Ni siquiera Will Smith es inmune al virus Shyamalan
Nota: 3,5
Lo mejor: que dura poco, se olvida rápido y no entra de lleno en el ridículo de The Last Airbender.
Lo peor: que supone el clavo en el ataúd de Shyamalan.
Cuando M. Night Shyamalan, el realizador que comenzó su carrera hace ya 15 años entre comparaciones con Spielberg y que ahora ni consigue colar su nombre en los carteles, recibió una llamada de Will Smith en modo "papá gallina" asegurándole que iba a pagarle un vehículo de lucimiento cifi al crío y había pensado en él como director, seguro que le costó horas asimilar el golpe de suerte. No en vano hasta hace tan sólo unos días, precisamente hasta el debut en la cartelera norteamericana de After Earth, el protagonista de Men in Black era el tótem negro de Hollywood, con dos décadas de estrenos posicionados consecutivamente en el número uno de la taquilla estadounidense y ese aura de gran estrella confiable cuya sola presencia asegura por lo menos una superproducción digna; o dicho de otra forma, la solución ideal a la forzosa pérdida de tirón del cineasta tras los fiascos consecutivos de La Joven del Agua, el Incidente y The Last Airbender, y su única posibilidad para un regreso por la puerta grande a una primera división que solía recibir agradecida sus lujosas incursiones al fantástico. Perder esa oportunidad es quedarse fuera del sistema, demostrar una incapacidad absoluta no sólo para recordar una época de esplendor, sino también para serle útil a la industria fallando en una misión que sólo necesitaba un capitán no estrellar la nave.
Si todas las lanzas que critican esta película apuntan hacia Shyamalan no es por casualidad, ya que por mucho que el proyecto carezca por completo del toque personal del cineasta, de sus largos planos cargados de detalle y hasta de un mísero giro de guión, y de que la carga protagónica de Jaden Smith (Karate Kid) tampoco sea de mucha ayuda, es imposible encontrar a otro responsable de las robóticas líneas del libreto y escenas sin ritmo de las que está plagada la cinta que no sea su director y guionista, aunque sea por encargo. En su habitual 'yo me lo guiso, yo me lo como', Shyamalan no sólo se ha olvidado de que su mano como escritor ya empezó a renquear en los tramos finales de El Bosque, allá por 2004, sino que encima se atreve a prescindir de la importancia de la historia, crucial no sólo en cualquier relato, sino también y precisamente en su obra, para construir un vehículo que depende única y exclusivamente de la acción, el espectáculo y la aventura. Por supuesto, géneros sobre los que el hindú está más perdido que el protagonista de El Protegido en la Comic Con.
Tras el gastadísimo monólogo que explica a la audiencia el contexto de la cinta, un futuro muy lejano en el que la humanidad no sólo se ha visto obligada a abandonar nuestro planeta, sino que además está enfrentada con un raza de alienígenas ciegos que huelen el miedo, After Earth no duda en perder todas las oportunidades que le pasan por delante para adentrarse en la nueva civilización, incluso a un nivel tan básico como el visual -que hasta la reciente y también decepcionante Oblivion salvaba-, y se sumerge de lleno en explotar la premisa y única idea central de la película: la de un padre y un hijo abandonados a su suerte en una Tierra que, siglos después de ser liberada de los humanos, ha evolucionado con la única meta de no volver a ser colonizada jamás. Gravemente herido y sin posibilidad de contactar con el exterior, el padre se ve obligado a mandar a su hijo, un adolescente que acaba de suspender las pruebas para convertirse en Ranger, a 100 kilómetros de distancia para recuperar la baliza de rescate desprendida en el accidente.
La carrera a contrarreloj se desarrolla por fases aunque todas giran en torno a las mismas dos ideas: "algo se mueve detrás de las plantas" y "me quedan pocos respiradores". Eventualmente, el foco nos recuerda que la criatura extraterrestre que viajaba con ellos en la nave, a buen recaudo y con la función de ser estudiada por los militares, es muy probable que se haya escapado y suponga una amenaza adicional. En teoría, la caza de la bestia alienígena, con las poco sutiles referencias a Moby Dick que se casca el cineasta, es la subtrama adicional que intenta dar algo de consistencia a este relato de supervivencia puro y duro, aunque naufraga de base al no quedar planteada como un peligro real cuando el contexto en el que se desarrolla la acción es un planeta donde cada matojo, mamífero, reptil o ave tiene como objetivo comerse al protagonista. Eliminado el componente Depredador, lo único que nos queda es la presencia testimonial de un Will Smith más apagado que de costumbre, dándole indicaciones al chaval por medio del caprichoso sistema de comunicación de su traje y esperando que la criatura digital que aguarda tras cada esquina también sienta lástima de la cara de cordero degollado que se marca el benjamín durante toda la cinta.
En resumen, After Earth es la definición más dolorosa de la película sin alma, sin argumento más allá de lo visto en los tráilers y ni un par de escenas en las que se note su abultado presupuesto para justificar el precio de una entrada de cine. Shyamalan no es que ratifique con este trabajo, el octavo ya, una curva de calidad decreciente en su filmografía, sino que se muestra totalmente incapaz de conectar con cualquier espectro de emociones, ya sea el más personal gracias a una historia traumática mal traída en flashbacks o en el plano puramente palomitero, ése en el que la presencia de Smith con un traje rechulón y un arma en la mano ya se debería encargar de hacer prácticamente todo el trabajo. Partiendo de una base donde hasta eso falla, inconcebible incluso en las cintas más flojas del intéprete como Hancock o Men In Black 3, a M. Night Shyamalan ya no le quedan planetas donde acudir a pedir trabajo.