Un increíble naufragio a la deriva de la imaginación
Nota: 8
Lo mejor: la belleza de una experiencia sensorial ineludible.
Lo peor: ojo, todo cine contemplativo es perseguido por la larga sombra del sopor.
A veces las historias son algo más que simples relatos, más que cuentos que navegan entre el realismo y la
fantasía para esconder en sus entrañas una enseñanza. Incluso puede ser que algunas historias
guarden terribles secretos tras su magia, secretos dolorosos, secretos
de una verdad mucho más desagradable y difícil de digerir. Ang Lee ha
encontrado una asombrosa y fascinante que contar, una que la prodigiosa
pluma de Yann Martel tatuó sobre el papel y que el director de Tigre y
Dragón ha querido trasladar al lenguaje del séptimo arte. Tarea nada
sencilla, amigos, y nada alentadora en manos de un realizador que se
pierde entre la divagación el tiempo suficiente como para generar sopor. Pero dejemos a un lado los prejuicios porque todas las virtudes del
cineasta están presentes en mayor medida en La Vida de Pi, con algún
resquicio quizá, pequeñito, de su mayor defecto que, al fin y al cabo,
es no dejar de ser Ang Lee, ése del otro Hulk y Brokeback Mountain.
Adaptada
por la mano del guionista de Descubriendo Nunca Jamás, David Magee, La
Vida de Pi comienza con un escritor en busca de una vivencia que inspire
su próxima novela. De manera casual llega hasta Pi (Irrfan Khan),
un hombre de origen hindú con un impresionante relato, una historia de
fuerza y supervivencia en la que un joven Pi (un esplendoroso Suraj
Sharma) naufragó al hundirse el barco en el que viajaba
con su familia, pero en su travesía no estuvo solo, un tigre de bengala
fue su fiel compañero de viaje.
No obstante, no os dejéis engañar por una trama o un tráiler que en primera instancia evocan esa emocionante aventura de un chico junto a su particular mascota, porque esta Pi no va de eso, sino de visiones, se trata de un profundo ensayo sobre la vida y sus perspectivas, un análisis que va mucho más allá de la curiosidad infantil que reina en el prólogo y de la predecible y repentina transición que sabemos sufrirá el protagonista tras su traumática experiencia. Esta Pi es una metáfora en sí misma, contada de una forma única y asombrosa.
Y
es que un relato tan increíble sólo podía narrarse de una forma igual
de increíble. La última obra de Lee, cercana en su estética fantástica a
la The Fall de Tarsem Singh y compartiendo con ella la magnificiencia
del paisaje hindú, es cautivadora de principio a fin, mágica, repleta de
colorido y belleza. El oriental aprovecha las posibilidades que le
ofrecen los adelantos técnicos y confecciona un entorno estimulante y
poético para los sentidos únicamente posible en la imaginación de los
virtuosos. Una manufactura brillante que hace que la película se configure como una auténtica delicia sensorial.
A
pesar de la seducción hipnótica de cada plano del filme, no escaparán
muchos espectadores -advertidos quedan los adoradores del blockbuster puro- a cierta sombra de soporífera sensación, sobre todo
en la parte intermedia del metraje, en la que el monólogo del
protagonista a la deriva puede antojarse algo prolongado en el tiempo.
Claro que un mensaje final contundente precedido de un inesperado giro,
ángel exterminador de la ingenuidad que ha embargado místicamente al público, puede componer tal desarreglo propio de un cine
contemplativo como el de Lee.
La
Vida de Pi es esa historia que no es una mera historia, sino una que se degusta, una que se disfruta con
todos los sentidos, es ésa que
enseña, ésa que incluye magia, que incluye realismo, ésa que oculta un
secreto, pero, sobre todo, es ésa en la que no importa qué se cuenta,
sino cómo, y si Ang Lee me preguntara en este momento con cuál de sus
historias me quedo, le diría que esta de Pi es, sin lugar a dudas, la
más acojonante.