Ser madre no siempre es como lo pintan los anuncios de pañales
Nota: 7
Lo Mejor: Tilda Swinton, su talento y su natural efecto hipnótico en pantalla.Lo Peor: Se echa de menos una mayor expedición psicológica de la otra pieza fundamental, Kevin.
Antes de que continuéis con la lectura de la crítica, os voy a hacer una recomendación a los que no hayáis tenido aún el placer de visualizar esta película ni habéis escuchado su argumento central. Si es este tu caso, amigo, mi consejo es que abandones estas líneas y regreses tras haberla visionado, y no es porque haya algún giro inesperado del tipo "estaban muertos desde el principio", si no que, simplemente, esta película parece lo que no es. De momento, sólo puedo decirte que, en contra del drama familiar con el que esperas toparte basada en la relación entre una madre y su hijo, hallarás un film con una trama mucho más cruda, sobrecogedora y escalofriante sobre una problemática social que mucho tiene que ver con los contextos criminológico y psicológico actuales. Y hasta ahí puedo leer, a partir de YA, comienzan los SPOILERS, si no te importa demasiado el factor sorpresa, bienvenido seas.
Gratamente fascinada y conmocionada me ha dejado la última cinta de la cuasi-desconocida Lynne Ramsay. Basada en el best-seller del mismo título escrito por Lionel Shriver, la directora compatriota de nuestro colega de los "findes", Johnnie Walker, muestra, como ya lo hizo hace algo más que un decenio en la recomendable Ratcatcher (centrada en un adolescente de los suburbios de la Escocia de los 70), su gusto por la profundización en las inquietudes humanas y los conflictos sociales, sobre todo en esas dos primeras fases de la socialización en las que la mente del individuo está aún en proceso de formación. Guionizada por el esposo de la cineasta, Roy Kinnear, la película cuenta el deterioro gradual que sufre una madre (Tilda Swinton) cuya relación con su hijo Kevin (Ezra Miller), desde el nacimiento de éste, resulta una tortuosa experiencia, desembocando en una matanza en el instituto. La historia de ambos sirve al mismo tiempo para profundizar en el origen de la sociopatía y en uno de sus posibles y más cruento desenlace.
Tenemos que hablar de Kevin no sigue los patrones de otras películas o documentales basadas en masacres de institutos, ya sea Bowling for Columbine, Elephant o Zero Day, ni en el desarrollo de la historia, ni en la tesis que promueve. De hecho, poco sabremos de la vida de Kevin en su institución educativa y es en este punto en el que encontramos el bellocino dorado del film. La cinta de Ramsay se introduce de lleno en la mente de una mujer cuyo nuevo rol maternal le supera y es incapaz de educar correctamente a un bebé que desde su nacimiento se proclama como un verdadero problema que provoca la infelicidad de su madre, la única consciente, por otra parte, de que su hijo padece algún tipo de trastorno.
Asistimos a un retrato duro, trágico, en el que una mujer sufre un castigo eterno por una tragedia de la que ella se siente y, en parte lo es, culpable. Estamos ante un viaje hacia el arrepentimiento y las búsqueda de un porqué a través del que rozaremos las posibles causas que conducen a un sociópata a cometer un crimen masivo. Una lectura de la que obtenemos como posible respuesta la falta de amor, de afecto y de comunicación por parte de una madre, arrivando en un vistazo global a una crítica a la educación actual, a la falta de previsión médica y a la facilidad de acceso a las armas de los jóvenes perturbados, en menor medida.
Y aunque toda este constructo suene interesante, no debemos olvidar que detrás de ello hay una factura técnica impecable que nos sumerge de lleno en un ambiente desolador y deprimente, que choca en ocasiones con un hilo musical desencajado, pero acertado, en disonancia con un prólogo cuyos primeros minutos desorientan al espectador, confuso ante la rareza de la situación e hipnotizado por la languidez y el albado rostro de la maravillosa Tilda Swinton, dueña y señora de todo el metraje, cuyo dominio del personaje la encumbra a las más altas cimas de la interpretación. Porque da lo mismo que la ecléctica actriz encarne a una abogada cínica como en Michael Clayton que a una mujer en su estado mental más decadente. Su aspecto andrógino y peculiar y su talento crean una especie de halo magnético que hechiza al espectador. En Tenemos que hablar de Kevin, sentimos la necesidad de compadecernos de su aparentemente vácuo personaje, al mismo tiempo que se nos antoja despreciable cuando su comportamiento como madre es reprochable, y eso sólo podría lograrlo ella. Por algo el trabajo de la intérprete en este film ha sido recompensado con numerosas nominaciones a Mejor Actriz, llevándose el galardón en los Premios del Cine Europeo. Ojo, que este año también la veremos en la nueva de Wes Anderson, Moonrise Kingdom.
Claro que Swinton no está sola, el siempre acertado John C. Reilly y el prometedor Ezra Miller acompañan a la actriz en la pantalla y no podría haberse rodeado de un elenco más afinado. Reilly, aunque no aparece con mucha frecuencia, aporta intervenciones fundamentales como esposo de la protagonista para comprender uno de los enclaves enmarcados como precursor de la tragedia, formando ambos parte de un matrimonio cuya comunicación y entendimiento deja mucho que desear. Asimismo, el Kevin adulto encarnado por el joven Miller, muestra a un adolescente inquietante, que trata de imponer sus normas, inteligente, manipulador, previsor, falto de empatía, egocéntrico y vengativo. Un perfil psicológico sociópata retratado a la perfección y conducido brillantemente por un nuevo talento interpretativo cuya próxima aparición será junto a Emma Watson en The Perks of Being a Wallflower.
Aunque se agradece un film que ofrezca otro punto de vista sobre un fenómeno social tratado en los ya citados metrajes documentales sobre la masacre de Columbine, se echa en falta la perspectiva del criminal que éstos sí que ofrecían y que Tenemos que hablar de Kevin indaga de puntillas, abandonando a la imaginación del espectador un entorno y comportamiento externos al doméstico, lo cual, dentro de la complejidad de su proposición teórica (¿El sociópata nace o se hace, o ambas cosas?), deja un poco coja la trama. De todas maneras, poco importa cuando la protagonista principal es la progenitora hasta el punto de hacer sentir con la misma intensidad que ella, e incluso como el propio Kevin, la turbia búsqueda de un porqué.
Tenemos que hablar de Kevin ocupa un espacio que no se había llenado hasta el momento, en la que se adopta una posición nueva en el tratamiento de una problemática social controvertida en las ciencias psicológicas y criminológicas. Lynne Ramsay no podría haber dirigido mejor un asunto tan complejo para no ya centrarse en el chico y su conflicto, sino para profundizar en el sentimiento de culpa de una madre que podría haber evitado el suceso. Una historia dura y estremecedora que merece la pena, ya sólo sea por ver a Swinton dando lo mejor de sí misma.