
Nota: 7
Lo mejor: su ritmo y Asa Butterfield.Lo peor: que el material pedía a gritos a un director más implicado.Son varias las razones que han ido desinflando el aura de superproducción de El Juego de Ender desde meses antes de su estreno. Entre acusaciones de homofobia, propiciadas por las censurables declaraciones del autor de la novela en la que se basa, y las malas críticas que ha recibido la cinta en su país de origen, ya se habla incluso de una continuación en forma de serie de televisión, dando por hecho que ni la taquilla internacional va a lograr salvar una adaptación tempranamente calificada de maldita. Un protagonismo que recae por completo en un elenco adolescente, un par de veteranos encajonados en roles secundarios poco lucidos y unas líneas maestras extraídas directamente de la cultura del videojuego son varios de los argumentos presumiblemente objetivos que se esgrimen en contra de este título con vocación de saga, gestado por los responsables de Crepúsculo para llenar el hueco que la ausencia vampírica ha dejado en sus carteras. Prejuicios todos entendibles en una época en la que una vocación de masas se suele equiparar con la estupidez argumental, pero que no tienen cabida cuando se transforman en los árboles que impiden ver este claro en el moribundo bosque de la ciencia ficción cinematográfica de nuestros días.El Juego de Ender tiene flaquezas, sí, pero tras ejercicios visuales tan apabullantes como vacíos, véase Oblivion, Elyisium o la mismísima Avatar, por fin llega a nuestras manos una película de ciencia ficción con algo que contar. Su premisa, que nos muestra la enésima versión de una Tierra que aún refleja los ecos de una pasada invasión extraterrestre, no es el mejor ejemplo del potencial de su argumento, sino el impacto de semejante hecho en la estructura de la sociedad superviviente, tan colosal y contundente como merece este sobreabusado punto de inflexión en la historia ficticia de la humanidad. En este nuevo panorama, la vida de Andrew 'Ender' Wiggin, tercer hijo de su familia en un sociedad parcialmente limitada a dos vástagos por pareja, gira en torno a ser admitido en el programa militar que dirige el Coronel Graf, centrado en convertir a la infancia de este mundo futurista en los soldados capaces de acabar con los temibles Insectores de una vez por todas. Y en ese punto, que bien podría servir para una serie original de Nickelodeon, es dónde El Juego de Ender encuentra su bien traído elemento diferenciador.
¿Por qué niños? En teoría, porque poseen una mayor facilidad para la multitarea que los adultos, con un manejo más intuitivo de las estrategias de guerra gracias al entrenamiento involuntario que han supuesto los videojuegos y, en general, las nuevas tecnologías que han mamado desde la cuna (vamos, algo así como una versión exagerada de la facilidad que tiene ese primo o sobrino que ni ha llegado a la adolescencia y ya es capaz de darte una paliza al Call of Duty con una mano atada a la espalda). En la práctica, la idea se transforma en una mera excusa argumental para otorgar el protagonismo a pre-púberes con los que se pueda identificar una audiencia adolescente. Pero si resulta creíble es porque el guión, lejos de sentar el dogma y olvidarse de él, no teme explorar en la dudosa moralidad que subyace tras un ejército formado por niños, cuestionándose si anular la que debería ser la mejor etapa de la vida puede llegar a estar justificado por la más terrible de las amenazas.De hecho, la función de Harrison Ford y Viola Davisno es otra que la de encarnar dicho conflicto, representando él al militar de hielo y ella a la psicóloga maternal. Sin llegar al desperdicio de talento en el que se traduce la fugaz aparición de un Ben Kingsley disfrazado de Dhalsim, la presencia de dichos nombres con lustre para una misión meramente funcional escuece y se queda coja. Porque con Harrison Ford en pantalla, una premisa que prefiere enfrentar a críos contra los aliens a enfundarle el chaleco al maldito Han Solo, acaba siendo un problema. Por fortuna, es el nombre menos atractivo del póster el que termina dando la sorpresa. Asa Butterfield, más que realizar un gran trabajo, se descubre como una gran elección de casting al transmitir con su rostro aniñado la misma entereza que un adulto. El resto del elenco infante no se queda demasiado atrás y ahí tenemos a Hailee Steinfeld (Valor de Ley) o a Abigail Breslin (Pequeña Miss Shunshine) como los mejores exponentes de su generación.

