Revista Cine
O por qué Tom debería fundar su propia religión
Nota: 6,5
Lo mejor: el dúo Cruise-Pegg. Lo peor: que ninguna película de acción debería durar más de dos horas con créditos incluidos.
Probablemente, uno de los mayores misterios del Hollywood moderno -o todo lo contrario- sea la transformación de la mayor estrella de los 90 en la cabeza visible de una secta ilegalizada en varios países. Una postura incomprensible que nos ha deparado tantos momentos de perplejidad como de recochineo a la vez que devoraba ese estatus olímpico del que gozaba el actor, y que encima hoy descubrimos que era innecesaria. Tom Cruise es cienciólogo por la sencilla razón de que no le apetece fundar el Cruisismo, total, para qué hacerlo cuando cada 5 años se puede pagar un chute mesiánico en toda regla que nunca falla a la hora de convocar a los fieles a la parroquia. Aunque claro, ¿Te imaginas al cura de tu pueblo escalando la torre más alta del mundo? Yo tampoco, y quizás esa sea una de las razones por las que hace años que no voy a la iglesia.
Si tuviéramos que buscar unas lecturas sagradas para dar algo de consistencia al Cruisismo, seguramente el guión de Misión Imposible I sería el equivalente al Antiguo Testamento mientras que los libretos de la tercera y de esta cuarta integrarían el Nuevo (el de la segunda con sus 5 paginas formaría parte directamente del apocalipsis). Porque por mucho que el actor no se canse de repetir que su decisión de cambiar de director a cada entrega responde a la intención de otorgarle un aire diferenciador a los filmes, a nadie se le escapa que estamos ante películas totalmente controladas por su productor, que no es otro que el propio Cruise con su "a Tom Cruise Production" (con dos cojones). Por eso, una vez superado el impacto de la primera parte orquestada por Brian De Palma, la segunda podría servir tanto como book del intérprete, anuncio de perfume o demostración de Matrix en fase BETA. Porque John Woo se pasaba el día jugando con sus palomas y eran Cruise y su por entonces socia Paula Wagner los que manejaban el cotarro.
Pero un tipo que merece fundar un culto con su nombre es de todo menos tonto. Un error en su franquicia estrella fue suficiente para aprender, y desde la tercera entrega puso a uno de los profetas del momento al frente como productor ejecutivo: J. J. Abrams. Esta cuarta la dirige Brad Bird en un mas que aceptable salto a la imagen real, pero los tentáculos del creador de Alias son visibles hasta tal punto que Bird ha copiado punto por punto esa dirección blanca siempre orientada al espectáculo pero con evidentes carencias de personalidad que vimos en la tercera. Incluso esta cuarta parte es la primera película de la saga que mantiene un nexo argumental mínimo con su predecesora (y que aquí no desvelaremos).
Quizás, la mayor aportación de esta entrega sea un mayor acercamiento a la serie original de los años 70 aunque ello implique tantas dosis de cal como de arena. El serial hacía tanto hincapie en la tensión de los tópicos del espionaje como en un contrapunto cómico que aligeraba bastante la función. Ese segundo aspecto se ha potenciado en esta secuela dándole acertadamente más protagonismo a Simon Pegg, pero también ha traido consigo ese aura de colegueo entre espías que se van de cañas tras cargarse decenas de esbirros (también patente en la tercera) que tanto rechina en la era Bourne. Sí, el héroe sufre y sangra como manda la tendencia, pero las héridas en el rostro de Cruise están perfectamente estudiadas y el personaje siempre tiene una frase ingeniosa bajo el brazo. En ningún momento el espectador duda de que Tom es el más listo de la clase y de que por mucho que ilegalizen a su grupo o le coloquen en la lista de los más buscados (y van...4), siempre le van a salir bien las cosas.
