Auténtico cine negro para desalmados
Nota: 7
Lo Mejor: José Coronado.
Lo Peor: Es más cruda que un carpaccio.
Ssshhh. Escuchad. ¿Habéis oído eso? Es el despegue del cine negro y de acción como dios manda en la producción nacional. Sí, amigos, Enrique Urbizu ha vuelto a lograr que desde La Caja 507 volviéramos a notar, esta vez por triplicado, esa maravillosa sensación de que el séptimo arte español está evolucionando a un status y géneros mucho más amplios que el sexo, las tetas, Almodóvar y la Guerra Civil, que durante tantos años han caracterizado las obras de nuestro país. Sin embargo, la panorámica está transformándose. La maquinaria comienza a funcionar y Urbizu ya se ha convertido en uno de los mesías de la nueva generación, que se une a Álex de la Iglesia o Nacho Vigalondo en su periplo por modernizar la industria.
De acuerdo que no es muy difícil superar lo que hasta ahora se había realizado en cuanto al género negro en España, pero a falta de poder realizar comparativas con lo que aquí tenemos, no resulta nada arriesgado equipararla con las producciones internacionales norteamericanas. No hay más que analizar la cartelera actual para concluir que No Habrá Paz para los Malvados supera con creces a sus competidoras estadounidenses del momento, como la aburrida Los Amos de Brooklyn o la digna La Deuda.
Vayamos al grano. El film se centra en un agente de policía del departamento de desaparecidos, Santos Trinidad (José Coronado), un despojo humano barrigudo y desaliñado que no hace más que beber ron (de una marca en especial, de algún sitio tenía que lograr la película financiación) y que sólo se rige por sus propias normas. La acción -o el rock n'roll- comienza cuando se ve envuelto en un triple asesinato en un club nocturno que desembocará en el descubrimiento de todo un movimiento relacionado con el narcotráfico y el terrorismo, y hasta aquí puedo leer.
Los primeros minutos son desgarradores, espectaculares y te dejan el trasero más encogido que el de un preso recién llegado en la ducha del trullo. La escena inicial es ya un preludio de que Urbizu no se anda con chiquitas y domina las técnicas cinematográficas a un nivel que incluso recuerda al mejor cine de Scorsese (véase Casino), con la introducción del elemento clave 'silencio', que crea un ambiente de "acojonamiento instantáneo" en los momentos más tensos. No asistiremos durante el metraje a grandes explosiones y efectos especiales. Es una película turbia, dura y fría que se sostiene en unos recursos fílmicos y movimientos de cámara exquisitos que transmiten eso mismo, rudeza. Acertada es también la decisión de Urbizu de enmarcar la película dentro de un contexto histórico real y reciente, como es la cumbre del G-20, herramienta de realismo a la que acudió también De La Iglesia en Balada Triste de Trompeta.
El guión, escrito por el propio Urbizu y coguionizado por Michel Baztan, que ya colaboró con el director en La Caja 507, es así mismo una sublime muestra de elegancia. Un libreto en el que no hallaremos subargumentos románticos ni sentimentalismos, a excepción de algún pequeño reducto que nos lleva a comprender en cierta medida el carácter del protagonista.
Lo más destacable sin duda es el trabajo magistral que realiza José Coronado en una de los mejores interpretaciones de toda su trayectoria. El personaje de Santos Trinidad le va que ni pintado y es el pilar fundamental en el que se apoya la cinta, junto al buen resultado técnico. El actor encarna a la perfección a un madero acabado que se pasa por el forro su propia vida y que es capaz de beberse un cubata en menos de lo que tú respiras oxígeno. Aunque su relevante figura supondrá para muchos una sobreexposición a Coronado con riesgo de empacho. En cuanto al reparto secuandario, lo cierto es que el monopolio del actor principal deja poco margen de lucimiento al resto del elenco, con una Helena Miguel que encarna a una seria jueza, o el pelirrojo de El Comisario, Juanjo Artero, que tampoco se sale de su encasillamiento habitual en una comisaría.
Puede que la sequedad de la cinta juegue un poco en su contra, con un desenlace que te deja el cuerpo tan helado como la escena final con el jeto de Nicholson en El Resplandor. Quizá esa ausencia de sentimentalismo provoca que asistamos a una historia de acero en la que no hay lugar para lindezas, con el peligro de dejar a muchos de los espectadores con una gran sensación de indiferencia y decepción ante lo que acaba de visionar.
En definitiva, No Habrá Paz para los Malvados en realidad se adhiere a las pautas clásicas que el auténtico cine negro ha asentado durante su historia, sólo que actualizado a nuestros tiempos y dentro de un marco no habituado a este tipo de producciones como es el caso español. Una película cuyas principales bazas se encuentran en José Coronado y en la maestría en la utilización de la técnica cinematográfica, pero con el riesgo de decaer en el caso de un público de sangre más caliente que guste de una trama con cierta sensibilidad. De cualquier forma, la cinta de Urbizu sienta un precedente más. El cine español avanza y lo hace cojonudamente bien.