Cortés, el iluminado
Nota: 7
Lo mejor: la confirmación tras Enterrado de que Rodrigo Cortés es un genio del suspense.
Lo peor: la escena con el telón de fondo a lo Twin Peaks.
De Ryan Reynolds enterrado hora y media en un ataúd a Robert DeNiro como presunta revolución del mundo paranormal hay un trecho, o eso parece, ya que en el fondo, en la carrera del director Rodrigo Cortés tras debutar con la rescatable -aunque caótica- Concursante se puede encontrar un patrón más que obvio en el vuelco del realizador con la tensión y el suspense. Y si su mérito hace 2 años estaba en mantener el ritmo en un escenario tan reducido como una caja de madera y con un solo intérprete (algunos dirían que medio), imaginaros de lo que es capaz con el mundo a sus pies y tres todoterrenos como Weaver, Murphy y DeNiro. Pues sencillamente, de cascarse el que de momento es el mejor thriller del año y a buen seguro una futura película de culto para los aficionados al misterio paranormal.
Desde su mera premisa e introducción de personajes, Luces Rojas se convierte en todo un homenaje a la parapsicología con guiños a ese cajón de sastre en el que el sensacionalismo ha convertido a esta paraciencia (con programas como Cuarto Milenio, que no dejan de ser puro entretenimiento). Los doctores Matheson (Sigourney Weaver) y Buckley (Cillian Murphy) son el reverso científico y realista de Mulder y Scully -póster de I Want to Believe en la oficina incluido-, dedicados a investigar sucesos sin explicación aparente como el que abre la cinta: un poltergeist de manual. Tras la reaparición pública después de 30 años retirado del que fue considerado el mentalista más poderoso de la historia, Simon Silver (Robert DeNiro), entre la pareja de científicos comienza a crearse una brecha, ya que Buckley ve en Silver al sujeto de pruebas definitivo para desmontar a todos los farsantes, mientras que ella prefiere mantenerse al margen dado su pasado común con el vidente. Y la pregunta ya está sobre la mesa. ¿Es Simon Silver una farsa o, en cambio, la prueba definitiva de la existencia de otras formas de energía?
Y de esa respuesta depende todo el film, centralizado en Silver, que cual Hannibal Lecter, no cuenta con demasiadas apariciones en pantalla pero cuya presencia es en todo momento intuible, incluso, como refuerzo de sus misteriosos poderes, que abarcan el ABC de la parapsicología: desde doblar cucharas a la proyección astral pasando por la levitación y la sanación. Cortés, también guionista, acierta de lleno creando una mitología previa del personaje gracias a retazos de antiguos programas de televisión (el actor que interpreta al joven Simon Silver no solo tiene un gran parecido con DeNiro, sino que no se trata de ningún intérprete, sino del director español Eugenio Mira, el de Agnosia) y elaborando una repercusión mediática en torno al regreso del mentalista, sustituyendo incluso su presencia por la de su agente, una magnética Joely Richardson (Nip Tuck, Millenium 1) a la que cada día los años le sientan mejor.
La pregunta aparece ante la audiencia desde el primer instante y no desaparece hasta el último. Para el personaje está reservado un acercamiento con la cámara distante, no ya frío, más bien gélido y perfecto reflejo de esa actitud escéptica con la que el espectador analiza cada movimiento de Silver. Pero claro, es que la manipulación de Cortés va por otro lado, uno tan bien combinado en su triple labor de escritor, director y montador que convierte a ese personaje -y a Luces Rojas en general- en un misterio con un proceso de descifrado apasionante hasta su polémico final. ¿Has dicho polémico? Como el que más.
Sin entrar en grandes detalles, ya hemos dejado claro que un film construido en torno a un personaje que es una incógnita en sí mismo depende necesariamente de una respuesta satisfactoria. Desde luego, corresponderá a cada espectador asumirla en conflicto o sintonía con sus preferencias, pero lo que desde luego no hace Luces Rojas es dejar colgado a nadie. Su final es tramposete y desequilibrado en sus giros y golpes de efecto, vale, pero tiene esa mínima solidez como para resultar coherente con todo aquel que haya aceptado de primeras el juego que propone y mantiene la cinta en todo momento. Y eso, sencillamente, es tener éxito en los grandilocuentes objetivos que se plantea la cinta.
Otro de sus grandes valores es recuperar al mejor DeNiro tras años de inyecciones en el pene (literalmente). No es que el protagonista de El Rey de la Comedia realice aquí una labor colosal reivindicable en los Oscar ni mucho menos, lo que sucede es que Cortés hace más de la mitad de su trabajo dejando que la leyenda por sí misma haga el resto. Para dar el callo ya tenemos a la siempre amazónica Sigourney Weaver y a Cillian Murphy, cuya eterna cara de adolescente solo es equiparable a su versatilidad. Otra que sale bien parada es la joven Elizabeth Olsen (Silent House), luz brillante donde las haya en un rol unidireccional capaz de comerse a robaescenas habituales como Leonardo Sbaraglia (pelín desatado, por eso de que hace de italino supongo...) y Toby Jones, que con El Topo demostró que encasillarlo, como es el caso, es perder oportunidades.
Pero a pesar de nuestro entusiasmo, a Luces Rojas conviene acercarse con el mismo escepticismo del que hacen gala los protagonistas como suele ser recomendable en cualquier relato de misterio, pero también, con la tranquilidad que arroja a partir de ahora el nombre de Cortés, que se pone aquí al nivel del mejor Shyamalan con la única obsesión de no perder en ningún momento la atención del espectador. Él es Luces Rojas y también el culpable de que ese efecto residual en la audiencia dure más allá de debate post-visionado, o , en definitiva, el único sobre el que no existen dudas respecto a su capacidad de introducirse en la mente de otras personas. Un aténtico mago del suspense.