Como un videoclip largo de LMFAO
Nota: 5
Lo Mejor: no es una juerguilla más, es LA JUERGA.
Lo Peor: una trama simple e infantil y... ¿dónde está mi jodida invitación?
Drogas,
putas y house barato. No, no es el lema de la próxima reunión de
Berlusconi, sino los ingredientes del fiestón que se montan los
protagonistas de esta cinta no sólo para pasárselo bien, también para convertirse en hombres y lograr subir unos escaños en el ránking de los "popus"
del insti. Nos encontramos ante la mezcla del legado que cintas del
estilo de American Pie o, en mayor medida, Supersalidos y Resacón en las Vegas (he ahí la mano de su director Todd Philips
en la producción) han perpetuado en la historia de la comedia más
golfa, pero con una novedad, la inclusión del modelo documental
("mockumentary" se dice ahora en moderno) que tan iterativo resulta en los
últimos años, sobre todo en el género fantástico, con el fin de empujar
al espectador a una inmersión emocional casi total. Ahora nos
encontramos con que la incipiente moda se extiende a más terrenos, como a los superhéroes en la reciente Chronichle. Aquí
se han empeñado tanto en la búsqueda de sensación real, que, atención
al detalle, los nombres de los personajes son los mismos que los de sus
protagonistas (Guau, no lo sentía tan verdadero desde el 3D de Avatar).
La primera incursión en el largo de Nima Nourizadeh
en un tono tan complicado como es el cómico, se alza como una película
de un entretenimiento digno con sus golpes de humor memorables, pero
ya. Al margen de los buenos ratos, la trama de la película consta de la
misma simpleza que un Precio Justo comunista y al final no se desvía de
los estereotipos establecidos en el manual del colectivo "Crazy Stupid Loser Guys",
que se resumen aquí en cuatro principales, un protagonista reservado
que es influenciado por su amigo hiperactivo, un rarito emo y un gordo
retarded (Jonathan Daniel Brown), este último como una especie de Galifianakis en Hangover durante su edad adolescente. En el bando femenino, todas están buenas.
La
trama, como ya he mencionado, es sencilla y si no fuera para que el párrafo me quede
bonico lo contaría en dos líneas. La historia se centra en Thomas (Thomas Mann), un chico que acaba de cumplir los 17 años y es convencido por su colega Costa (Oliver Cooper)
para montar la juerga padre en casa del primero, aprovechando que sus
padres se marchan fuera a celebrar su aniversario que, casualmente,
coincide con el de Thomas. El protagonista cede ante las aspiraciones de
mojar esa noche y abandonar el sector marginado de la sociedad escolar, así que su incitador
amigo comienza a organizar el evento de manera que se entere
todo el instituto y más allá, mientras Dax (Dax Flame) graba las 24 horas de "Le Mann" (Chistaco). Todo marcha viento en popa hasta que la fiesta empieza a desmadrarse y pierden el control de la situación.
Así
pues, tenemos durante 88 minutos una sucesión de acontecimientos cada vez más caóticos. Todo lo que uno se pueda imaginar que
podría acaecer en una fiesta, ocurre, y también otros incidentes que nadie idearía ni colocado hasta las cejas de éxtasis. De acuerdo, unas
burlas sobre felaciones y tetas, un enano de mala hostia (siempre acaban
siendo los putos amos en las historias más épicas), una mascota con
sorpresa y un pirado traficante y ya tenemos Project X. La vista ha sido entretenida, pero así como en Resacón
presenciábamos un relato más maduro y elaborado, en esta ocasión el
metraje se reduce a hechos descabellados en una juerga, el discurso
final padre-hijo da pena y sobra, por no hablar del "dia siguiente".
En
cuanto a las interpretaciones de los actores que conforman el elenco
principal, sorprendentemente a estos desconocidos se les percibe cómodos
en sus roles, quizá también por el hecho de que parte de la esencia
fresca de los personajes a los que dan vida continúa aún en ellos.
Ojito al gracioso regordete Jonathan Daniel Brown, ahora también conocido como Little Galifianakis.
En definitiva, Project X
no es más que una cinta muy ligera para pasar el rato y soltar algo de tensión a
base de carcajadas, imposibilitada para presumir de madurez, pero sí al
menos para alardear de gastarse el mejor fiestorro de todos los tiempos,
al que al menos desde la butaca merece la pena asistir. Los otros 30
minutos de historia, mejor invertirlos en pensar el nick del Twitter.