Como una película de Woody Allen sin alma.
Nota: 5
Lo mejor: un reparto competente capitaneado por la difícil de ver Robin Wright Penn.
Lo peor: un aire a proyecto independiente con pretensiones que no termina de alcanzar el nivel.
Estamos ante una película de interiores, es decir, de personajes. La historia toma al personaje de Pippa como eje para contarnos las diferentes relaciones que tiene con su entorno y las que tuvo durante su crecimiento contadas a modo de flashbacks. Pero ninguno de los roles que acompañan a la protagonista a lo largo de su vida consiguen despertar realmente el interés y pocas situaciones consiguen sorprender al espectador. Con lo que realmente estamos ante una cinta que se sirve de dramas anónimos al azar para realizar un ejercicio interpretativo con el mismo interés que un telefilm de sobremesa para todo aquel que no siga a sus actores.
Esta vida no tan privada de Pippa Lee no termina de funcionar por culpa de una falta de personalidad que lleva a la directora Rebecca Miller a copiar y pegar estilos, tonos y ambientes de otras tragicomedias más o menos independientes que han sido del agrado de los académicos en esta primera década de siglo. Así nos encontramos un aire onírico que recuerda mucho a Amelie pero con una propuesta más austera de estas que el cine independiente considera indispensables para dar rienda suelta a sus actores.
La esposa de Sean Penn me tiene enbobado desde La Princesa Prometida, por eso me complace sobremanera que se aleje de los habituales papeles secundarios y aproveche un protagonista que de haber venido acompañado de un conjunto a la altura hubiera recibido varias nominaciones de estas que nadie discute. Su trabajo es el único de toda la película que refleja los resultados de un perfecto conocimiento del personaje mientras que el normalmente espléndido Alan Arkin se limita a recitar sus diálogos con cara de indiferencia (realmente es un papel poco agraciado).
Del resto del espectacular reparto que podéis leer en el poster iros olvidando ya que a excepción de Keanu Reeves y Winona Ryder apenas aparecen en una o dos escenas. Lo del protagonista de Matrix es un caso de stevenseagalismo acojonante. El tipo intenta evolucionar en su carrera pero no deja de hacer honor a su fama de inexpresivo como si se hubiera caído de pequeño en una marmita de botox. Ryder por su parte borda
La Vida Privada de Pippa Lee es ese relato que ya has escuchado varias veces pero que no deja de ser tan agradable como inocuo y que además te permite disfrutar de una actriz tan personal como bella y un reparto de viejos conocidos. Aunque no deja de ser una lástima que Robin Wright Penn no haya tenido más suerte en su esfuerzo por sustentar todo el conjunto.