Jennifer Lawrence y Bradley Cooper se han convertido en una de la parejas de oro del Hollywood de los últimos años, El lado bueno de las cosas y La gran estafa americana son probablemente los dos mejores ejemplos para ilustrar el álbum de éxitos de dos actores a los que su llamativa química en pantalla les ha llevado a ser nominados (e incluso alguno galardonado) en la ceremonia de los Oscar. Y dicen que el “hype” (o tener altas expectativas) no es por lo general algo positivo, sobre todo si previamente se ha puesto el listón muy alto… sorprendentemente Serena fue rodada antes de La gran estafa americana, y ha tardado casi dos años en estrenarse, esto ya da de por si una sensación de mal augurio, que finalmente una vez visto el film termina por convertirse en desencanto. Vamos con la crítica de la tercera película del dúo Lawrence-Cooper.
Crítica de Serena, de las páginas a la pantalla
Serena es la adaptación cinematográfica del bestseller homónimo de Ron Rash que se publicó en 2008, una impresionante novela que triunfó por su espectacular trama de venganza, pasión febril y un cierto toque de misticismo que apenas quedan plasmados en el film y cuando lo están, es solo por cumplir.
La película comienza presentándonos a George Pemberton (Bradley Cooper) que posee una importante empresa maderera en Carolina del Norte, estamos en 1929, son los años de la Gran Depresión, pero las cosas parecen ir bastante bien para Mr. Pemberton. En una reunión de un club observa a una joven jinete, Serena (Jennifer Lawrence), de la que se enamora perdidamente. El comienzo de su relación e inmediata unión trata de mostrar una química entre los dos actores que se siente un tanto abrupta y forzada, y que tiende más a vendernos al dúo como pareja de sex symbols actual que como una relación que pueda parecer creíble allá por 1929. Sin embargo eso no supone ningún problema, en principio, ya que Serena no es una historia donde triunfe el amor, es una intriga donde la pasión y la ambición sin control bailan juntos sin que otros sentimientos se interpongan….pero incluso aquí, esta adaptación cinematográfica nos deja a medias.
En la novela, Serena retrata el perfil de una femme fatal, una mujer que se ha visto obligada a ser dura y a aprender a sobrevivir al precio que sea, siendo un personaje con mucha garra. Sin embargo, en el traslado a la gran pantalla, tan solo se ven pequeños matices de todo esto metidos con calzador, se la retrata más como un personaje que es víctima de las circunstancias, con tan solo unas pequeñas pinceladas de ese personaje oscuro original. Y tres cuartos de lo mismo sucede con Bradley Cooper, pues en las páginas del libro, “la feliz pareja” arrasa con todo cuanto se interponga en su camino, ya sean los árboles del bosque para hacer madera o cualquier persona que juegue en contra de su felicidad, pero siendo ambos conscientes de sus turbios métodos y su cínica idea del amor , al contrario que en el film donde todo parece una desafortunada sucesión de eventos que los van alejando y haciéndoles caer en desgracia, convirtiendo un apasionado drama en un melodrama de campesinos similar a un telefilme de la hora de la siesta, solo la llamativa presencia de los dos actores principales y la espectacular fotografía de bosques y montañas con planos bastantes inspirados la separa de la mediocridad.
Pero no nos engañemos, tanto Lawrence como Cooper están imponentes, pero a la vez parece que Susanne Bier no ha querido manchar las bonitas estampas de ambos actores plasmando en la gran pantalla la oscuridad, el espíritu de venganza y las manos chorreantes de sangre que envolvían a los señores Pemberton en la historia original. Da la sensación que la directora de Hermanos y En un mundo mejor ha tratado de llevar a Serena y a George a parecerse a los personajes íntimos y realistas de sus anteriores historias, pero salpicándoles de vez en cuando (sin mancharles mucho) con esos momentos chocantes de seres fríos y despiadados herencia del material original.
El último tramo del film, cuando se produce la alianza fatal de Serena con el ex presidiario sin escrúpulos Galloway (Rhys Ifans), es sin duda el más vibrante, pero incluso ahí, da la sensación de que tanto la directora como su guionista Christopher Kyle no terminan de salir de la zona de seguridad , no se arriesgan en ningún momento.
Visualmente estamos ante una producción ambiciosa y muy bien llevada, el elenco de actores está a la altura, los dos protagonistas están impresionantes…pero por separado,pues falta algo de química entre ambos en las escenas que realizan juntos y es una pena que Jennifer Lawrence haya perdido la oportunidad de poder interpretar a una memorable femme fatale con connotaciones cuasi místicas, que habría dado lugar a un personaje para el recuerdo.
A veces arde pero nunca llega a quemar, la última película de Susanne Bier juega siempre con los pies en la orilla, mira a lo lejos a los tiburones pero no se mete en al agua en ningún momento, como su protagonista, es preciosa, pero teme mancharse demasiado las manos de sangre, es una película que mantiene el tipo hasta el final pero no termina de decantarse por unas claras señas de identidad, y al final uno se da cuenta de que podría haber sido algo especial si se hubiera mojado un poco más, en vez de chapotear aquí y allá, porque potencial no le faltaba.