Revista Cultura y Ocio
Crítica de Aguas tranquilas, un film de Naomi Kawase
Publicado el 19 marzo 2015 por Bebina @Games4u_es
Al igual que algunos fenómenos naturales, hay películas que no están hechas para ser vistas, sino para ser contempladas, hay bellezas que impactan y también hay bellezas tranquilas, que llenan el espíritu y que inspiran calma. El nuevo film de Naomi Kawase (Embracing, Letter from a yellow cherry blossom) hereda mucho de esos aires de documental que la directora otorga a sus creaciones (más que nada porque muchas de ellas son documentales con tintes cinematográficos) y trata de mostrarnos la cultura del país del sol naciente de un modo intimista y brutalmente realista. Pero si en algo destaca esta cineasta japonesa es en demostrar que el realismo cercano al documental y la belleza cinematográfica pueden ir de la mano y provocar sensaciones nuevas, donde una imagen puede explicar más que una hilada de diálogos y es que en el cine un buen plano vale más que mil palabras.
CRÍTICA DE AGUAS TRANQUILAS:
Al igual que en otros films de Kawase, hay una espiritualidad mística que lo rodea todo como ya ocurriera en The Mourning Forest (2007), se trata de presentar en pantalla la creencia de que la naturaleza posee un poder terapéutico y redentor que puede hacer sanar las heridas que nos provoca la vida. Y del mismo modo que la madre naturaleza puede ser hermosa y enternecedora también se muestra en ocasiones implacable y perturbadora, una metáfora perfecta para hablar de Futatsume No Mado (título original de la película). Kyoko (Jun Yoshinaga) es una joven de 16 años inteligente y confiada que se ha enamorado de su vecino Kaito (Nijiro Murakami) que por el contrario es callado y retraído. Los padres del joven están divorciados, su padre posee un negocio de tatuajes y reside en Tokyo y Kaito vive con su madre en la isla de Amami. Sin embargo Kyoko tiene una situación aún más difícil; su madre, una delicada y hermosa mujer que es además una especie de oráculo o guía espiritual para los habitantes de la isla se está muriendo lenta pero irremediablemente, la enfermedad en cuestión no se aclara en ningún momento ya que para los miembros de esa comunidad no es relevante, pues según sus creencias los dioses deciden cuando alguien ha de abandonar el mundo mortal, en cualquier caso, la ausencia de aclaraciones sobre el mal que sufre la madre de Kyoko está en sintonía con las creencias que el film nos quiere mostrar.
Al mismo tiempo otro acontecimiento sacude la isla, pues una mañana es encontrado en la orilla de la playa el cadáver de un hombre, un suceso que parece ajeno en principio a las vidas de los dos protagonistas pero que sin embargo posee una conexión con Kaito y su madre que marcará el devenir de los acontecimientos y de la forma de actuar del joven, haciendo que éste se replantee la relación que tiene con sus padres e incluso le lleve a crear ciertas barreras en su relación con Kyoko.
Naomi Kawase en casi siempre dada a rodar con actores y actrices amateurs, y este caso no es una excepción, sin embargo el elenco de actores crea un equilibrio de caracteres que fluye como las preciosas aguas cristalinas; Kyoko es activa, enérgica y habladora al igual que su padre que da al film ese toque de humor y desenfado que es realmente bien recibido en algunas escenas, su madre es tranquila y posee un aura que transmite paz y belleza, por contra Kaito es reservado y muy callado pero es poseedor de un fuerte carácter que estalla y llena de energía la pantalla. Pero además de complementarse entre ellos, los actores también se funden perfectamente con la naturaleza que les rodea: las preciosistas playas de aguas azul cristal, a veces tranquilas, otras veces embravecidas (como les ocurre a los personajes), ese mundo submarino maravilloso a la par que misterioso que tanto aterra a Kaito pero en el que Kyoko no duda en zambullirse hasta sus profundidades en irresistibles e impresionantes planos de la joven buceando que parecen casi de ensueño. Todo ello acompañado de sonidos que nos hacen sentir como si flotásemos relajados en una isla paradisíaca y melodías tradicionales del folclore japonés que acompañan perfectamente al ambiente Zen que se respira en casi todo la pelicula.
Como intencionado contraste, el film también nos muestra la bulliciosa ciudad de Tokyo, con sus rascacielos, sus luces y su acelerado ritmo de vida que es lo opuesto a la isla de Amami que nos da pinceladas de la parte más tradicional del país nipón y por qué no decirlo, supersticioso y vinculado a las fuerzas naturales, es la visión de una doble Japón: la más tecnológica, bulliciosa y culturalmente avanzada frente a aquella que se mantiene aún ligada a antiguas tradiciones y cultos y que posee un vínculo con la madre naturaleza que la hace hermosa y vibrante. Aunque no todo es tan bello, sobre todo en las dos secuencias en las que se muestra un ritual en el cual se sacrifica a una cabra y que se muestra en planos demasiado cercanos, un elemento desagradable que no encaja demasiado bien con esa naturaleza poética que trata de mostrar la película.
Hay una sensación realmente Zen de calma y de agradable reposo en esta última obra de la directora nipona, es probable que por su lenta cadencia de diálogos y inquebrantable naturalidad y realismo cuasi documental este film logre aburrir a más de uno, pero como ya mencionaba arriba en el primer párrafo, esta no es una experiencia para ser vista, sino para ser contemplada y disfrutada de forma muy distinta a los típicos blockbusters palomiteros que vemos cada fin de semana, es algo diferente pero sin duda no deja de ser una experiencia enriquecedora para aquellos que sean capaces de dejar atrás su mentalidad de occidentales tecnológicamente evolucionados y que encuentren el modo de disfrutar de estas casi dos horas en la isla de Amami, pues es una agradable y excepcional experiencia.