Affleck encuentra su vellocino de oro
Nota: 8'5
Lo mejor: una tensión creciente que se mantiene de principio a fin.
Lo peor: un desenlace de blockbuster poco disimulado, algo patriótico y muy del gusto de la Academia.
La nave de nuestro amigo Benny navega con paso firme abriéndose camino entre las tramposas mareas de Hollywood, con un sólo objetivo, la áurea figura del hombre con su espada envuelta en arte. Y así, como el héroe griego que capitaneó el navío del mismo nombre que la última del valiente, Affleck despliega su ingenio para alcanzar el trono en el Hall of Fame del cine, gracias a la desmedida maestría demostrada en la dirección de su propia épica norteamericana. Argo es intensa, inteligente, trepidante y hasta desternillante, un Señor thriller político con todos los elementos necesarios para convertirse en una ópera magna del género, una película con la que el realizador se mea en los veteranos y puede decir a todos esos escépticos de su casi recién descubierto talento aquéllo de: "¡Argoderse!"
Tercera
obra como director de aquel niño que debutó a la temprana edad de 9 años como intéprete, de ese chico que continuó realizando papeles de
secundario en Movida del 76 o protagonizando cintas de medio pelo como Días de Gloria. Aquél que fue acrecentando su popularidad y acertó con películas de corte independiente como Mallrats o Persiguiendo a Amy. Ése que decidió probar otros caminos y se inició como scripter junto a Matt Damon en El Indomable Will Hunting. Un tipo que ya teniendo un nombre, empezó a liderar blockbusters como Armaggedon o Pearl Harbor y que también erró, como cualquier mortal, con comedietas románticas como Algo que Contar o Una Relación Peligrosa, o hasta cayó en el ridículo con Daredevil. Y a pesar de una carrera que empezó hace 31 años, lo cierto es que Ben Affleck
jamás ha logrado brillar ante la cámara, porque su sitio, a juzgar por
su breve pero exitosa experiencia como realizador, parece que siempre ha
estado tras ella. Ya demostró su valía en el 2007 con el drama Adiós, Pequeña, Adiós y aunque The Town le salió bastante menos redonda, Argo vuelve a elevarle a lo confines del reconocimiento en esta otra prometedora faceta del intérprete.
El
cineasta logra marcarse en este último despliegue un thriller político que
resulta una pieza maestra del género, no sólo por la intensidad de la
composición, que más que mantenerse durante todo el metraje, aumenta
hasta límites insospechados conforme avanza la trama, sino que además, Affleck consigue
un conjunto elegantemente rodado y bien equilibrado de notas que se subyugan a una miscelánea
de tensión, drama y humor negro afinando una composición cuasi-perfecta,
que es capaz de ofrecer un relato real prescindiendo de dosis
excesivamente dulcificadas o heroicas, licencia que se permiten muchas
producciones que basan su historia en un hecho veraz. Una desviación de
la realidad subejtiva in extremis que el relizador evita, a excepción de los minutos finales poco disimulados, pecata minuta. Claro que si el objetivo de un desenlace tan propio de un blockbuster
es adornar la estantería con una estatuilla dorada, Affleck es un tío
listo y sabe que no hay mejor excusa para tocar el corazón de los
acádemicos que la adaptación de un acontecimiento que mitifica aún más
la Historia, con mayúscula, de los EEUU.
Bienvenidos
a 1979. Irán se encuentra inmersa en una crisis política tras la
abolición de la dictadura del último Sha, colocado en el poder por los
norteamericanos con el fin de controlar los pozos petrolíferos y evitar
su nacionalización por el anterior Primer Ministro, a quien la CIA y la
Inteligencia Británica quitaron de en medio. Ante la tiranía y crueldad
del gobernador impuesto, los ciudadanos inician una revolución por la
que el Sha es derrocado. EEUU refugia al opresor moribundo, mientras el
pueblo iraní reclama su cabeza. En Teherán, un grupo de musulmanes
fundamentalistas asalta la embajada; sin embargo, seis empleados de ésta
consiguen escapar y ocultarse. La CIA tendrá entonces que encargarse del
rescate de los diplomáticos, pero ¿cómo acceder al ultra-controlado
país y sacar de allí a seis norteamericanos en busca y captura? Para la
complicada misión, uno de los jefes de la CIA (Bryan Cranston) decide recurrir a Tony Mendez
(Ben Affleck), un experto en "liberar" personas al que se le ocurre la
absurda idea de simular el rodaje de una película rollo Star Wars y
entrar en Irán con la excusa de buscar escenarios exóticos donde filmar.
