo un juicio paralelo, que su marido es un chorizo poco elegante capaz de escribir correos soeces a sus corresponsales, que no amigos, pero la imagen de una hija del rey defraudando a Hacienda y metida en embrollos de esta catadura pasa de lo tolerable. Por encima, tampoco cabe creer que D. Juan Carlos fuese absolutamente ajeno a los manejos irregulares de su yerno y de su hija, lo que haría la situación aún más compleja. Dice el refrán que la mujer del César además de ser buena, tiene que parecerlo y en este caso, no se da ni lo uno ni lo otro. Desprestigio institucional e internacional, escándalos como Bárcenas, los EREs y la familia real, solo contribuyen a crear una imagen de república bananera en la que nunca falta un mono. Ese es Mas, pero se trata ya de otra historia.