Y como de lo que se trata es de seguir conformando la figura de Cruise como único salvador de la humanidad, no hay nadie capaz de hacerle sombra en el filme. El resto del protagonismo está repartido con cuentagotas entre un elenco de secundarios kilométrico del que nos quedamos con ganas de ver algo más de Josh Holloway (Perdidos) o Anil Kapoor (Slumdog Millionaire, 24). Por su parte, Paula Patton no supera las expectativas depositadas en un florero tripleA , mientras que a Jeremy Renner parece que le han encasquetado a posta el rol más antipático (y eso que en su momento se anunció que su personaje recogería el testigo de Ethan Hunt en futuras secuelas. Eso sí, antes de que el actor consiguiera su propia saga de espías firmando para Bourne Legacy, lo que pudo condicionar una conveniente reescritura de su personaje en Misión Imposible IV).
Pero la ausencia que no se puede perdonar es nuevamente la de un villano a la altura. Si hace 5 años por lo menos teníamos a un monstruo como Philip Seymour Hoffman dando vida al maloso de recibo, calculador y adicto a los trajes negros, esta vez ni eso. La réplica a Cruise se la reparten la bella Léa Seydoux con su método interpretativo aprendido en el museo de cera y el prota de las versiones suecas de Millenium Michael Nyqvist, con la gracia de un comandante nazi con una piña atascada en el recto. Porque recordemos, Cruise, sobre su caballo blanco, abdominales esculpidos y melena al viento solo se enfrenta al mal en estado puro y nadie puede robarle protagonismo en todos y cada uno de los planos del film (ni los dobles).
Al final, vosotros veréis en qué niveles tenéis la tolerancia hacia un producto fabricado para engordar la leyenda de Tom Cruise, pero nunca está de más recordar que por mucho que su vida personal roce lo hilarante y que en sus apariciones públicas se comporte como un replicante, a día de hoy aún se pueden contar con los dedos de una mano las decepciones que nos ha dejado en 30 años de carrera. Y Misión Imposible IV, a pesar de ser demasiado continuista con su predecesora y de hacerse un pelín larga, cumple de sobra con lo que se espera de un blockbuster del siglo XXI y demuestra que Cruise sabe perfectamente cómo recordarnos que no conquistó su trono por casualidad.
Nota: 6,5
Lo mejor: el dúo Cruise-Pegg. Lo peor: que ninguna película de acción debería durar más de dos horas con créditos incluidos.
Probablemente, uno de los mayores misterios del Hollywood moderno -o todo lo contrario- sea la transformación de la mayor estrella de los 90 en la cabeza visible de una secta ilegalizada en varios países. Una postura incomprensible que nos ha deparado tantos momentos de perplejidad como de recochineo a la vez que devoraba ese estatus olímpico del que gozaba el actor, y que encima hoy descubrimos que era innecesaria. Tom Cruise es cienciólogo por la sencilla razón de que no le apetece fundar el Cruisismo, total, para qué hacerlo cuando cada 5 años se puede pagar un chute mesiánico en toda regla que nunca falla a la hora de convocar a los fieles a la parroquia. Aunque claro, ¿Te imaginas al cura de tu pueblo escalando la torre más alta del mundo? Yo tampoco, y quizás esa sea una de las razones por las que hace años que no voy a la iglesia.
Si tuviéramos que buscar unas lecturas sagradas para dar algo de consistencia al Cruisismo, seguramente el guión de Misión Imposible I sería el equivalente al Antiguo Testamento mientras que los libretos de la tercera y de esta cuarta integrarían el Nuevo (el de la segunda con sus 5 paginas formaría parte directamente del apocalipsis). Porque por mucho que el actor no se canse de repetir que su decisión de cambiar de director a cada entrega responde a la intención de otorgarle un aire diferenciador a los filmes, a nadie se le escapa que estamos ante películas totalmente controladas por su productor, que no es otro que el propio Cruise con su "a Tom Cruise Production" (con dos cojones). Por eso, una vez superado el impacto de la primera parte orquestada por Brian De Palma, la segunda podría servir tanto como book del intérprete, anuncio de perfume o demostración de Matrix en fase BETA. Porque John Woo se pasaba el día jugando con sus palomas y eran Cruise y su por entonces socia Paula Wagner los que manejaban el cotarro.
