Revista Cine
Lo que necesitas es amor, no viagra
Nota: 6
Lo Mejor: Tommy Lee Jones y Meryl Streep. Lo Peor: que más allá de la edad de los protagonistas, la historia de amor sigue siendo la misma de siempre.
Pocas fusiones de género en el cine dan tanta pereza como la comedia romántica, básicamente, porque es una modalidad que parece contar con patrones argumentales limitados y clichés que se repiten una y otra vez abrochándose con un final feliz marca de la casa. Son productos dirigidos a un público específico, principalmente nuestras madres y fanáticas de Sexo en Nueva York o Anatomía de Grey, y abanderados por rostros como los de Sarah Jessica Parker, Jennifer Aniston, Matthew McConaughey o Hugh Grant. Por lo general, sucede que la mayoría de estas propuestas deberían ser arrojadas a una hoguera, todas sus copias, pero, ocasionalmente, surge alguna con cierta especialidad para desmarcarse de los cánones que merece una oportunidad, una vengadora capaz de dignificar una categoría tan maltratada. Ya lo hicieron 500 Días Juntos, desengañándonos del amor de la manera más divertida, o Crazy, Stupid, Love, con una panorámica satirizada de las relaciones del s.XXI. Por esta línea de la diferenciación, aunque sin salvar una trama típica, camina Si de Verdad Quieres y su retrato de un matrimonio sesentón que busca reencontrar la pasión, en todas sus formas, con los únicos intérpretes capaces de defender una perspectiva casi tabú, a la par que banal, en la sociedad y en el cine.
David Frankel es, precisamente, todo un experto en comedias del pelo romántico, lo cual no dice mucho en su favor y tampoco ayuda a su prestigio que sea el creador de esa película favorita de las niñas pijas símbolo de la élite más casposa llamada El Diablo Viste de Prada, y mucho cuidadito porque este tipo ha dirigido también algunos de los capítulos de Sexo en Nueva York. Claro que todo esto carece de importancia cuando los protagonistas de su último filme son nada más y nada menos que los grandes Tommy Lee Jones y Meryl Streep, en su primera aparición en la gran pantalla tras ganar el Oscar el pasado año con La Dama de Hierro, y únicamente ellos son los responsables de que los escépticos, entre los que me incluyo, nos acerquemos a una película del denostado género.
Y no es que vayamos a encontrarnos con el Lee Jones duro al que nos tiene acostumbrados, al menos no ese que empuña un revólver y acorrala con su expresión ruda a su fugitivo, sino uno que esta vez se enfrenta a una batalla común que afecta a la gente corriente, el matrimonio, una unión de más de 30 años, en la que la pareja ha ido distanciándose, hasta el punto de dormir en estancias separadas como final de un día normal en la que ambos representan los roles marido-mujer más tópicos y tradicionales de la era pasada. El actor recrea a la perfección al prototipo de hombre desagradable que se ha acomodado a una rutina en la que llega a casa después del trabajo y se sienta a mesa puesta esperando a que su mujer le sirva la cena, evitando cualquier tipo de conversación que estropee su único momento de paz del día. Por supuesto, se muestra reacio a admitir que la cosa entre su cónyuge y él no funciona como debería.
Streep, por su parte, encarna a esa madre de familia que ha asumido su papel doméstico sin objeción alguna soportando las carencias de su vida marital en soledad, al mismo tiempo que su autoestima se arrastra por el subsuelo terrestre gracias al pasotismo de su compañero sentimental, hasta que, finalmente, es la única capaz de enfrentarse a la realidad y poner las cartas sobre la mesa, un ultimátum con cara de Steve Carell, que interpreta a un famoso asesor matrimonial del pueblecito de Maine.
