Nolan juega a ser dios en 5D
Nota: 7'5
Lo mejor: ¿cabe alguna duda? Matthew -puto amo- McConaughey.Lo peor: la insostenibilidad de la propuesta de Christopher Nolan.
Los que hayáis visto la ineludible Matar a un Ruiseñor recordaréis que al comienzo del film aparecen unas monedas en una caja de puros. Bien, pues dichos metales datan de 1962, pero la historia que narra la protagonizada por Gregory Peck está ambientada en el año 1932. Y vosotros os preguntaréis que adónde carajo quiero llegar con esta anécdota, porque sí, podría haber comenzado con una alegoría a las evidentes referencias sci-fi de las que bebe la última cinta del realizador de Memento, pero, amigos míos, en un universo en el que el ser humano todavía desconoce gran parte de las leyes que lo rigen, parece que nada sucede por casualidad.
Precisamente, no es cosa del azar haber traído a colación la película de Robert Mulligan, y no sólo por ese pequeño gazapo de su prólogo que bien podría funcionar como paradoja temporal en la realidad creada por el colega Nolan, sino también porque Interstellar, además de narrar una historia de ciencia ficción con viajes espaciales y retorcer las teorías físico-cuánticas inspiradas en su día por autores como Ray Bradbury o H.G. Wells, también retrata una relación paterno-filial, tan intensa como la que refleja la cinta basada en la novela de Harper Lee, tan omnipotente que desafía incluso al espacio-tiempo hasta límites insospechados; todo ello contado a través de un relato que nos traslada a un planeta Tierra en el que la humanidad está al borde de la extinción, asolada por la hambruna, el agotamiento de los recursos y la amenaza constante de un polvo contaminado que no permite la regeneración del ecosistema. Los pocos supervivientes que quedan se dedican a trabajar los campos para obtener algún alimento y la educación se ha vuelto un privilegio reservado sólo para quienes demuestren cierta valía intelectual desde la infancia. En mitad de este desolador escenario encontramos a Cooper (Matthew McConaughey), un ex-piloto de la NASA y padre de familia viudo que lucha por sacar adelante a sus dos hijos y al abuelo de éstos.
Tras una serie de extraños acontecimientos, nuestro protagonista acabará siendo enviado al espacio exterior junto a la doctora Brand (Anne Hathaway), otros dos tripulantes (Wes Bentley y David Gyasi) y un robot muy cachondo. El objetivo del equipo será hallar un planeta habitable que permita la salvación de la especie humana, pero en esa peligrosa misión no sólo se enfrentarán a los desconocidos peligros que entrañan los viajes intergalácticos, sino que tendrán que lidiar con un enemigo mucho mayor en una carrera contrarreloj por la vida de los seres queridos que abandonan en la Tierra: el tiempo. Y es que más allá de una aventura galáctica, lo que tenemos ante nosotros es una grandilocuente -demasiado- visión sobre el amor y su función, sobre la razón de su existencia no sólo como emoción de naturaleza humana, sino como un sistema que va más allá de lo que, hasta ahora, podíamos comprender.
Si bien este intento por introducir dicho sentimiento como variable en una ecuación ya de por sí compleja no hubiera resultado del todo desacertado en un segundo plano, lo cierto es que nuestro amigo Chris, junto a su hermano Jonathan, con el que una vez más ha colaborado en el guión, eleva hasta tal punto la relevancia del mismo que el resultado es una película pomposa en exceso, que transmite al espectador una sensación de incredulidad mucho más acrecentada en aquel sector del público enemistado con la arriesgada premisa propuesta por Origen, en cuyo desarrollo no son pocos los que hallaron un fundamento débil y tramposo. Así pues, muchos no encontrarán la consistencia sufienciente en un libreto que, además de incoherente en ocasiones, peca a veces de pedantería, cierta previsibilidad y algunos tópicos. No hablemos ya de la complicación que puede suponer para otros un lenguaje plagado de tecnicismos en el que, aunque hay un evidente esfuerzo por aproximar las explicaciones científicas a toda la audiencia, no será suficiente para aquellas mentes menos doctas en el campo.
Al margen de todos esos "peros", hay que reconocer y aplaudir la valentía del director londinense a la hora de enfrentarse a proyectos de una envergadura casi inabarcable y su virtuosismo en cuanto a la construcción de historias que presumen de un nivel técnico brillante. Porque a lo mejor Interstellar no es del todo sólida en su entramado, pero resulta un espectáculo audiovisual ineludible, lleno de momentos realmente tensos y emocionantes para los amantes de la sci-fi. Y es que Nolan, a pesar de todo, sabe rodar y lo hace cojonudamente bien. Tanto que esos 7 contundentes euros que nos hemos dejado en la entrada captan todo su sentido en el placer que producen esas 2 horas y 45 minutos -una duración que bien podría haberse reducido sin perjudicar al filme- de auténtico show en pantalla con escenas y planos verdaderamente multiorgásmicos, siempre musicalizados por el majestuoso Hans Zimmer, que encuentran su clara inspiración en otros grandes antecedentes del género como la Odisea de Kubrick o Elegidos para la Gloria, de Philip Kaufman.
De esta última referencia, además, el realizador no sólo rescata determinados aspectos argumentales y ambientales, sino que el propio personaje principal, al que encarna un estratosférico e imparable McConaughey, encuentra su base en el rol que Sam Shepard interpretó en la cinta de 1983, en la piel del célebre piloto militar Chuck Yeager, un norteamericano común, un ciudadano de a pie, sin estudios universitarios, pero con un par de pelotas mas grandes que el estadio de los Dodgers. Aquí, el protagonista de True Detective soporta sobre sus hombros prácticamente todo el peso del film con una superioridad sobresaliente y sin sorpresas. Porque ya nadie duda de aquel chico mono que empezó con Movida del 76 y llenó su filmografía de bodrietes románticos hasta el punto de que ninguno de nosotros hubiéramos apostado un solo centavo por él y, hay que joderse, en poco tiempo ha demostrado que es uno de los mejores actores que existen en Hollywood.
En consonancia al sensacional trabajo de maese Matthew encontramos a unos acompañantes que no se quedan atrás, como Anne Hathaway, que no sólo cambia el ceñido traje de Catwoman por una escafandra sino también la osadía de la gatita por la timidez y la ingenuidad de un cerebrito. Por la misma función pasea palmito también una Jessica Chastain que, en los pocos minutos de metraje que ocupa, sabe acaparar todas las miradasde los espectadores, sin olvidar los secundarios rostros del ya habitual nolaniano y siempre sabio Michael Caine o un frío -como de costumbre- Matt Damon.
Para unos, Interstellar es ya una obra maestra del género; para otros, sólamente se trata de una película grndilocuente y disfrutable que pierde un poco el norte. Con todo, el último trabajo del niño bonito de Hollywood ha traspasado con éxito unas fronteras dimensionales y ha desafiado unas leyes que hasta ahora pocas cintas se habían atrevido a abordar, y al londinense no le ha salido mal eso de jugar a ser dios esta vez. "No entres dócil en esa buena noche", Nolan, pero ojito, tampoco con una ambición que puede ser la perdición de un talento nato.