Hubo un tiempo, sobre todo a finales del siglo pasado, en el que el terror y su correspondiente plasmación cinematográfica atraían poderosamente la atención del gran público; y por buenos motivos, los años sesenta conocieron al mago del suspense, Alfred Hitchcock, los setenta fueron testigos del nacimiento del blockbuster con Tiburón (Steven Spielberg), amén de clásicos como Carrie (Brian de Palma) y El Exorcista (William Friedkin), los festivos ochenta vieron nacer al subgénero “slasher” o terror adolescente con Viernes 13 (Sean S. Cunningham), Pesadilla en Elm Street (Wes Craven) o Halloween (John Carpenter), se gestaron además otros tantos clásicos del horror como El resplandor (Stanley Kubrick).
Por su parte la última década del siglo XX nos trajo Scream (Wes Craven) o El sexto sentido (M. Night Shyamalan), pero sobre todo llegó una explosión de terror proveniente de Asia que comenzó a sentar las bases de un nuevo enfoque en el género con films como The Ring (Hideo Nakata), La Maldición (Takashi Shimizu) y Una llamada perdida (Takashi Miike). Este árbol genealógico que me acabo de montar sobre el cine de terror nos lleva irrefutablemente a hablar de la situación actual; el género sólo ha conocido salvo honrosísimas excepciones dos ramificaciones en lo que llevamos de siglo, la primera es el remake o puesta al día de los clásicos mencionados y que sólo ha dejado ostracismo y tedio a partes iguales en la cara del espectador que sea un poco exigente cuando acude al cine a ver una película de terror, los ectoplasmas de Poltergeist, Jason, Freddie, Leatherface y cía habrían hecho mucho mejor si no hubieran salido de nuestras entrañables pesadillas del siglo pasado. La segunda rama es el camino del nuevo cine de terror donde el mundo asiático y su forma de entender el horror y el suspense tienen mucho que decir, y es en este nuevo camino donde nos encontramos con el film de hoy, una nueva propuesta que mezcla a personajes llegados de occidente con los parajes y tradiciones más terroríficas de oriente….vamos a ver que tipo de cocktail se obtiene.
Crítica de El Bosque los suicidios
Por Javier Lomas
La cultura japonesa ha demostrado ser un auténtico nido del mal (en el buen sentido) en lo que respecta a referencias terroríficas, historias sobrenaturales, punzadas de terror psicológico y efectistas cucharadas de suspense. El debut de Jason Zada como director nos lleva a Tokio, y más particularmente al icónico monte Fuji, pero no para explorar la belleza de una montaña majestuosa, sino más bien a explorar las faldas de las misma, el bosque de Aokigahara más conocido a lo largo de la historia de la tierra del sol naciente por ser el trágico lugar elegido para la gran mayoría de los suicidios que se suceden en el país.
La protagonista de esta tensa historia es Sara (Natalie Dormer), que una noche siente, lo que podríamos llamar en términos de la saga galáctica de Lucas “una perturbación en la fuerza” que la lleva a creer que su hermana gemela está en peligro o ha sufrido algún tipo de accidente, y decide ir a buscarla a Tokio donde reside actualmente trabajando de profesora. El marido de Sara, (Eoin Macken) muy a su pesar por no poder acompañarla, la ve marchar mientras alberga un mal presentimiento. Al llegar a la capital japonesa nuestra protagonista se entera de que que efectivamente su gemela ha desaparecido y decide internarse en el bosque con la ayuda de Aiden (Taylor Kinney) un escritor que viaja por el mundo en busca de inspiración y que además habla japonés, ambos serán guiados hacia las profundidades de tétrico bosque por Michi (Yukiyoshi Ozawa), aunque este último, como conocedor de los misterios y efectos nocivos que Aokigahara puede tener en las mentes de quienes se adentran en él, advierte a Sara de que la enorme aprensión que siente hacia lo que pueda haberle ocurrido a su hermana Jess puede atraer a los vengativos espíritus del bosque conocidos como yurei.
Natalie Dormer se luce bastante en el papel de las gemelas, Sara es la organizada, exitosa y razonable aunque un tanto aprensiva ante ciertos aspectos nunca ha dudado a la hora de sacarle las castañas del fuego a su hermana Jess, que es la díscola, más introvertida y extravagante de las dos, siempre anda metiéndose en problemas aunque también ha sufrido más que Sara. La actriz se muestra muy sólida en ambas encarnaciones, el problema reside en que tanto el guión del film como el resto de personajes no parecen terminar de cohesionar, por lo que a lo largo de la película uno siente que habría dado igual que se hubiera elegido cualquier otro escenario para la historia y que los personajes que giran en torno al de Sara y Jess podríamos elegirlo aleatoriamente y el resultado sería el mismo.
El problema reside en las propias intenciones del film, trata de usar una ambientación y un imaginario del terror puramente japoneses pero con un enfoque totalmente occidental, el resultado es una sucesión de clichés del cine nipón de terror desfilando ante las caras de tres o cuatro americanos que probablemente ni siquiera tienen una razón de peso para estar ahí, es como si sustituyes a todo el reparto de jóvenes de Pesadilla en Elm Street por adolescentes japoneses, dejando la ambientación, los diálogos y al propio Freddie Krueger intactos… el resultado sería algo que no termina de encajar.
El personaje de Taylor Kinney juega al despiste, sus intenciones no están nunca claras del todo, del mismo modo que las distintas interpretaciones de la realidad que se suceden en la cada vez más perturbada mente de Sara nos hacen sopesar numerosas teoría sobre lo que está pasando realmente en ese bosque, el problema reside en que las respuesta a esas incognitas es sólo otro montón de clichés predecibles del cine de terror y que además no están demasiado bien planteados, sobre todo por culpa del propio guión y el escaso y a veces indeciso desarrollo de personajes del film donde en realidad todo lo que aparece que es japonés está sólo ahí para decorar. Esto puede ser cine rodado y ambientado en Japón, pero desde luego no es ni de lejos cine de terror nipón. Ni siquiera la sublime ambientación del film salva a una cinta que peca de ser un tanto indefinida, y de jugar mucho al engaño pero no para sorprender gratamente al final, ni mucho menos. Es difícil recomendarla tanto para el fan del cine de terror japonés como para el fan de pasar miedo a la manera occidental porque no cumple ni por un lado ni por el otro.
Si eres fan de Natalie Dormer (fijo que por Juego de Tronos) su interpretación dual no está nada mal y los preciosos alrededores del monte Fuji son una ambientación de lujo… pero ni siquiera estos dos aspectos están totalmente aprovechados.