Superar la adversidad, conquistar a la chica y luchar contra tiburones, por Ben Stiller
Nota: 6,5
Lo mejor: el homenaje a Space Oddity, de David Bowie, interpretado por la maravillosa Kristen Wiig. Lo peor: que te la sabes de memoria.
La Vida Secreta de Walter Mitty, a lo largo de sus dos horas de metraje, se transforma en la versión extendida de su maravilloso tráiler. Ni menos ni, por desgracia, más. Y es que a pesar de que estamos ante la mayor apuesta en la carrera de Ben Stiller, director y productor del proyecto además de su protagonista absoluto, también nos enfrentamos a su trabajo tras las cámaras menos cachondo, irreverente o, en definitiva, más familiar. Tanto para bien como para mal, ya que el temido adjetivo convierte a este remake en una cinta que podrán disfrutar tanto el nieto como el abuelo, introduciendo una vocación generalista en la filmografía de un realizador más acostumbrado a regalarnos comedias con el desparrame y la provocación por bandera, ausentes en la vida de Walter Mitty. Aquí, el responsable de Zoolander cambia su cachonda Mirada Azul por la de cordero degollado y nos ofrece la película 'buenrollista' de las Navidades, tan azucarada y blanda como un turrón al microondas; y aún así, una que da pie a hacerse un poco el tonto para disfrutarla con ganas. En la que es su quinta película como director, con Stiller a las puertas de los 50 y asomando unas sanas intenciones por evolucionar, el cineasta nos plantea una metáfora cinematográfica en toda regla: la destrucción del hombre gris y encorsetado en el que se ha convertido el ciudadano de los siglos XX y XXI, más recluido aún en su cubículo personal gracias a la dictadura de los grupos corporativos y las redes sociales. Un mensaje que puede sonar antiguo e inocente en una era en la que el ser humano tiene a su disposición más herramientas que nunca para la individualización, y que resulta bastante menos válido que en la cinta de culto de 1947 en la que se ha basado lejanamente Stiller para confeccionar su relato, inspirada a su vez en el relato corto de James Thurber para The New Yorker, publicado una década antes (y que podéis leer aquí). El protagonista de la nueva versión es un trabajador del departamento de fotografía de LIFE, que ve peligrar su puesto ante la inminente publicación del último número físico de la revista, reconvertida en un medio digital por sus nuevos compradores. Para colmo, Walter, en uno de sus momentos en blanco (o "idas de olla", como han traducido en el doblaje español), ha perdido la instantánea destinada a ocupar la portada que le había enviado el fotógrafo-gurú de moda, Sean O´Connell (interpretado por el siempre intenso Sean Penn), provocando el acoso y derribo de su nuevo y caricaturesco jefe, al que encarna Adam Scott más como un abusón de colegio que como un alto ejecutivo. Animado por su compañera y anhelo secreto Cheryl (Kristen Wiig, de SNL), el hombrecillo no dudará en emprender un periplo por el mundo a la búsqueda del artista, con la esperanza de que posea otra copia de la fotografía, sin ser consciente de que la aventura forjará un carácter hasta ahora escondido bajo un vestuario de pensionista. A priori, Ben Stiller parecía el hombre indicado, tras dos décadas interpretando al americano medio panoli, para confeccionar esta metáfora sobre la soledad y la cobardía. El cómico hace gala de su consabido virtuosismo tras las cámaras, construyendo planos y secuencias mudas tremendamente descriptivas y jugando de forma inteligente con los colores, las formas y la música. Paradójicamente, donde no da la misma talla es a nivel interpretativo, no tanto en los primeros compases de la cinta sino más hacia el final, cuando el rol va dejando de ser un hombre de hojalata para acercarse a la figura del león. La transformación pasa más por estudiados cambios de vestuario y estilismo, en una jugarreta más cercana a la de un anuncio de teletienda que a la de la auténtica interpretación, y no se termina de ver del todo al envalentonado y sabio Walter que protagoniza el último tercio, necesitado más de un Tom Hanks o un Dustin Hoffman que del bienintencionado protagonista de Ahora los Padres son Ellos.Es en el aspecto visual donde encontramos la justificación más potente para la realización del remake, sobre todo después de disfrutar de las espléndidas transiciones entre las espectaculares ensoñaciones del protagonista y su anodina vida real. El problema, como sucede más de lo habitual hoy en día, reside en que la mayor parte de las fantasías de Walter ya han sido reventadas en los avances y apenas encontramos en la película un par de escenas oníricas inéditas, como esa chocante y maravillosa bizarrada-homenaje a El Curioso Caso de Benjamin Button. Además, a medida que el personaje avanza en su recorrido vital, las ensoñaciones pierden presencia y se ven sustituidas por las propias experiencias del protagonista, al que cuesta ver reconvertido en una especie de Bear Grylls todoterreno, luchando contra tiburones, escalando montañas y recorriendo medio mundo en patinete. Y pese a todo, lo que realmente duele en La Vida Secreta de Walter Mitty no es su falta de capacidad para sorprender, sino los bajones puntuales de ritmo, sobre todo a las puertas del tercer acto; que no sea capaz de mostrar un poco más de solidez aunque sea respetando la simpleza de su historia para, por lo menos, poder hablar de una fábula de corte clásico recomendable más que de una peliculita amable y agradable a la vista. Por eso es una pena que la aparición de Sean se traduzca en un galimatías pedante, con la innecesaria intervención de la madre del protagonista (una desaprovechada Shirley MaccLaine), en lugar del catalizador y explicación final del misterio que la historia pedía a gritos. Una falta de coherencia que le resta empaque y la sume aún más en su miseria argumental, pese a que su apego a la inocencia y sus ganas de provocar emoción en la audiencia nos haga perdonar que, en realidad, la vida de Walter Mitty esconde pocos secretos.