Antes de pedir permiso a las autoridades del país, montará un gran circo mediático con la ayuda del
reconocido maquillador de El Planeta de los Simios (John Goodman) y un prestigioso
actor (Alan Arkin) para hacer creíble
la función.
Un
argumento tremendamente ingenioso que ha caído en las manos precisas,
porque la historia se podría haber resuelto de otra manera, sí, pero no
se podría haber dirigido mejor. Affleck se postula en esta obra como un
realizador que va camino de convertirse en toda una eminencia de la
dirección, no así de la interpretación, menos brillante que su otra
virtud, pero se encuentra lo suficientemente correcto a la hora de
encarnar a un personaje protagonista hierático y frío -la barba y las
greñas setenteras ayudan a camuflar deficiencias-, menos sobresaliente, claro, en
comparación a los dos magníficos "argonautas" que le acompañan, Mr. John Goodman y Mr. Alan Arkin, pareja piedra angular del film y soporte inestimable de ese factor satírico, canela fina acerca de la industria y la CIA, sobre el que en gran medida se apoya Argo,
evitando la introducción de otros recursos "coñazo" como historietas
romanticonas que no vienen a cuento o tragedias personales. La
intervención de este par de monstruos de la interpretación, que llevan a
cabo un trabajo fantástico, es más que anecdótica, pues alivian una película que, de otro modo, se hubiera configurado como un producto con mucho menos encanto, sin duda.
Por supuesto, el carisma de los roles de Goodman y Arkin no es debido únicamente a la sola presencia de éstos, que aunque ya es bastante, también hay que agradecer a los lápices de Chris Terrio y Joshuah Bearman, redactor del artículo sobre los hechos reales, el ingenio que desprende Argo. Los scripters nos
honran con uno de los mejores guiones del año, confeccionando un libreto
inteligente, intenso, hilarante, bien enlazado y con unos diálogos
memorables, que, como se ha hecho referencia anteriormente, evade la
ornamentación por medio de sentimentalismos innecesarios. Una
labor redaccional que en simbiosis con una inmejorable ambientación
setentera, abanderada por una apariencia retro espeluznante, unos
noticieros y un Hollywood de la época cuidadísimos en todos sus
detalles, desde el mismo logo inicial de Warner hasta la famosa torre de
agua, producen un sumatorio perfecto que da como resultado un
thriller impecable en el que tensión, humor y seriedad se funden todos
en su justa medida gracias al control total del realizador.
Quizás, y sólo quizás, Argo puede dar la sensación de recurrir a un desenlace facilón más característico de una superproduccióm que de
una película que durante todo el metraje se va perfilando como una obra
maestra fuera de lo común, hasta alcanzar la cúspide, donde parece
abandonarse a las modas comerciales y beneficiar un The End
inverosimil preferido por el público palomitero, que no desentona del
todo en primera instancia, pero que culmina después con un discurso heroico del
que perfectamente podría haber prescindido. Un punto final que, aparte
de significar la pérdida de esa mirada crítica bifocal que se vislumbraba al
inicio en creativa forma de cómic, parece pensado para cuadrar con los
gustos de los académicos, disimulando escasamente sus pretensiones hacia
lo que quiere conseguir.
Es innegable que esta cinta, aparte de ser una de las mejores superproducciones del año, es también el mejor trabajo de Affleck como realizador hasta la fecha, reafirmándose en su faceta más tardía y más valiosa. En visión de unos, el final de Argo empañará la historia
de cierto patriotismo sobrante, para otros, tan sólo formará parte de un
gran espectáculo al que esos tintes marcadamente hollywoodienses le sean
inherentes y propios por derecho. Menos mal que "los malos", llamémoslos Nader y Simin, también saben contar bien sus historias, tanto, que hasta convencen a "los buenos".