El peluche que Sacha Baron Cohen les ha pedido a Los Reyes
Nota: 7
Lo mejor: que venga de Hollywood.
Lo peor: un tramo final más convencional que la película no necesita.
Ted
es un soplo de aire fresco tremendo. Un recordatorio inmejorable de que
la inclusión de un personaje animado en el mundo real es un pozo de
petróleo para la comedia negra, como ya nos enseñó nuestro amigo Roger
Rabbit, y no solo una herramienta con la que asombrar a los pequeños de
la casa mientras los mayores que les acompañan fantasean durante 90
minutos con cómo hubiera sido su vida de haber tomado las debidas
precauciones. Alvin y las Ardillas o Los Pitufos son sólo dos ejemplos
recientes en un subgénero casi descartado por sistema por el espectador
medio no aficionado al masoquismo. Una situación que Ted se ha propuesto
enmendar de la manera en la que la reciente Paul no supo: olvidándose
de dónde esta el límite y ofreciendo el humor más natural y honesto que
se pueda encontrar últimamente en Hollywood, que no es poco.
En
su primera película como director, Seth MacFarlane ha logrado trasladar
las cualidades que le han transformado en el sucesor de Matt Groening
en el trono de la animación televisiva a una cinta pequeña pero certera,
con pocas ambiciones, pero que explota muy bien sus bazas. Todos los
que conozcan Padre de Familia o Padre Made in Usa estarán familiarizados
con el humor salvaje de MacFarlane, crítico social cruel donde los
haya. La escatología, la parodia del star system (magnifico el cameo de "el
tío que se parece a Linterna Verde") y la complicidad con el espectador
-o entras por el aro, o saldrás horripilado- son sólo algunas de sus
señas de identidad, y todas se mantienen intactas en Ted. Por supuesto,
el personaje les debe muchísimo a los animados Brian y Roger, pero lejos
de parecer una simple copia, este osito es capaz de conquistar al
espectador por méritos propios y nos confirma que MacFarlane está
expandiendo su universo, no replicándolo. Ésta no es sólo otra historia
de un bicho parlante que vive con un retrasado mental, sino que detrás
del chorreo de gags nos encontramos con una lectura tan inofensiva como
útil a la hora de buscar raíles para la historia, como es la del síndrome
de Peter Pan de ambos protagonistas, incapaces de despegarse de su
mejor amigo desde la infancia a pesar de peinar canas, porque esto tiene
que durar mas de media hora y MacFarlane lo sabe.
De hecho, en
su prudencia a la hora de dotar de consistencia al filme, se nota que otras
subtramas de relleno como la del pegajoso jefe de la novia del
protagonista (Joel McHale de Community), o la que nos presenta a
Giovanni Rivisi haciendo gala nuevamente de su repertorio de
enfermedades mentales, no están del todo a la altura del conjunto. Por
fortuna, Mark Wahlberg corpotagoniza casi todo el metraje junto a Ted
confirmando el talento para la comedia que le descubrimos en Los
Otros Dos (alguno diría que fue en el remake de El Planeta de los Simios). La química entre la pareja protagonista es
arrolladora y su dinámica completamente realista, como la de dos amigos
de toda la vida. Y lo mejor de todo es que aunque el personaje de la
novia, el otro vértice del triángulo, personifique esa necesidad de
madurar de John y por tanto sea el rol que mas probabilidades tiene de
caer en el pedorrismo, entre lo bien que mide MacFarlane el ritmo y el
siempre sólido trabajo de Mila Kunis, incluso resulta agradable su presencia.
En
el fondo y a pesar de su cantidad de virtudes concretas, lo que más se
agradece de toda la película es algo tan sencillo como el encontrarse
con un acto de valentía muy susceptible de pegarse la hostia padre en la
taquilla USA, con una falta de miedo apabullante durante el 90 por
ciento de su metraje. 130 minutos de pura provocación en los que la
vulgaridad nunca intoxica al humor negro, como sucedía en la reciente El
Dictador. En este aspecto, el doblaje nos juega alguna mala pasada
introduciendo con calzador referencias a Paquirrin o Belén Esteban
(Hespaña, sí te reconozco), pero en lo importante, que es el trabajo de
Santi Millán poniendo cuerdas vocales al protagonista, la misión se
salda con un sorprendente éxito. El diez por ciento restante, esa parte
de la película que se aleja del tono irreverente para entrar
momentáneamente por el aro, se enmarca justo en el tramo final, cuando
parece que la historia está a punto de terminar, y duele bastante. Da la
impresión de que a MacFarlane sólo le ha faltado un pequeño empujoncito
para desatarse del todo y prescindir de una subtrama de secuestros
pedorra y de cierto regusto edulcorado. Pero como decimos, se trata
solamente de diez minutos que quedarán rápidamente olvidados gracias al
típico pase final de imagenes en las que el narrador nos cuenta cómo les
fueron las cosas a los personajes tras los hechos narrados en el filme.
Sencillamente, impagable.
Ted es una de esas películas que
verdaderamente dejan escenas y diálogos que vale la pena rememorar mas
allá del "the very best of..." que suelen ser los trailers hoy en día.
Sólo los años dirán si se merece llegar al estatus de cinta de culto,
pero desde luego se trata de un rara avis en los tiempos que corren. Un
ejemplo de ese tipo de comedia que Hollywood se ha olvidado de hacer
desde que los Farrelly perdieran su toque, donde la incorrección
política es el santo y seña y las intenciones están muy claras: que te
partas el culo durante 145 minutos sin sentirte estúpido. En este caso,
Haber visto Flash Gordon también ayuda.