El fantasma "shyamalaniano" es alargado
Nota: 5
Lo mejor: la primera mitad del metraje.
Lo peor: un giro argumental que desvirtúa el género del film hasta transformarlo en un dramón con moraleja.
Sin duda, esperábamos más. Más porque la llave, aleada en el universo independiente, con la que Pascal Laugier
abrió las compuertas a un mundo comercial, lanzaba al aire la promesa
de unas creaciones futuras mucho más dignas y diferenciales de los
productos de género a los que hasta ahora ha sido confinado el
espectador aficionado o no al terror bajo cintas que, siguiendo la moda
actual, se empeñan en bailar entre historias fantasmales y hombres del
saco empapadas de clasicismo y tintes tecno-orientales -hablo, por ejemplo, de
Sinister e Insidious-. Martyr's, por la que se hizo célebre a nivel festival el realizador, fue otra movida. La que antecedió a El Hombre de las Sombras
era una novedosa propuesta impregnada de grandes dosis de violencia,
perversión y adoración nazi de fondo, una trama enfermiza que en
síntesis daba asquito y acojonaba. Nada que ver con su recién estrenado
trabajo. Lo que escuece de su última obra es que no sólo apesta a un Shyamalan en sus horas más bajas, sino que tal y como sucede con cada campaña promocional asociada al nombre del realizador de El Bosque,
se nos vuelve a vender un producto que no es lo que dice ser, con lo
que el desengaño ante la pantalla hace brutal acto de presencia más o
menos hacia la mitad del metraje, cuando el terror es desenmascarado y
conocemos su verdadero rostro, con expresión de thriller dramático.
Ahora bien, hasta ese momento, no todo es tan malo.
El Hombre de las Sombras no se escapa a los tópicos que ya controlamos al dedillo y ello a pesar de los giros -mejor sería denominarlos girones, muy dolorosos-
que se suceden durante la película. Nos encontramos en el típico
pueblucho de mierda de casa dios de la frontera en el que salir de farra
es sentarse en la mecedora del porche con un banjo y una botella de
tequila del malo. En el lugar circula la leyenda de Tall Men, el Hombre
Alto, el presunto reponsable de que cada dos por tres estén
desapareciendo niños del condado como si en las proximidades hubiera
oculta una fábrica china. Allí, ejerciendo de enfermera, habita Julia Denning, una Jessica Biel sin maquillar versión T-1000,
incansable e indestructible, actriz que aquí se ha querido tomar en
serio su carrera dejando atrás la imagen de sex-symbol que arrastra,
produciendo, además de protagonizar, esta película. Ni fu ni fa, cumple, no brilla.
No
puedo desvelar mucho más del argumento, pues sería cascarme un spoiler
de campeonato, pero sí confesar que el film, guionizado por el propio Laugier, hasta su primera mitad mantiene un juego interesante que basa sus movimientos en la incertidumbre en cuanto al grado sobrenatural del caso y al de la implicación de sus personajes,
colocados o no en el lado incorrecto del tablero. Cierta tensión
también forma parte del ring en este primer asalto, gracias en parte a
una ambientación bien confeccionada que bate sus alas entre la
desolación de un escenario rústico y la tenebrosidad propia de ese mismo
contexto en la oscuridad. Lástima que el avance por la vía que Laugier sugiere descarrila el tren y en esa segunda mitad del trayecto asistimos a otra El Bosque,
con todo lo malo que ello conlleva; es decir, inconvenientes giros
argumentales y moraleja dramaticona final que se traduce en una El Intercambio, pero en su versión chapuza.
El Hombre de las Sombras es esa casa de base sólida con un mal diseño que sobre todo pinta feo en su tejado y ese testimonio que necesitaba su director
para comprobar que, a lo mejor, aún no está preparado para manejar
grandes presupuestos y ceder ante las exigencias de la ley de la oferta y
la demanda regente en la industria, un territorio comercial en el que no hay cabida para productos como Martyr's,
con su "reducido", comparativamente hablando, público particular y su
manufactura políticamente incorrecta. Al final, el único miedo que
consigue transmitir Tall Man es lo que ha perdido Pascal Laugier por querer alcanzar un mayor reconocimiento profesional: la libertad para hacer en su película lo que le salga de los huevos.