Revista Cultura y Ocio
Orlando Tünnermann
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SPECTACULAR. ESTRENO. PRIMERA VEZ EN ESPAÑA
CINE INMERSIVO PRESENTA: LOS INTOCABLES DE ELLIOTNESS
19 DE NOVIEMBRE DE 2016.
HORARIO: 18:00-11:59
LA ENTRADA INCLUYE UNA CENA AMERICANA CON BEBIDA INCLUIDA (AGUA, CERVEZA O REFRESCO)
CALIFICACIÓN DEL ESPECTÁCULO: 9,5
GÉNERO: GANGSTERS, AÑOS 20-30.
CRÓNICA COMENTADA POR VÍCTOR VIRGÓS
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Aterriza en la ciudad de Madrid este novedoso espectáculo bajo el membrete de "CINE INMERSIVO". Dos palabras que definen a la perfección la sobresaliente parafernalia construida en torno a la renombrada película "LOS INTOCABLES DE ELLIOT NESS", que veremos ya en la recta final del día.
El espectador no se conforma ya con ser una mera silueta agazapada en la oscuridad de una gran sala de proyecciones, sino que forma parte interactiva y participativa de un andamiaje de: actores, pitonisas, inspectores, policías, tipos sospechosos de miradas torvas y ademanes de pura animosidad, cacos de poca monta, gángsters, timadores... En definitiva, el heterogéneo hábitat avieso del Chicago de los años de la ley seca, allá por los añejos y siempre adorables años 20-30.
La idea no puede ser más innovadora y atractiva: una manera de acudir al cine pero montando en torno a la filmación toda una recreación de la cinta en cuestión, donde los espectadores podrán duran unos instantes saborear el néctar de la adrenalina que dimana de convertirse en acólitos de Al Capone, o acaso, aquellos que lo perseguían sin tregua para enchironarle.
Cientos de almas, ataviados todos con la elegancia y el estilo connatural de principios del siglo XX, somos citados en el Museo del Ferrocarril, en el Paseo de las Delicias 61. Gente bella, ellos y ellas, se me asemejan algunos a Errol Flynn o Clark Gable, incluso me ha parecido captar por el rabillo del ojo a un trasunto de la mismísima Mae West. El espectáculo pergeñado apenas tiene resquicios para intercalar pegas o inconvenientes.
Falsos periodistas, actores, gángsters, malvados vestidos de gabán y pajarita, se pasean observándonos con inquina y recelo, tal y como se debe desprender de la atmósfera caliginosa y perturbadora del Chicago transgresor de antaño, donde no puedes ni debes fiarte de nadie. Desde el primer instante en que mis pies abandonan las aceras madrileñas para renacer en el Chicago de los años 20-30, ya presiento en el aire un aroma a criminalidad y contubernios. El evento está tan bien diseñado que enseguida te unes a ese clima de conjuras y clubs clandestinos, donde no faltan los pícaros y los mafiosos, sicarios y bellas damas que coquetean, muy sicalípticas ellas, junto a las mesas de blackjack, (también llamado veintiuno este juego de cartas) en el casino. Se recrean con prodigiosa fidelidad escenas de la película, con nosotros como piezas indispensables, actores noveles, figurantes que por unos instantes soñamos con ser estrellas del celuloide.
Un elenco muy profesional te lleva en volandas hacia las simas más lóbregas de una ciudad que dormitaba con los ojos abiertos, por lo que pudiera pasar. Música de swing, música maravillosa que te conmina a bailar, una banda laudable y una cantante sobre un escenario en el casino que solo merecen loas y vítores por nuestra parte, el codicioso populacho, entregado al adictivo entretenimiento de despilfarrar los dólares en las mesas de juego.
Suena la voz maravillosa de una bella cantante, a quien puedo imaginar en aquella época turbulenta, mientras la suerte me acompaña y van aumentando mis monedas de colores en las manos, las que voy ganando en las mesas de juego por un deleznable puñado de dólares. Dicharacheros periodistas quieren arrancarme confesiones controvertidas: ¿Estoy a favor de la ley seca? ¿Se está distribuyendo alcohol de contrabando en locales de dudosa reputación? Arnold, un reportero de lo más locuaz, anda por allí revoloteando, en pos de un titular. El bando en el que me he enrolado debe introducir en Chicago unas cajas sospechosas sin que la policía se entere de la delictiva estratagema. Habrá disparos, detenciones, peleas y linchamientos, un combate de boxeo, mucha diversión, eso está garantizado.
El escenario no puede estar mejor elegido, entre trenes antiguos que exhalan vapores nebulosos y ronronean preparados para partir. Coches de época aparecen aparcados frente a establecimientos sin reseñas evidentes. La cena, manjares de Chicago diversos, perritos calientes, hamburguesas, ensaladas, la encontré un tanto caótica, pese al buen hacer de quienes nos atendían con eficiencia y simpatía. Cientos de personas en un espacio insuficiente buscaban un sitio donde sentarse, hacinados como ganado. Muchos quedaron de pie. En este punto debo hacer mención especial a mis compañeras de mesa, Phoebe y Tommi, o sea, María y Claudia, quienes se apiadaron de este escritor y su esposa, y nos regalaron su simpatía y un huequito junto a ellas para que no tuviésemos que sufrir de pie las inclemencias de Chicago. En definitiva, una experiencia única que espero poder repetir en más ocasiones y así contároslo todo en detalle a través de mi modesta pluma.