Hedor crepusculero con sabor a Bay. ¿WTF?
Nota: 3'5
Lo Mejor: No gastas ni una sola de tus neuronas viéndola. Enhorabuena, sigues siendo un ser inteligente.Lo Peor: Durante la primera hora y algo te tragas una teen movie que destila apestosos toques de Crepúsculo.
El cerebro de D.J. Caruso ha debido de seguir durante el rodaje de Soy el Número 4 la misma pauta que el mío momentos antes de decidir qué película ver en una resacosa tarde de domingo, rigiendo en ambos la ley del mínimo esfuerzo. En realidad, no puedo tachar la nueva cinta del director de decepción, sabía lo que me iba a encontrar, así que no estoy excesivamente cabreada. Tal y como he entrado, he salido, es decir, con la misma expresión de indiferencia que cuando he conocido el nombre del tío que preside ahora la Academia Nacional de Cine. No es una sensación nueva, el cineasta ya me tiene acostumbrada a los "ni fu ni fa", lo mismo que me transmitió con sus dos anteriores trabajos, La Conspiración del Pánico (2008) y Disturbia (2007), sólo que esta vez, la nueva cinta es aún más infantil que esta última.
Se nota a la legua de qué ha querido alimentarse Caruso en esta ocasión, adolescentes hormonados infectados por el virus Crepúsculo que quieren tener una explosión multiorgásmica con los abdominales de un mozuelo guaperas y las perolas de unas rubias. El tipo ha querido gastarse un film que reúna a hordas de jóvenes hambrientos por más secuelas y merchandising de sus protagonistas favoritos, pero no va a ser así, porque no contiene el suficiente gancho ni la base que catapultó a la adaptación de la de Meyer, con un súper club de fans ya montado y listo para correrse con la película. Además de que mi corazón no podría soportar la tercera ola apocalíptica de los últimos tiempos tras la saga vampírica y Justin Bieber.
El argumento pretende engañar con una trama de ciencia-ficción en la que unos alienígenas en forma de casposos jovenzuelos en la edad del pavo son perseguidos por otros malvados extraterrestres que atacaron su planeta matando a sus padres. Ahora, quieren acabar con todos los que quedan. Estos malosos se llaman Mocs y son parecidos a Vin Diesel tras exponerse a la radiactividad de una central de Japón, a lo que se añade un estilismo propio de los mismos que vistieron a los lagartos de Dinópolis de aquella horrible experiencia que fue Mario Bros con Bob Hoskins, Leguizamo y Dennis Hopper.
Sin embargo, tras una hora y pico de metraje uno se percata de que no es más que otra de esas horro-películas que continúa la moda de Crepúsculo, amoríos adolescentes protagonizados por un chulaco de playa que piensa que ponerse una capucha el primer día del curso significa pasar desapercibido y que cree que se va a comer el mundo con unos superpoderes que convierten sus manos en lámparas de jardín. Al chaval, interpretado por un Alex Pettyfer cuya cara intenta parecerse a la expresión de nabo deshidratado del apático Pattinson, le acompaña una especie de cuidador, un madurito cachondón a quien da vida Timothy Olyphant y que se encarga de proteger al nene, o de joderle los polvos cada dos por tres. Tópicos los hay a mansalva gracias al típico instituto norteamericano en el que el protagonista aterriza y donde se las verá con los matones del equipo de rugby, en el que -como no- el líder (Kevin Durand) es el ex de la chiquita mona con fama de guarra (Dianna Agron) que interesa al personaje de Pettyfer, quien encima posee el don -o tortura según se mire- alienígena de amar eternamente (Tras escuchar esto me perdí unos minutos porque me fui a vomitar al baño). También está el mítico pringadito raruno de la clase (Callan McAuliffe), al que intentará proteger de los guays y con el que hará migas.
Pues tras toda esta mierda teenage que Caruso te suelta, te recuerda que hay unos extraterrestres malos que quieren matar al prota. ¡Coño! ¡Es verdad! Eso sí, no esperes averiguar por qué estos tíos quieren cargarse a todos los alienígenas que quedan y complicarse la vida de una manera tan tontaca. Es como arrasar un hormiguero y dejarte la piel en deshacerte de las cuatro inofensivas hormigas que se te han escapado. Caruso parece haber querido decirnos: "Eh, colega, qué más da, son malos y punto, por eso matan". Tío, tienes suerte, porque al menos este detalle no desentona en la absurdez general del film con ese intento por mezclar la bazofia crepusculera con el rollo de Bay. Sí, amigos, la productora del señorito "te hago flipar con macizorras y efectos de la hostia y te jodes porque el resto es porquería", 'oseasé', Bay Productions, está detrás. No se ha notado casi 'ná'.
Aún con todo este montón de estiercol, el director logra un film de un entretenimiento fácil, firma de la casa de Caruso. Por mucho que me pese admitirlo, los chistes fáciles y cierto misterio ayudaron a mantener mi culo acomodado en la butaca, eso sí, el gremio de mis neuronas trabajó menos que el de los guionistas de Ángel o Demonio. Los efectos especiales son bastante decentillos, aunque si admito que los últimos que vi fueron los de En Tiempo de Brujas, es comprensible que hasta los de Pocoyó me parezcan la hostia a posteriori. Otro elemento destacable es la banda sonora que acompaña a a la cinta, con temas de Adele, Temper Traps y unos cuantos buenos grupos actuales que ayudan a dar vidilla a la película. Pero ya está, nada más allá y lo jodido es que habrá secuela, anuncio que te dejan caer en un desenlace patético en el que Caruso introduce a una niñata malota (Teresa Palmer) con traje de hacer muchas 'rajas camellas', cuyas posturas en las batallas terminan convirtiéndose en principios de posiciones erótico-festivas sobre el prota.
Así que lo dicho, Soy el Número 4 no es más que una teen movie más que utiliza el pretexto de la ciencia-ficción y los aliens para meternos una cinta, con cierto e inquietante resultado entretenido, que apesta a Crepúsculo y efervescencia adolescente, destinada a una juventud con poca vida cerebral y mucho amor que repartir tras darse un festín visual con el reparto, tanto, que salpica. Y luego está la gente como yo, que cuando sólo le importa la evasión un triste domingo en coma neuronal, lo mismo le da a un Reserva que a un Don Simón. Total, todo sea por pasar el rato y de eso Caruso sabe un huevo.