Yasujirô Ozu es un importantísimo director japonés cuya filmografía está plagada de clásicos inmortales e imprescindibles. Posiblemente su obra más significativa y conocida sea Los cuentos de Tokio, que en esta ocasión nos ocupa. Ozu tenía un estilo muy simple, todas sus películas las rodaba como si estuviesen vistas desde el punto de vista de alguien que se encuentra sentado, usa muy pocos planos largos, no utiliza travellings, ni panorámicas, zooms o fundidos. Mizoguchi dijo acerca de Ozu: “Yo muestro lo que no es posible como si lo fuera, pero Ozu muestra lo que es posible como si lo fuera, y eso es mucho más difícil”.
En Los cuentos de Tokio se nos cuenta el viaje que realiza una pareja de ancianos a Tokio para poder visitar a sus hijos allí residentes. El viaje no resulta tan agradable como se esperaba, sus hijos no los reciben con tanto interés como cabría imaginar y quién mejor les trata es la viuda de uno de sus hijos.
Regresando a la frase de Mizoguchi, resulta increíble la realización de Ozu. Los cuentos de Tokio está rodada con exquisito gusto por la austeridad, mostrando sin un gran lucimiento la vida diaria de una familia, consiguiendo de esta forma un impacto y una credibilidad mucho mayor. Todos los personajes resultan absolutamente humanos y creíbles. La pareja de ancianos son encantadores, y a pesar de que no compartimos el tratamiento que le dan sus hijos sí que empatizamos fácilmente con ellos. La vida que llevan en la ciudad es muy distinta a la que se pueda llevar en un pueblo rural, los hijos se han adaptado a estos nuevos tiempos, mientras que sus ancianos padres no han sido capaces y se han anquilosado, de forma que ya pertenecen a dos mundos completamente diferentes e irreconciliables.
Ozu rueda con simpleza, pero a la vez resulta contundente. La humanidad que transmite este film es emocionante, hermosa, realista, en su simplicidad radica toda su fuerza. Es un clásico de la historia del cine absolutamente imprescindible, y Ozu un director a tener en cuenta.