La última receta de Soderbegh para subirnos la tensión
Nota: 7
Lo mejor: es un thriller ejemplar.
Lo peor: le cuesta un poco arrancar.
Si obviamos el telefilme de HBO Behind the Candelabra, Efectos Secundarios es la película-despedida de Steven Soderbergh; el último testimonio de un cineasta que se confiesa cansado, aburrido y que prefiere descubrir otros caminos para contar historias más allá de la silla del director. Personalmente, yo no se lo reprocho. Del éxito consecutivo que obtuvieron Erin Brockovich, Traffic y Ocean´s Eleven ya ha pasado más de una década y, de la misma forma que prefiero olvidarme de bodrios como el remake de Solaris o de la segunda entrega de las aventuras de los ladrones de casinos mejor vestidos del planeta, tampoco voy a detenerme en éxitos puntuales como ¡El Soplón! o Contagio para asegurar que da la sensación de que el cineasta se ha pasado todo ese tiempo dando tumbos, saltando entre géneros, secuelas alimenticias e incluso el tanga de Channing Tatum, para encontrar un hueco que parece habérsele resistido definitivamente. Y es una pena, porque Efectos Secundarios es la demostración palpable de que ese lugar siempre ha estado en la combinación de su hacer de artesano con el formato más comercial, en este caso a las órdenes del relato de suspense en la mejor línea del legado de Hitchcock.
Ante todo cabe señalar que estamos ante uno de esos relatos de los que es mejor no saber nada concreto para no arruinar el juego con el espectador que ofrece la cinta y que justifica su mera existencia. Y es que las aspiraciones de Efectos Secundarios parecen en un primer momento que están alienadas hacia la construcción de un laberinto, un lugar peligroso y cruel ubicado en la propia mente de la protagonista en su padecimiento de una enfermedad con tantos matices como es la depresión. En otros, parece orientada hacía la reprimenda a la industria farmacéutica: a sus poco éticos programas de pruebas y a su ambición desmedida. Incluso hay quién podría encontrar una crítica velada al abuso normalizado de fármacos por el mero hecho de venir prescritos por una persona con bata. Nada más lejos de la realidad. Lo que verdaderamene predomina en Efectos Secundarios es la sabiduría de un realizador capaz de tensar muy bien los hilos narrativos hasta construir un relato que se sigue con interés a pesar de carecer realmente de alma, de mordida o, en definitiva, de la visión inquieta de un cineasta que ha perdido las ganas de profundizar, pero que sigue siendo tan capaz como siempre de manejar con soltura todos los elementos de la superficie.
No obstante, gran parte del mérito -o la culpa- de que Efectos Secundarios se adscriba únicamente al buen thriller de fórmula también es del guionista Scott Z. Burns (El Ultimatum de Bourne, Dawn of the Planet of the Apes), que no por casualidad es igualmente responsable de las mejores películas recientes de Soderbergh; para más inri, casi todas tendentes en mayor o menor medida hacia éste mismo género. En este caso la historia tiene como protagonista a Emily (Rooney Mara), una joven que cae en una depresión cuando su marido (Channing Tatum) regresa a casa tras pasar 4 años en la cárcel por abuso de información privilegiada. Es entonces cuando la joven comienza a ver al doctor Banks (Jude Law), que después de probar toda la gama de antidepresivos del mercado con la paciente decide recetarle un nuevo medicamento, eso sí, alentado por el generoso contrato que acaba de firmar con la empresa que lo produce. El conflicto ético del psiquiatra no tarda en adquirir carices legales cuando, bajo los efectos secundarios de la medicación, Emily adopta una conducta que no sólo pondrá en peligro su modo de vida, el de su marido y el del médico, sino también el de su antigua psiquiatra (Catherine Zeta-Jones exudando feromonas), que no parece demasiado interesada en discutir el caso con Banks.
Una vez superada la algo lenta descripción de personajes y con el cuadro completo sobre la mesa, lo que parecía un relato sin rumbo se ordena de golpe en torno a un terrible acto que desata una montaña monumental de mierda sobre todos los personajes. A partir de ese momento es cuando comienza el verdadero juego de la película, el de la supervivencia del más listo, mejor mentiroso y más hábil a la hora de abusar de su posición ya sea como paciente, médico o testigo. Es ahí cuando la primera mitad del metraje se redimensiona y comenzamos a disfrutar de la feroz batalla entre unos roles a los que creíamos conocer y que no dejan de sorprendernos, especialmente el de un Jude Law más crecido que nunca, capaz incluso de eclipsar -aunque sea por el factor sorpresa- otra interpretación brillante por parte de Rooney Mara, a la que se le da sospechosamente bien eso de hacer de chica raruna.
A Efectos Secundarios quizás se le pueda achacar una alarmante falta de contundencia teniendo en cuenta que se trata del último trabajo para la gran pantalla de uno de los realizadores más prestigiosos de nuestro tiempo, pero de lo que no se le puede acusar bajo ningún concepto es de ser otro proyecto fallido en la mochila del cineasta o de la culpable real de su abandono. Sencillamente, se trata de la última recuperación por parte de Hollywood del mejor thriller 'hitchconiano', ése que nunca ha pretendido ganar tropocientos Oscars ni colarse en las listas más prestigiosas del año, sino establecer un juego de espejos con el espectador tomando como eje a sus personajes, su imprevisibilidad y los ases en la manga que les pueden convertir en amenazas latentes, todo ello ordenado y dosificado por un cineasta que siempre ha tenido una relación con el género más natural y orgánica de lo que se le presupone.