Pero un tipo que merece fundar un culto con su nombre es de todo menos tonto. Un error en su franquicia estrella fue suficiente para aprender, y desde la tercera entrega puso a uno de los profetas del momento al frente como productor ejecutivo: J. J. Abrams. Esta cuarta la dirige Brad Bird en un mas que aceptable salto a la imagen real, pero los tentáculos del creador de Alias son visibles hasta tal punto que Bird ha copiado punto por punto esa dirección blanca siempre orientada al espectáculo pero con evidentes carencias de personalidad que vimos en la tercera. Incluso esta cuarta parte es la primera película de la saga que mantiene un nexo argumental mínimo con su predecesora (y que aquí no desvelaremos).
Quizás, la mayor aportación de esta entrega sea un mayor acercamiento a la serie original de los años 70 aunque ello implique tantas dosis de cal como de arena. El serial hacía tanto hincapie en la tensión de los tópicos del espionaje como en un contrapunto cómico que aligeraba bastante la función. Ese segundo aspecto se ha potenciado en esta secuela dándole acertadamente más protagonismo a Simon Pegg, pero también ha traido consigo ese aura de colegueo entre espías que se van de cañas tras cargarse decenas de esbirros (también patente en la tercera) que tanto rechina en la era Bourne. Sí, el héroe sufre y sangra como manda la tendencia, pero las héridas en el rostro de Cruise están perfectamente estudiadas y el personaje siempre tiene una frase ingeniosa bajo el brazo. En ningún momento el espectador duda de que Tom es el más listo de la clase y de que por mucho que ilegalizen a su grupo o le coloquen en la lista de los más buscados (y van...4), siempre le van a salir bien las cosas.
Y como de lo que se trata es de seguir conformando la figura de Cruise como único salvador de la humanidad, no hay nadie capaz de hacerle sombra en el filme. El resto del protagonismo está repartido con cuentagotas entre un elenco de secundarios kilométrico del que nos quedamos con ganas de ver algo más de Josh Holloway (Perdidos) o Anil Kapoor (Slumdog Millionaire, 24). Por su parte, Paula Patton no supera las expectativas depositadas en un florero tripleA , mientras que a Jeremy Renner parece que le han encasquetado a posta el rol más antipático (y eso que en su momento se anunció que su personaje recogería el testigo de Ethan Hunt en futuras secuelas. Eso sí, antes de que el actor consiguiera su propia saga de espías firmando para Bourne Legacy, lo que pudo condicionar una conveniente reescritura de su personaje en Misión Imposible IV).
Pero la ausencia que no se puede perdonar es nuevamente la de un villano a la altura. Si hace 5 años por lo menos teníamos a un monstruo como Philip Seymour Hoffman dando vida al maloso de recibo, calculador y adicto a los trajes negros, esta vez ni eso. La réplica a Cruise se la reparten la bella Léa Seydoux con su método interpretativo aprendido en el museo de cera y el prota de las versiones suecas de Millenium Michael Nyqvist, con la gracia de un comandante nazi con una piña atascada en el recto. Porque recordemos, Cruise, sobre su caballo blanco, abdominales esculpidos y melena al viento solo se enfrenta al mal en estado puro y nadie puede robarle protagonismo en todos y cada uno de los planos del film (ni los dobles).
Al final, vosotros veréis en qué niveles tenéis la tolerancia hacia un producto fabricado para engordar la leyenda de Tom Cruise, pero nunca está de más recordar que por mucho que su vida personal roce lo hilarante y que en sus apariciones públicas se comporte como un replicante, a día de hoy aún se pueden contar con los dedos de una mano las decepciones que nos ha dejado en 30 años de carrera. Y Misión Imposible IV, a pesar de ser demasiado continuista con su predecesora y de hacerse un pelín larga, cumple de sobra con lo que se espera de un blockbuster del siglo XXI y demuestra que Cruise sabe perfectamente cómo recordarnos que no conquistó su trono por casualidad.