¿Qué pasa Robocop?
Nota: 6'5
Lo mejor: Marion Cotillard estrellándole un vaso en la cara a un baboso en una discoteca
Lo peor: Cuando un drama funciona por acumulación, pierde un poco el sentido.
Comienza a
sonar el remix de Trentemoller de State
Trooper (Bruce Springsteen) mientras vemos a Stephanie (Marion Cotillard) entendiéndose con un
grupo de hombres. Los demás, la observan con una mezcla de curiosidad y respeto
mientras ella se desenvuelve. Pues no sólo resulta inusual la presencia de
mujeres en eventos de esa naturaleza – boxeo clandestino – sino que además
Stephanie cuenta con otra particularidad: camina con la ayuda de un bastón para
adaptarse mejor a las nuevas prótesis de metal que le han implantado de rodilla
para abajo. “¿Qué pasa Robocop?” le
saluda cariñosamente Ali (Matthias
Schoenaerts) desde dentro del coche cuando ella abre la puerta con un fajo
de billetes para contar. Ya tienen la confianza suficiente como para que él le
pueda decir eso a ella – las prótesis se las acaban de implantar después que
una orca le arrancase las piernas – y tomárselo a broma.
El elemento
de violencia recurrente en la filmografía de Audiard hace acto de presencia en De óxido y Hueso como motivo indispensable para que
los dos protagonistas se conozcan. Ella se ha visto involucrada en una pelea en
una discoteca y él, que trabaja ahí como portero, la lleva a casa en su coche. Sin
embargo, falta poco para que a la bella se le tuerza del todo la existencia. En
la siguiente ocasión que tienen contacto, ella ya está postrada en una silla de
ruedas que apenas maneja. Es a partir de ahí cuando se va desarrollando una
relación atípica, que comienza como un apoyo para ambos para desembocar en un
vínculo más fuerte de lo que ellos sospechaban.
Una de las
bazas de De óxido y hueso es la química que desprende la pareja
protagonista para llevar de la mano al espectador en un increíble tour de force
interpretativo. Audiard da en el
clavo aunando en su sexto filme a dos monstruos de la actuación como son Cotillard (Inception, 2010) y Schoenaerts
(Bullhead, 2011). Ella, como una
domadora de orcas obligada a encarar una tragedia indescriptible y él, en la
piel de un ex boxeador de vida desordenada. De la misma manera en que Antonin Artaud
concebía el cuerpo como un campo de batalla, el filme se codifica a través de
la pulsión de dos cuerpos (representados por Stephanie y Ali, o lo que es lo
mismo, el óxido y el hueso), dos receptáculos de dolor sometidos a la violencia
de un destino que se burla y juega con ellos como marionetas. El de él, de una
brutalidad automatizada, el de ella, ya resucitado a través de una relación en
la que la ausencia de romanticismo juega un papel fundamental en una narración
despojada de amaneramientos.
Como ya hizo
con De latir mi corazón se ha parado
y en Un profeta, Jacques Audiard vuelve a partir de un terreno común con De óxido y hueso para presentar una
historia de supervivientes, de personajes forzados a aprender a desenvolverse
en medios hostiles. A pesar de su duración, el filme del director francés
consigue entretener y mantener al espectador con interés. Pues lo que en manos
de otro podía haberse convertido en un dramón lacrimógeno, Audiard lo filma con estilo y la suficiente distancia como para que
sus personajes respiren. Pues la clave de un cineasta como Audiard reside en su capacidad y talento para narrar, dotando a sus
historias de una cercanía y una naturalidad indispensables. Sin embargo, y a
pesar de la consecución de unas cuantas escenas fuertes, el guión elaborado
entre Audiard y Thomas Bidegain flaquea en el último round cayendo en una
dinámica melodramática poco deseada.