Más allá del binomio de protagonistas, no existe absolutamente nada, 100 minutos de metraje con los dos principales como eje de toda secuencia, lo que, en contra de lo que pueda parecer, no resulta en ningún momento cansino, gracias a una labor interpretativa magistral de este par de veteranos aún en las situaciones más complicadas e incómodas. Nos referimos a las escenas sexuales, poco habituales para la cámara con intérpretes de cierta edad -65 años Tommy y 63 Meryl-, que no sólo son insinuadas, sino que no se censuran los primeros planos de sus rostros en pleno orgasmo, lo cual quiebra ese tabú de Hollywood al que antes nos referíamos al inicio de la crítica y que tan necesario y natural era superar. En ellas ambos profesionales están espléndidos, mostrando la torpeza del momento después de años sin siquiera una caricia y sin ocultar que a esas alturas el cuerpo ya no es el de una juventud vital.
Evidentemente, no sólo en ese ámbito sexual torpe se desenvuelven a la perfección los protagonistas, sino que saben también defender una sátira acertadísima sobre el matrimonio del siglo pasado, con sus reparos e ignorancia casi infantil sobre el mundo sexual, presente desde el inicio de su libreto, que por cierto, ha sido redactado por una de las scripters y productoras de Juego de Tronos, Vanessa Taylor, con lo que ya sabemos a quién corresponde la labor de haber evitado que David Frankel haya caído en otro de sus despropósitos habituales.
Algunos echarán en falta una participación mayor del rol de Carell, cuya presencia siempre resulta un aval de vis cómica; sin embargo, esta vez funciona como mero árbitro en medio de un partido en el que sólo dicta las reglas, sin mojarse en el asunto y sin intervenir más allá que de manera anecdótica en el filme. Aún así, poco sentido tendría que el asesor ocupara más minutos de cinta cuando lo que se trata de enfatizar es una historia de dos, tres son multitud.
Si De Verdad Quieres... al fin y al cabo no es más que una de esas comedias entrañables con dos intérpretes principales cuya sola presencia es motivo suficiente para convencernos de su visionado. Como plus, una óptica ironizada que retrata sin complejos la aventura de un matrimonio por recuperar la pasión perdida en todas sus facetas, resultando un relato, sobre todo, esperanzador, recordándonos que existe sexo más allá de los 40 y de Juego de Tronos
Nota: 6
Lo Mejor: Tommy Lee Jones y Meryl Streep. Lo Peor: que más allá de la edad de los protagonistas, la historia de amor sigue siendo la misma de siempre.
Pocas fusiones de género en el cine dan tanta pereza como la comedia romántica, básicamente, porque es una modalidad que parece contar con patrones argumentales limitados y clichés que se repiten una y otra vez abrochándose con un final feliz marca de la casa. Son productos dirigidos a un público específico, principalmente nuestras madres y fanáticas de Sexo en Nueva York o Anatomía de Grey, y abanderados por rostros como los de Sarah Jessica Parker, Jennifer Aniston, Matthew McConaughey o Hugh Grant. Por lo general, sucede que la mayoría de estas propuestas deberían ser arrojadas a una hoguera, todas sus copias, pero, ocasionalmente, surge alguna con cierta especialidad para desmarcarse de los cánones que merece una oportunidad, una vengadora capaz de dignificar una categoría tan maltratada. Ya lo hicieron 500 Días Juntos, desengañándonos del amor de la manera más divertida, o Crazy, Stupid, Love, con una panorámica satirizada de las relaciones del s.XXI. Por esta línea de la diferenciación, aunque sin salvar una trama típica, camina Si de Verdad Quieres y su retrato de un matrimonio sesentón que busca reencontrar la pasión, en todas sus formas, con los únicos intérpretes capaces de defender una perspectiva casi tabú, a la par que banal, en la sociedad y en el cine.
David Frankel es, precisamente, todo un experto en comedias del pelo romántico, lo cual no dice mucho en su favor y tampoco ayuda a su prestigio que sea el creador de esa película favorita de las niñas pijas símbolo de la élite más casposa llamada El Diablo Viste de Prada, y mucho cuidadito porque este tipo ha dirigido también algunos de los capítulos de Sexo en Nueva York. Claro que todo esto carece de importancia cuando los protagonistas de su último filme son nada más y nada menos que los grandes Tommy Lee Jones y Meryl Streep, en su primera aparición en la gran pantalla tras ganar el Oscar el pasado año con La Dama de Hierro, y únicamente ellos son los responsables de que los escépticos, entre los que me incluyo, nos acerquemos a una película del denostado género.
