El mejor Clooney repartiendo "voluto" a la clase política
Nota: 7'5
Lo Mejor: Se trata de un drama político crepuscular que se mantiene elegante, frío y en tensión constante.Lo Peor: La pretensión de una crítica social que hemos escuchado ya miles de veces.
La película es indigna, vergonzosa, y lo afirmo en el mejor de los sentidos en cuanto a la síntesis de la misma sobre la política estadounidense. Irónica en su desarrollo, trágica e injusta. De su visionado se extrae la reafirmación de la penosa resignación social existente en cuanto a un fenómeno habitual que continuamos permitiendo y que hasta su propio protagonista admite por ambiciones propias. Esta es una de las muchas conclusiones de la quinta incursión de nuestro Giorgio "Nespresso" Clooney en la dirección y lo cierto es que resulta admirable la consecuención de una obra que consta de una tensión argumental omnipresente sin recurrir a artificios, grandes explosiones o intensos tiroteos que conviertan una cinta de espionaje en un Bourne o un romance en un Avatar, atractivos para el público actual por resultar a primera vista más llamativos que un tema tan poco estimulante para el espectador palomitero como podría ser la política, no en todos los casos, claro. A Los Idus de Marzo no le es necesaria ninguna ornamentación basada en efectos para mantener al público con un sobrecogimiento estomacal continuado y el deseo de desentramar el minuto que procede a la acción inmediata.
Está claro que al anterior trabajo de Clooney, Ella es el Partido (2008), le faltaba la suficiente calidad como para no ser tenido en cuenta, pero con Buenas Noches y Buena Suerte (2005), el actor demostró que su trasero podía encajar bien en la silla de director y la verdad, es que dicho currículum experimental, gracias en gran parte a su colaboración con colegas de nivelazo profesional, comienza a percibirse y mucho. Si en sus anteriores obras constató que le iba la crítica social más que a Flipy un Kinder Bueno, esta vez, sigue la misma tendencia moralista, sólo que con una enseñanza en la que estamos más que curtidos.
Como ya hiciera Tim Robbins en una de sus incursiones como realizador en Ciudadano Bob Roberts, Los Idus de Marzo se sirve de la representación de unas primarias electorales estadounidenses, de esas en las que los políticos se tiran de todo menos los tejos, para manifestar un entramado político con juego sucio. La historia se centra en el joven asesor Stephen Meyers (Ryan Gosling) del candidato demócrata (Clooney) y en su repentino desengaño de todos los principios que rigen su ética al traspasar el filtro de la mentira, la hipocresía y la traición que reinan en un escenario en el que la corrupción y los vicios de los políticos han de quedar ocultos, y no intentes imponerte como un justiciero que lucha por exponer al mundo la verdad, porque si no, estás jodido.
Los Idus de Marzo es una adaptación de la obra teatral Farragut North, de un escritor que participó en la elecciones del 2004, Beau Willimon, y no en vano la película de Clooney obtuvo una nominación al Mejor Guión Adaptado en los recientes Oscar, aunque fue, paradójicamente, la protagonizada por el intérprete, Los Descendientes, la que se llevó el gato al agua. Aún así, un libreto de lo más ensamblado y potente es la gran baza con la que cuenta Los Idus de Marzo, en el que reposan una intensidad y un ritmo que se apoya en unos diálogos frívolos, elegantes y espléndidamente hilados cuya oratoria acelera el metabolismo. Algo asi como un Frost contra Nixon o la clásica El Candidato que contiene la ficción en la palabrería, con un desenlace desolador.
Por supuesto, el reparto lleva a cabo un trabajo excelente, haciendo honor a su consideración general. Clooney se desenvuelve cómodamente en el rol de Mike Morris, el candidato demócrata cuyo maquillaje esconde más que imperfecciones. Philip Seymour Hoffman va más allá en su actuación y logra que temamos a un director de campaña con una ausencia total de empatía nutrida por sus principios profesionales y ambición. Lo mejor es que su antítesis dramático, Paul Gimamatti, se encuentra al mismo nivel interpretativo, aunque la repulsión de su personaje baja un escaño por un gradiente de hipocresía algo inferior al de su enemigo y no teme mostrarse como la sabandija que es utilizando sus artimañas para que el candidato opositor a Morris salga triunfante. Ryan Gosling muestra su valentía al lidiar con estos pesos pesados y se pone en la piel de un asesor electoral inteligente y perspicaz pero ingenuo en cuanto a la fe que profesa a los sujetos a los que dedica su amada profesión. Un chico cuya percepción ética sufre un proceso de deformación hasta transformarse en un antónimo de su originario tras vivir el peor día de su vida.
El puntito femenino se deja en las buenas manos de la joven Evan Rachel Wood (La Conspiración) y la veterana Marisa Tomei. La primera en la piel de una becaria que resulta ser la hija del presidente de la Asociación Demócrata y que tiene bastante más que decir de lo que se presume en su primera escena. Tomei da vida a una periodista que, al igual que sus objetivos mediáticos, tiene pocos escrúpulos y una ambición proporcional a su hipocresía.
Aunque Los Idus de Marzo posee más aspectos positivos que negativos, no sorprende en lo que trata de denunciar y eso, además de ser triste a nivel social, también resulta pernicioso a nivel cinematográfico cuando se alardea de profundidad y se rebasa lo pretencioso. De todas maneras, nada extremadamente perjudicial como para desdeñar su calidad, pero cuidado con aquellos que no son dados a las películas crudas apoyadas en una tensión dramática y de guión, podiendo antojárseles esta cinta espesa.
Es tremendamente desolador que no sorprenda el juego sucio de la política y el consentimiento al que socialmente está solapado. El efectismo que Los Idus de Marzo provoca no podrá estar basado en la sorpresa y el impacto de un fenómeno que hemos absorbido y conceptualizado dentro del ítem de la normalidad, pero Clooney nos recuerda al menos nuestra "miserabilidad" humana a través de una premisa con un desarrollo inquetantamente tenso y un final triste y moralmente decepcionante que deshecha la utopía cinematográfica del eterno triunfo del bien y la justicia sobre el mal y nos recuerda la penosa realidad de nuestros días. Aún así, siempre e irremediablemente volveremos a pensar que somos felices y comemos perdices. Aquí no ha pasado nada.