Revista Cine
El martillo sobre el que reposa la flaqueza de Marvel
Nota: 6,5
Lo mejor: la última media
hora y -por fin- una escena post créditos con chicha.
Lo peor: que la saga de Thor sigue siendo la más intrascendente de todas.
Con permiso de Hulk,
cuyos problemas para conseguir una saga propia son resultado del desgaste
sufrido por el personaje en su función de sujeto de pruebas, Thor siempre ha sido el vengador que más difícil lo ha tenido para buscarse las castañas por su cuenta. Su
especial distanciamiento con el resto de miembros del taquillero supergrupo, ya
sea por su pertenencia a una mitología milenaria o por su empeño en permanecer en Asgard, convertían al personaje en un lobo solitario obligado a labrarse sus
propias aventuras. De ahí que en Disney-Marvel contaran en la primera entrega con un
realizador tan potente como Kenneth Brannagh, acostumbrado a los conflictos
shakesperianos y a las adaptaciones teatrales en general, para elaborar un
contexto dramático convincente en el seno de una raza de dioses. Por desgracia, el precio a pagar fueron unos pasajes en la Tierra sin lustre y un tono general demasiado blando, escaso de la violencia que se le presupone a un vikingo con súper poderes y cabreado. Y es ahora, una vez la firma no ha de cumplir su parte de introducción del
personaje y el mundo ya conoce el pluriempleo con mallas del dios del trueno, cuando el televisivo Alan Taylor (Juego de Tronos, Mad Men) coge el testigo para perfeccionar la fórmula corporativa del éxito.
Lejos del rupturismo tocapelotas de
Iron Man 3, aunque manteniendo gran parte de su sentido del humor, Thor: El Mundo Oscuro se enmarca dentro de una línea tan estoica como para servir de homenaje al espíritu con el que aparecía por primera vez el rol en las viñetas en 1962. Así, Thor se enfrenta a “El Mundo Oscuro” de la misma forma que podría
hacerlo a “El Mundo Esmeralda” o ”El Mundo de la Piruleta”, ya que su argumento
es más una mera excusa para el espectáculo que una trama sólida por sí misma.
En lugar de un cubo cósmico o de una vara todopoderosa, en esta ocasión el
omnipotente mcguffin tiene la forma de un éter oscuro y, al igual que sucede en
todas las películas de la compañía, hay un villano megalomaníaco y de cuestionable estilismo que quiere utilizarlo
para sus malévolos fines. Poco importa que se llame Malekith (Christopher Eccleston), sea un elfo
oscuro y posea su propia historia de fondo, ya que aquí solo es necesario para
focalizar la acción del héroe y dirigir el consiguiente ejército de esbirros
machacables.
Pero si dicha simpleza
narrativa puede escocer un poco durante la primera mitad de la cinta, donde
comprobamos con pesar que la situación en Asgard no ha cambiado demasiado desde
el prólogo de la primera película (crítica aquí), es a partir de la mitad del metraje cuando el guión empieza a disimularlo con éxito. Y es que ante la ausencia de un Tony Stark con micrófono y pared de ladrillos detrás, y frente a la cara de marfil que mantiene Chris Hemsworth durante toda la película, el guión que firman cinco chupatintas de la compañía -con la colaboración de Joss Whedon- explota el necesario aspecto cómico de la función por medio de un aprovechamiento inteligente de los propios secundarios de la saga, empezando por un despelotado y brillante Stellan Skarsgard hasta llegar a ese personaje al borde de la irritación, la becaria de Jane, cuya presencia en el epicentro de esta historia se hace tan inexplicable como agradecida cuando es la encargada de animar las cosas.
Aunque puestos a incluir a
alguien con calzador, personalmente no se me ocurre a nadie mejor que Natalie
Portman. Porque si su llegada a la franquicia, en un papel tan intrascendente como el
del interés amoroso del protagonista, ya se nos antojaba como un desperdicio
monumental de talento en la entrega precedente, en El Mundo Oscuro ni se molestan
en confeccionar una excusa sólida para su regreso más allá del "pasaba
por allí", arrastrando por el camino al grupo de colegas subsidiario con el que Thor sustituye a Los Vengadores. Son esos detalles, los fichajes de intérpretes potentes como
Portman, Anthony Hopkins, Idris Elba, Ray Stevenson o Renne Russo para roles simples y meramente funcionales, los que
sustancian aún mas esa labor de camuflaje, elevando la dignidad del conjunto
las décimas necesarias para atravesar la barrera del éxito y servir como respaldo cualitativo al derroche de paisajes generados enteramente por ordenador y generosas batallas martillo en ristre con las que la cinta entra inevitablemente por los ojos.
Y luego está Loki (Tom Hiddleston), claro. Si su función de villano central en Los Vengadores se nos antojaba tan escasa como entendible para otorgar más peso al nacimiento del súper equipo, su papel en las aventuras en solitario de la deidad nórdica es poco menos que crucial. Su presencia, encadenado y repudiado durante el primer acto, es la mejor línea de continuidad posible con la película dirigida por Joss Whedon y su evolución durante el relato es la única que se siente realmente trascendente para asegurar futuras entregas de la firma Thor con sustancia. Pasado, presente y futuro del universo Marvel en estado puro, respaldado por uno de los intérpretes que mejor le ha cogido el pulso a su rol de toda la franquicia, mientras no deja de servirse del trampolín para desarrollar una carrera paralela como intérprete de carácter cada día más interesante.
La estrategia ejecutada por Marvel en Thor: El Mundo Oscuro no difiere demasiado de la llevada a cabo por la compañía
con Los Vengadores, consistente en ser extremadamente fiel a la fórmula argumental
del cómic mientras, a partir de ahí, desarrollan más un espectáculo empresarial que de autor, eso sí, aliñado con ese bien traído tono desmitificador que va in crescendo en
cada película del estudio. Su resultado, aunque menos complejo y dinámico
del que nos ofreció el supergrupo al completo el pasado año, sí es igualmente
divertido y honesto, además de todo un ejemplo de lo que puede dar de sí el
dios del Trueno en solitario. No es mucho y no funcionará durante demasiado tiempo, pero de momento resulta suficiente para amortizar una entrada de cine.