Nota: 5'5Lo Mejor: Los constantes sobresaltos conducidos por una tensión bien construída.Lo Peor: La supremacía de ese deseo por acongojar al espectador abandona a la trama a su suerte, dejándola un poco coja.
No se me ocurre mejor símil para comparar La Mujer de Negro que un paseo por una Casa del Terror de manual de esas que existen en todo parque de atracciones. Mansión encantada como epicentro del horror, seremos testigos de extraños ruidos procedentes del desván, niños que aparecen y desaparecen, viejillas cadáveres que sueltan alaridos como si Sálvame hubiera sido omitido de la programación, un pueblecito con habitantes más rarunos que una aldea de Amish retratada por Shyamalan y un montón de tópicos más que no nos descubren nada que no hayamos visto antes y, sin embargo, con la ambientación adecuada y la tensión sonora necesaria, la cinta logra poner los pelillos de punta a un público que nunca termina de acostumbrarse a este tipo de sustos.
Ciertamente, no podría ser menos tradicional procediendo de la costumbrista mano de la Hammer, la productora por excelencia del terror de los años 60, que en 2010 regresó a la gran pantalla con la digna versión americana de Déjame Entrar. James Watkins, un tipo con una trayectoria profesional como director de un tamaño proporcional al vocabulario de Guti, se ha encargado de dirigir esta pieza de género, una obra posterior a su primera titulada Eden Lake, con el tan de moda Michael Fassbender entre el reparto y que antaño nos descargábamos temerosos desde MegaUpload -añorados tiempos aquellos- porque en la portada se veía sangre, sombras raras y una tía acongojada y eso siempre mola. Aparte de eso, el cineasta se ha dedicado a ejercer como guionista en, por ejemplo, la segunda entrega de The Descent, lo cual me sirve de pretexto para recomendar la primera parte de dicha saga a los fans del terror independiente, una joyita.
Vayamos al grano. En esta segunda incursión, el cineasta se basa en una novela de la inglesa Susan Hill para relatarnos el típico cuento de miedo ambientado en la época victoriana de Jack el Destripador y Darwin. El protagonista (Daniel Radcliffe), quien perdió a su esposa al concebir a su hijo, es un abogado que es enviado a un pueblecito remoto para encargarse del legado de una anciana recién fallecida y de su espeluznante mansión. Durante su estancia, se verá envuelto en una investigación por esclarecer una serie de hechos que atormentan a los aldeanos y a sus niños.
Desde el principio asistimos a una obra lúgubre y gótica, en la que el clasicismo no sólo reina en el decorado y la técnica, sino también en ese sub-género tan explotado de fantasmas. Watkins se limita a representar una narración que carece de originalidades y que recurre a los sobresaltos tradicionales encarnados en rostros que aparecen repentinamente en el reflejo de un cristal, figuras de infantes que corretean por las estancias, personas que aparecen por detrás como si se te hubiera caído el jabón en la ducha de Carabanchel, horro-muñecas de porcelana o sonidos sobrecogedores por los que cualquiera con un mínimo de coherencia hubiera cogido la puerta y se hubiera largado de la casa cagando leches, pero como estamos en una película y ya sabemos que el prota no puede hacer eso, pues se acerca a la cueva del lobo con dos cojones -cógete un machete aunque sea, por dios-. Lo bueno, es que el uso de estos tópicos da resultado, y durante el visionado del film no serán pocas las veces que despeguemos el trasero del asiento impactados. Es admirable, por tanto, el resultado que logra el cineasta en transmitir un sentimiento tan básico y tan difícil en el cine actual como es el miedo.
El que no termina de convencer tanto es
Asimismo, la segunda pega con la que nos encontramos en el metraje, es la ausencia de una trama un poquito más currada, pues aunque el sobresalto está más que asegurado, parece que Watkins no se ha molestado demasiado en narrar una historia con algo más de razonamiento. No puedo desvelaros el final, pero sólo deciros que os deja más indiferentes que mi último artículo sobre los TP de Oro. La verdad es que un desenlace tan soso resulta una decepción tras mantener una tensión constante jugando muy bien con esa parte tontaca del cerebro humano, que sabe que de un momento a otro llega un susto y aún así resulta acojonantemente inesperado.
En definitiva, La Mujer de Negro puede servir de entretenimiento no sólo para un público quinceañero, sino también para un espectador más adulto que quiera, al menos, pasar un rato dominguero sin gastar mucha neurona y reviviendo aquella sensación aterradora de rebuscar tu camiseta favorita en el cubo de la ropa sucia y tocar las mega-bragas de la abuela. Vale, Radcliffe es como un Justin Bieber en la Casa del Terror de las fiestas del barrio, la trama es un poco flojilla y los tópicos abundan, pero oye, hacía que no veía saltar a la gente en las butacas desde que vi la última de Crepúsculo, todos masturbándose como locos. En esta ocasión, por suerte, fueron consecuencia del miedo, aunque no sé en cuál he sufrido más.