La historia que le faltaba a En tierra hostil.
Nota: 8,5
Lo mejor: El equilibrio entre cine de acción y crítica política.
Lo peor: El granulado de la imagen es exagerado en algunas escenas.
En 2003 George W. Bush soltó la liebre asegurando que Sadam Hussein tenía escondidas en Iraq armas de destrucción masiva (ADM) y que era necesario localizarlas y destruirlas para preservar la seguridad del mundo libre. El problema es que dicho armamento nunca existió (como posteriormente han reconocido) y todo fue un montaje para justificar la invasión a dicho país. Esa es la historia que nos cuenta esta película que se sirve de la mejor fórmula del cine bélico para no resultar aburrida en ningún momento. Había que contarlo, y no se me ocurre como es posible hacerlo mejor.
El alferez Roy Miller (Damon) es un alto mando de la divisón 85, encargada de encontrar las famosas ADM y que lleva semanas dando palos de ciego debido a confusos informes de inteligencia. Miller no tarda en ver que las piezas no cuadran y junto a un agente de la CIA (Brendan Gleeson) intentará demostrar que toda la operación parte de un informe falseado por un agente del Pentágono (Greg Kinnear). Las dos caras del ejército americano se enfrentan en una batalla por la verdad de una guerra que lleva cobradas entre 150.000 y un millón de vidas según diversas fuentes y por las que aún no se ha procesado a ninguno de sus instigadores occidentales.
La figura de los medios de comunicación tampoco escapa a una crítica que podría justificar por si misma el argumento de otra película, y que en este caso queda relegada a un mero recurso que infla la burbuja de culpabilidad del gobierno estadounidense. Y a diferencia de lo que ocurre en la práctica totalidad del cine bélico basado en la guerra de Iraq, la sociedad iraquí es retratada con una humanidad natural que se aleja del tópico radicalismo sin sentido.
Tenía que venir un inglés como Paul Greengrass para realizar semejante ejercicio de crítica a la administración Bush y a las fuerzas armadas americanas sin caer en ningún momento en la pedanteria, la saturación de datos o la indiferencia. Y eso es gracias al casi perfecto dominio del ritmo y la acción del responsable de United 93, que en Green Zone nos regala su mejor trabajo demostrándonos que es posible utilizar la fórmula de la superproducción para remover la mente del espectador más inquieto, permitiendo que el que sólamente busque un entretenimiento de primera se quede igual de satisfecho.
El uso de la cámara al hombro vuelve a ser la seña identificativa de la casa Greengrass, cuyo gusto por dotar de realismo y suciedad a las escenas de acción ayuda a que el público se sienta desde el primer instante en el centro de la batalla al igual que sucedía en la saga Bourne, pero que en ocasiones puede llegar a marear debido a sus constantes y rápidos cambios de encuadre y a un excesivo granulado (parecido al pixelado) que en escenas como la final llega a ser un poco molesto. Un defecto mínimo que se ve compensado de sobra gracias a secuencias como el asalto a la fábrica de inodoros o la explosión que abre la cinta.
Matt Damon demuestra que su éxito radica en un olfato inmejorable a la hora de elegir los proyectos en los que se implica más que en un talento interpretativo fuera de serie. El protagonista de El indomable Will Hunting realiza un trabajo meritorio alejándose del espía amnésico que le juntó por primera vez a Greengrass para ofrecernos a un militar con conciencia y sentido del deber en un cuerpo militar donde dichas cualidades brillan por su ausencia.
Un contraste que queda patente en la obvia comparación que nos presenta el realizador entre las polvorientas calles de la capital iraquí y el lujo del Distrito Verde, centro financiero y político de la ciudad y lugar escogido por el ejército estadounidense para levantar su centro de operaciones e invasión. Es entre esas paredes por donde se mueven los representantes de la doble moral que caracteriza a la política en la peor acepción de la palabra, en esta ocasión con el cuerpo y la voz del siempre inmenso Brendan Gleeson (Harry Potter, 28 días después) y el injustamente menospreciado Greg Kinnear (Matador, Mejor...imposible). Un casi irreconocible Jason Isaacs también se pasea por la función dando vida al que probablemente sea el personaje más flojo de toda la cinta, el del militar opuesto a Damon que no duda en cumplir las órdenes de sus superiores por muy cuestionables que estas sean.
Green Zone supone la confirmación de que la asociación Damon-Greengrass es una de las mejores cosas que le podría haber pasado al cine contemporáneo. Además de darle una patada en el trasero a la multipremiada En tierra hostil, a la que supera en casi todos sus apartados (hay que reconocer que la dirección de Bigelow es de las más inspiradas de los últimos años) y que ha triunfado gracias a la actual predilección de Hollywood por todo lo que huela a independiente. Pero si una de las dos ha de ser recordada en el futuro esa es la cinta protagonizada por Matt Damon, que debería ser de obligado visionado en todos los institutos estadounidenses e iraquíes.