Más que chico conoce a chica
Nota: 7'5
Lo mejor: las interpretaciones y su capacidad para crear atmósfera
Lo peor: Cierta sensación de haber visto un mediometraje largo.
Aparte de contar que Stockholm comienza con la premisa típica de dos jóvenes que se conocen en una fiesta, no se puede desvelar mucho más de su argumento sino dejar al potencial espectador con las ganas y rezar para que vaya a verla y corra la voz de que esta cinta es más que eso. Pues gran parte de su atractivo inicial reside en el misterio que desprende; únicamente roto en el momento justo por a irrupción de una atmósfera enfermiza y perturbadora que se va adueñando de la historia. Una mirada en el espejo y una gota de sangre en una pared blanca constituyen el punto de inflexión en el que ya no cabe un posible retorno. Así, la vuelta de tuerca se produce a la mañana siguiente, dejando al descubierto a los verdaderos yos que yacían escondidos ante las convenciones sociales.
Stockholm concentra dos
historias en una. Su primera parte es un retrato generacional de las
relaciones de hoy en día. Mientras que la segunda viene precedida por un
fundido a negro que comienza cuando la chica amanece y sube la persiana, dando
lugar a una realidad más cruda de la que ninguno de los dos podía imaginar. Se
da un claro contraste entre la noche anterior, marcada por una subida al cielo
(aunque con altibajos), y la mañana, seguida de un descenso literal a los
infiernos. El metraje se retuerce hasta encontrar su lugar en el thriller más
tenso y psicológico que uno pueda esperar. Su planteamiento inicial de chico
conoce a chica muda de piel para convertirse en algo más oscuro y denso.
Así, la cursilería y el romanticismo ñoños que creyeron
encontrar los que compararon este filme con Antes
del Amanecer se desvanecen rápidamente para hacer una reflexión sobre el
nihilismo de las relaciones de hoy en día. Todo tan falso, efímero y vacío que
dan ganas de sacar una catana. De la búsqueda del placer a cualquier precio. A
costa de llevarse por delante los sentimientos, el miedo y las reservas de
cualquiera. La ligereza con la que se habla de enamoramientos con tal de
conseguir un(a) compañero/a de cama temporal, que nos salve la noche. Un secuestro
emocional cuyo final sabemos casi todos/as pero algunos no están dispuestos a
aceptar.
El único defecto que me veo capaz de subrayar en Stockholm es la sensación de
mediometraje largo que le queda a uno tras los créditos finales. Quizás porque ya
estamos cada vez más acostumbrados a ver películas de dos horas. O porque la
idea inicial de su director (Rodrigo Sorogoyen) y co-guionista (Isabel Peña) era
rodar un corto y al alargar la idea no han sabido adaptarla a un formato más
largo, fallando ligeramente al no otorgarle al resultado final toda la
complejidad que debía justificar su desenlace. Pasando esto por alto, es
obligado mencionar lo técnicamente cuidado que está el filme y el papel de unos
diálogos sutiles y certeros elevados maravillosamente por el duelo
interpretativo de la pareja protagonista: Aura Garrido (Crematorio, El cuerpo) y
Javier Pereira (No tengas miedo).
Rodrigo
Sorogoyen demuestra con elegancia en su segundo filme que no hace falta hurgar en la
tragedia de un tsunami para mantenernos pegados a la butaca ante una buena
historia capaz de dejarnos petrificados. Toda una lección de buen cine y simplicidad
que ha cosechado ya tres premios en el Festival de Málaga. No quiero dar a
entender que me parezca mal copiar las fórmulas que triunfan en otros países,
pero sí creo que el cine español necesita encontrar su propia voz. Si con
superproducciones vamos a perjudicar a realizadores ‘más pequeños’, es obvio
que algo estamos haciendo mal. Ojalá me equivoque – por eso de que ya le han dado
premios – pero presiento que nos encontramos ante la típica película que por
haberse visto forzada a saltarse las vías tradicionales de estreno, luego no habrá ni rastro de ella en la gala de los Goya.
Stockholm ha sido
financiada con el método crowfunding. Y parece que ya es bastante motivo de
alegría que haya visto la luz. Mucho sería esperar que no pasase desapercibida
para el gran público en parte por culpa de un sistema y una industria que no
están dispuestos a levantar y hacer visible este tipo de cine (recordemos el
caso de Diamond Flash y Carlos Vermut).
Películas diferentes y rebosantes de talento que brillan por su ausencia en
cualquier festival reconocido de peso en este país. Quizás habría que empezar a
prestar más atención a estos realizadores cuyo cine libre no responde ante
nadie. Es triste y muy significativo que prácticamente sólo en estas
circunstancias se haga el mejor cine (o el más interesante, al menos) en
España.