Un viaje atemporal no apto para diabéticos
Nota: 6'5
Lo mejor: las eficaces dosis de humor.
Lo peor: la tendencia a la sensiblería y el algodón de azúcar.
De acuerdo, no vamos a engañarnos, quien sea conocedor de la filmografía de Richard Curtis, responsable de Love Actually y Radio Encubierta, así como de escribir las historias para los libretos de Bridget Jones o Notting Hill, sin olvidar su colaboración en el guión de la mejor estimada Caballo de Batalla, sabrá perfectamente a qué se enfrenta en Una Cuestión de Tiempo.
Exacto, la última cinta del realizador no escapa a ese marco con forma
de comedia romanticona generadora de ataques diabéticos a la audiencia
más sensible aficionada a la testosterona. Sin embargo, lejos de quedar
en un mero e insoportable producto sentimentaloide, el extra de azúcar
ve su sabor reducido gracias a una acertada implementación en la trama
de un desternillante sentido del humor acompañado de una tonalidad
argumental entrañable que despegan desde el primer minuto la repugnancia
inicial que podría inspirar su apariencia y etiquetado.
Una
vez aparcados los prejuicios, por tanto, lo que tenemos ante nosotros
se revela como una obra resultona y encantadora con la que amenizar el
transcurso del tiempo, abrazando nuestro interés sin mayores
pretensiones que las de entretener y conmover a través de la curiosa historia de un joven y torpe pelirrojo (Domhnall Gleeson) cuyo padre (Bill Nighy),
durante el vigésimoprimer cumpleaños del chico, le hace conocedor de un
gran secreto de familia. Y es que todos los varones del clan tienen el
poder de viajar en el tiempo, lo que será aprovechado por nuestro
protagonista para conquistar a la chica de sus sueños (Rachel McAdams). Claro que los cambios que Tim perpetrará en el pasado son una moneda de doble cara que no sólo repercutirán en su vida, sino que también incidirán sobre el castigado devenir de su adorada y dulce hermana (Lydia Wilson).
Conocido
el argumento, es deducible que los viajes a través del tiempo no son
más que un pretexto para confeccionar una trama que versa sobre
cuestiones de una índole más trivial, con lo que los amantes de la
ciencia ficción pueden ir descartando al film como una de las propuestas
de género a tener en cuenta. Una Cuestión de Tiempo se acerca más, como ya hemos mencionado, a la comedia romántica de fácil digestión, sin quedarse sólo en el relato de una mera aventura amorosa con puntazos humorísticos, sino que como añadido transmite una entrañable moraleja sobre el escaso valor que conferimos al tiempo y a cada uno de los momentos de nuestras vidas, sobre el carácter único de los mismos y lo poco que somos capaces de disfrutar de ellos, olvidando que no regresarán.
El que ha aprehendido la lección y ha sabido gozar de la ocasión es Gleeson
que por vez primer toma las riendas de un rol principal en el que se ha
sentido cómodo y ha sabido proporcionar lo mejor de sí mismo, faceta
que no ha podido desarrollar de manera tan amplia en sus papeles
secundarios de Harry Potter y las Reliquias de la Muerte, Valor de Ley o Dredd. Tampoco ha estado solo, ya que el veterano Bill Nighy
se ha coordinado a la perfección junto al actor para protagonizar las
mejores escenas de la película, brindándole un apoyo inestimable, tanto
como la presencia de Lindsay Duncan en la piel de la matriarca de la familia, cuyo rostro nunca sobra.
Lo
que sí que podrá resultar desbordante para muchos, sobretodo para
aquellos espectadores más alérgicos al Klinnex, es la tendencia de la
cinta hacia el sentimentalismo marca de la casa de un Curtis cuya
vena cinematográfica resulta desconcertantemente desperdiciada si
reflexionamos en las enormes posibilidades que su talento podría aportar
a otros géneros y que se atisba no sólo en los minutos más lucidos de
sus trabajos, sino también en otras interesantes colaboraciones de su
pasado, como la realizada como escritor en La Víbora Negra, aquella serie cómica medieval de Rowan Atkinson, o en su participación en uno de los episodios de Dr. Who.
Quién
sabe, quizás algún día nuestro cineasta amigo se desprenda de esa
faceta incómoda y comercial para explorar en nuevos territorios alejados
del País de la Piruleta y capaces de mostrar el verdadero potencial de un realizador aparentemente mal posicionado desde que se desorientó con Cuatro Bodas y un Funeral o Notting Hill. A lo mejor, ver a Curtis
en todo su esplendor es "sólo una cuestión de tiempo" y si no lo es,
este último producto suyo, que no deja de servir su dosis de edulcorante
para una audiencia más propia de Sexo en Nueva York, al menos no duele.