Una reinvención que por fin justifica la falta de ideas
Nota: 8,5
Desde que la semana pasada la cadena FX estrenara su particular adaptación de Fargo, el clásico inmortal que nos regalaron los Coen en 1996 y que fue premiado con dos Oscar de la Academia, la serie Hannibal que emite CBS ha encontrado a un compañero con el que sobrevivir en esta fiebre por las adaptaciones cinematográficas que sufre la pequeña pantalla. Conscientes de que el aura mágica del título original hubiese sido imposible de repetir sin su visto bueno, los propios hermanos y cineastas ejercen aquí de productores en una propuesta que, de una forma tan diferente como igualmente exitosa a la ficción del caníbal, consigue honrar al referente mientras se reivindica como una propuesta con identidad propia y muchas cosas nuevas que contar. El talante cálido e inocente de los habitantes del pueblo de Minnesota en el que se enmarca el título homónimo, en contraste con el aspecto impasible y asfixiante de la Dakota del Norte más profunda, regresan intactos para hipnotizar a una nueva generación de espectadores, que demandan historias más complejas y enriquecedoras en la era post Heisenberg.
La primera buena noticia de la adaptación televisiva de Fargo nos llegaba incluso antes de su estreno, cuando la cadena FX anunció que el proyecto se iba a limitar a una primera temporada cerrada de diez episodios. Se trata, pues, de una miniserie o antología más larga de lo normal, que debido a su estructura cerrada y sin exigencias futuras, tanto de renovación como de continuidad para sus intérpretes, ha ganado enteros en valores de producción y compromiso de sus implicados. No sólo su plantel no presenta ninguna diferencia con el de cualquier título cinematográfico, con Martin Freeman (Sherlock, El Hobbit) y Billy Bob Thornton espléndidos al frente de un reparto en el que también se lucen Keith Carradine, Allison Tolman y Bob Odenkirk (Saul de Breaking Bad), sino que sus valores de producción calcan al título de 1996 como el hijo reconocido que es.
Aunque la trama sobre la que se fundamenta el thriller de esta Fargo televisiva marca la principal diferencia con la película, los personajes que la pueblan son perfectamente reconocibles para los fans de la original, como si se tratara de un universo alternativo en que ambos relatos no tienen continuidad o simultaneidad directas en el tiempo y en el que, por tanto, existe vía libre para que evolucionen los hechos. Así, Lester Nygaard (Freeman) es un cohibido agente de seguros que pasa sus días toreando las indirectas de su mujer, mientras soporta que su hermano pequeño le restriegue su éxito por la cara siempre que tiene oportunidad. En lugar de un cáncer, el detonante para el viaje a los abismos es un encontronazo con el abusón de su colegio, que no duda en repetir viejas costumbres 25 años después. Su frustración coincide con la llegada a la localidad de un sicario profesional, Lorne Malvo (Thornton), un diablillo perdido que disfruta al sembrar el caos al ritmo de su magnético y confiado paso.
Asesinatos, conspiraciones e investigaciones cruzadas, todo a cargo de una tan adorable como avispada agente de policía (Tolman), se dan la mano para reconstruir el espíritu completamente personal que convirtió en todo un fenómeno a la película. Así, Fargo, la serie, se descubre como un nuevo testimonio sobre el valor de la vida y el precio de las elecciones al prometer en su trepidante episodio piloto que cada uno de los perfectamente esbozados personajes acabarán aprendiendo su lección; a menos que se cruce en su destino una acción o decisión inoportuna, como bien explica el propio Malvo a un sobrecogido agente de policía con el rostro de Colin Hanks al final de este primer capítulo.
A diferencia de lo que sucede con la Teta Enroscada de Abierto Hasta el Amanecer o el Motel Bates, Fargo triunfa al apelar a la nostalgia, consiguiendo que se desvanezca esa sensación que predomina siempre que regresamos a un lugar en el fuimos felices hace tiempo, gracias a que todo parece ahora más pequeño e insignificante, en favor de la ilusión que provoca una nueva historia cautivadora y bien contada por parte del director Adam Bernstein y el guionista y creador Noah Wyle, que apelan al "basado en hechos reales" como máxima licencia artística para convertir a Fargo, casi 20 años después, en un destino de referencia para todos aquellos que quieran disfrutar del buen thriller mezclado con el mejor humor negro.