Spike Jonze actualiza el software de la tragicomedia romántica
Nota: 9
Lo mejor: lo lejos que se atreve Jonze a llevar la idea principal.
Lo peor: que el doblaje asesine por completo el trabajo de Scarlett Johansson.
La excentricidad entendida como arte o la marcianada maravillosa ha sido la seña de identidad de Spike Jonze desde que se estrenara en el largometraje hace 15 años, tras convertirse en uno de los realizadores de videoclips más reconocidos de la industria, por meternos a todos en la cabeza de John Malkovich y avanzar el ocaso de Charlie Sheen. Tan sólo dos películas después, la incontestable Adaptation y la incomprendida Donde Viven los Monstruos, nos llega su gran obra maestra, Her; una película en la que el surrealismo como filosofía vital del estadounidense encuentra su mayor válvula de escape en una historia tan universal como ajustada a nuestro tiempo. Se trata de un éxito rotundo, arropado de forma inmejorable por un nuevo capítulo en la leyenda de Joaquin Phoenix y una banda sonora inolvidable, que deja definitivamente al aire los prejuicios sin fundamento de los que sólo ven en la obra de Jonze la máxima expresión no ya del modernismo o el 'gafapastismo', sino del más actual 'postureo' intelectual.
Her, tan pequeña y a la vez tan grande, casi como la invisible existencia de la inteligencia artificial que habita en el disco duro del protagonista, nace de una premisa ci-fi similar a la vista en el primer episodio de la segunda temporada de Black Mirror, pero evoluciona hacia uno de los grandes romances de nuestro tiempo. Sobre el papel, Jonze nos cuenta la llegada de un nuevo tipo de tecnología a nuestros dispositivos móviles que representa a la vez todos los defectos y también las virtudes de la tecnofília que asola nuestra era: desde el aislamiento y la dependencia materialista hasta el aprendizaje, el descubrimiento cultural e incluso el éxito laboral. Pero, en el fondo, lo que realmente nos regala el cineasta en su cuarta película de ficción es una enciclopedia sobre las relaciones humanas actualizada a 2014, en un año en el que nos falta poco para asumir como propios paradigmas que Asimov y K. Dick vaticinaban para un futuro mucho más lejano; a pesar de que la pareja protagonista no sea humana del todo.
Como sucede con los grandes dramas románticos, es imposible no encontrar paralelismos entre la vida amorosa de Theodor con la propia experiencia, por escasa o extensa que ésta sea, e igualmente inevitable preguntarse si el amor que siente el escritor al que da vida Joaquin Phoenix por la IA a la que pone voz Scarlett Johanson es más auténtico que el que le has podido profesar jamás a cualquier ser humano. Dicha complicidad y empatía nace de un acercamiento brutalmente honesto de Jonze a su premisa, en el que se atreve a tratar sin pudor y desde el principio si el amor de Samantha no responde a un (d)efecto de su programación, todo mediante unas conversaciones entre la pareja tan profundas como naturales y orgánicas. Y lo mejor de todo es que dicha duda ni siquiera representa al conflicto real de la película, sino que éste, tras detenerse en la dolorosa ausencia de presencia terrenal de Samantha, se adentra en el abismo virtual que separa a los dos amantes y navega hacia derroteros insospechados.
Por supuesto, la progresiva evolución de este romance no sería lo mismo sin su principal vehículo, Joaquin Phoenix. Es importante entender que su personaje no responde necesariamente a una definición de persona incomprendida o al prototipo de hombre al que no nos costaría nada imaginar conversando cariñosamente con Siri, sino que más bien se trata de un tipo muy sensible, con un gran sentido artístico y sin problemas reales de comunicación que, a pesar de codearse sin vergüenza con mujeres como Amy Adams, Rooney Mara y Olivia Wilde, aún nota un vacío en su interior. En una lectura opuesta al buen rollo y esperanza que exuda en su mayor parte la película, llega incluso a resultar terrorífico que la respuesta para este ciudadano de un futuro muy cercano se encuentre en un programa informático. Al igual que hiciera en Two Lovers o The Master, por citar dos de sus más recientes trabajos, Phoenix se adentra de cabeza en ese torrente emocional y se desnuda como si fuera de nuevo la primera vez, desapareciendo en Theodor de la misma forma que Samantha logra hacerse perceptible sin estar realmente ahí.
Y luego está Scarlett Johansson, o más bien su voz (que suena así). La decision de no permitir que la actriz fuera candidata al Globo de Oro por su papel en Her estaría justificada de estar ante un trabajo corriente de doblaje, ya sea sobre un personaje secundario creado por ordenador o incluso tratándose del rol central en una película de animación, pero no cuando estamos hablando del coprotagonista de una historia tan particular. Porque es el propio guión el que asume que el personaje sólo posee una herramienta para definirse, describiéndolo únicamente a través de las palabras, respiraciones e incluso gemidos. Y Johansson, que hasta ha tanteado con la escena musical y lanzado algún disco, no podría encajar mejor en el rol gracias a su hablar susurrante y áspero (pero sólo lo justo par resultar siempre seductor).
Con lo que no basta escudarse en una banda sonora a cargo de dos nombres de moda en la escena del rock alternativo, por mucho que éstos sean los ya consagrados Arcade Fire y Karen O (colaboradora de Jonze en su anterior cinta), ni en planos mudos con la expresión del personaje central como única protagonista, para denostar a Her como el último balón de aire del cine moderno, sino que, más bien, todos deberíamos alegrarnos de que la última película de Spike Jonze ayude a dar sentido a una corriente no exenta de sospechas de oportunismo (que se lo pregunten al Gondry post-Kauffman, por ejemplo). Porque Her es una joya por sí misma, en la que una escena tan deudora del videoclip como el "paseo" de los enamorados a ritmo de una melodía de piano es capaz de contarnos muchas cosas, y todas de una belleza apabullante, a pesar de que haya quien sólo vea al tipo enfermizo que antes llevaba barba hacer el panoli con los cascos puestos.