Philip Seymour Hoffman se pierde en el contraespionaje post 11-S
Nota: 5,5
Lo mejor: Hoffman, casi sin esforzarse, es lo que sostiene toda la película.Lo peor: que es demasiado distante y su trama no termina de enganchar.
A estas alturas, no sabemos si el aspecto cansado, acabado y casi crepuscular que luce Philip Seymour Hoffman en El Hombre Más Buscado es resultado de los excesos que acabaron con su vida o de un férreo compromiso con el papel, pero lo que está claro es que ese aura deprimente y semblante cetrino le sienta de la mejor forma posible al último personaje protagonista de su filmografía. Él es Gunther, un agente secreto encargado de localizar redes terroristas en Hamburgo, la ciudad desde la que se planeó el atentado del World Trade Center. Por sus calles pasea taciturno, consultando a informadores, realizando seguimientos y fumando gabardina en ristre. Pero lo que realmente hace es reivindicar un estilo de espionaje tan mal visto como necesario; sucio, callejero y que es considerado como una antiguedad de la Guerra Fría por sus superiores. Y, a la luz del poco ritmo e interés de la propuesta, quizás tengan razón.
La llegada por cauces ilegales de Issa Karpov (Grigoriy Dobrygin) hace saltar todas las alarmas de las unidades de espionajes en Hamburgo. El inmigrante es ruso, se declara musulmán y acude a donde una abogada (Rachel McAdams) para solicitar asilo y la retirada de una herencia de 10 millones de dólares de un banco alemán. Para Gunther, Issa es un pequeño eslabón en la red de financiación talibán; el engranaje que puede servir para exponer a toda la maquinaria terrorista. Pero la CIA no tiene la misma visión de futuro que el operativo. Al igual que los jefes del protagonista, que no dudan en ponerle un plazo de 72 horas para que estire del hilo hasta que se produzca una intervención directa.
Al igual que nos mostró en 2011 el excelente telefilme británico Page Eight, la intención de El Hombre Más Buscado es evidenciar la caducidad del espionaje de Fedora y Blueberry que se puso de moda durante la Guerra Fría, y que también fue mejor explotado en otra adaptación de la obra de John Le Carré, El Topo (Tinker Taylor Soldier Spy). En la época de la Red de redes, de los microchips, los gps y las cámaras microscópicas, los herederos del agente Harry Palmer y George Smiley como Gunther están condenados a la extinción, pese a que el mundo de corazonadas y puzzles incompletos en el que se mueven, de conspiración y tensión constantes, les haga pensar que se encuentran en el centro del próximo entramado terrorista dispuesto a cambiar el panorama geopolítico.
Si la película funciona en semejante nivel crepuscular es únicamente por Hoffman, que pone sus jadeos y andar cansado al servicio de un personaje de los pies a la cabeza, definido hasta el hueso en su forma de agarrar la copa o el cigarrillo, con el que basta cruzar una mirada para saber reconocer un dato importante. Por desgracia, parece que incluso el guión de Andrew Bovell se ve sobrepasado por la definición de perro viejo que realiza del protagonista, hasta el punto en que el único camino posible que le queda a la trama es la encarnación de los miedos de los que intenta huir Gunther desde el principio de la película. Ni el realizador Anton Corbijn logra que la trama arranque ni las esporádicas apariciones de las piezas secundarias del tablero, como el banquero de Willem Dafoe o la agente con el rostro de Robin Wrigth, ayudan a definir el argumento, que acaba condicionado a lo que el protagonista nos lleva diciendo toda la película que va a pasar.
Tampoco la fotografía de El Hombre Más Buscado nos sirve de consuelo, ya que, a diferencia de las excelentes facturas visuales de Control y El Americano, el fotógrafo reconvertido a realizador ni siquiera se ha esforzado en sacarle partido en su tercera película a la ciudad alemana ni a su descomunal puerto, origen de todos los males para estos cazadores de amenazas para la seguridad. Sólo encontramos un salvavidas en la encarnación que realiza el desaparecido rubio de este fantasma gubernamental, Gunther, atrapado entre un olfato de sabueso y las demandas de sus superiores por conseguir resultados rápidos y evitar la mala prensa. O, en definitiva, porque no haya nada que contar.