Y no es que vayamos a encontrarnos con el Lee Jones duro al que nos tiene acostumbrados, al menos no ese que empuña un revólver y acorrala con su expresión ruda a su fugitivo, sino uno que esta vez se enfrenta a una batalla común que afecta a la gente corriente, el matrimonio, una unión de más de 30 años, en la que la pareja ha ido distanciándose, hasta el punto de dormir en estancias separadas como final de un día normal en la que ambos representan los roles marido-mujer más tópicos y tradicionales de la era pasada. El actor recrea a la perfección al prototipo de hombre desagradable que se ha acomodado a una rutina en la que llega a casa después del trabajo y se sienta a mesa puesta esperando a que su mujer le sirva la cena, evitando cualquier tipo de conversación que estropee su único momento de paz del día. Por supuesto, se muestra reacio a admitir que la cosa entre su cónyuge y él no funciona como debería.
Streep, por su parte, encarna a esa madre de familia que ha asumido su papel doméstico sin objeción alguna soportando las carencias de su vida marital en soledad, al mismo tiempo que su autoestima se arrastra por el subsuelo terrestre gracias al pasotismo de su compañero sentimental, hasta que, finalmente, es la única capaz de enfrentarse a la realidad y poner las cartas sobre la mesa, un ultimátum con cara de Steve Carell, que interpreta a un famoso asesor matrimonial del pueblecito de Maine.
Más allá del binomio de protagonistas, no existe absolutamente nada, 100 minutos de metraje con los dos principales como eje de toda secuencia, lo que, en contra de lo que pueda parecer, no resulta en ningún momento cansino, gracias a una labor interpretativa magistral de este par de veteranos aún en las situaciones más complicadas e incómodas. Nos referimos a las escenas sexuales, poco habituales para la cámara con intérpretes de cierta edad -65 años Tommy y 63 Meryl-, que no sólo son insinuadas, sino que no se censuran los primeros planos de sus rostros en pleno orgasmo, lo cual quiebra ese tabú de Hollywood al que antes nos referíamos al inicio de la crítica y que tan necesario y natural era superar. En ellas ambos profesionales están espléndidos, mostrando la torpeza del momento después de años sin siquiera una caricia y sin ocultar que a esas alturas el cuerpo ya no es el de una juventud vital.
Evidentemente, no sólo en ese ámbito sexual torpe se desenvuelven a la perfección los protagonistas, sino que saben también defender una sátira acertadísima sobre el matrimonio del siglo pasado, con sus reparos e ignorancia casi infantil sobre el mundo sexual, presente desde el inicio de su libreto, que por cierto, ha sido redactado por una de las scripters y productoras de Juego de Tronos, Vanessa Taylor, con lo que ya sabemos a quién corresponde la labor de haber evitado que David Frankel haya caído en otro de sus despropósitos habituales.
Algunos echarán en falta una participación mayor del rol de Carell, cuya presencia siempre resulta un aval de vis cómica; sin embargo, esta vez funciona como mero árbitro en medio de un partido en el que sólo dicta las reglas, sin mojarse en el asunto y sin intervenir más allá que de manera anecdótica en el filme. Aún así, poco sentido tendría que el asesor ocupara más minutos de cinta cuando lo que se trata de enfatizar es una historia de dos, tres son multitud.
Si De Verdad Quieres... al fin y al cabo no es más que una de esas comedias entrañables con dos intérpretes principales cuya sola presencia es motivo suficiente para convencernos de su visionado. Como plus, una óptica ironizada que retrata sin complejos la aventura de un matrimonio por recuperar la pasión perdida en todas sus facetas, resultando un relato, sobre todo, esperanzador, recordándonos que existe sexo más allá de los 40 y de Juego de Tronos