Revista Cine
Disfrutando del banquete pero sin llegar al postre
Nota: 7,5
Con un planteamiento en forma de precuela contemporánea casi idéntico a la recién estrenada Bates Motel, Hannibal, la nueva serie del canal NBC centrada en las aventuras previas al encarcelamiento del caníbal más célebre del celuloide, resulta igualmente disfrutable que las peripecias del joven y pánfilo Norman Bates, pero por razones bien diferentes. Y es que más allá del buen gusto en su puesta en escena del que hacen gala ambos proyectos, esta Hannibal no sólo ha heredado a unos personajes conocidos por todos para elaborar su propia historia, sino que se acerca bastante al espíritu con el que la franquicia se dio a conocer al gran público en los noventa con El Silencio de los Corderos a pesar de que unos años antes se estrenara Manhunter (Michael Mann, 1986), la primera película que trasladó a imágenes la novela de Thomas Harris,El Dragón Rojo. El libro fue víctima en 2002 de otra adaptación, ya con la participación de Anthony Hopkins a las órdenes del incapaz Brett Ratner, que nos sirve como ejemplo inmejorable para destacar por comparación las virtudes de esta nueva propuesta: una delicatessen que contentará a los fans del personaje y que muestra ya en su episodio piloto el potencial de una joya en bruto, quizás, de forma un poco tacaña.
Para ser exactos, Hannibal es la adaptación más fiel de El Dragon Rojo a pesar de su evidente necesidad de alargar la relación de la pareja protagonista hasta cubrir las necesidades del medio televisivo. De momento y a la vista de los hechos narrados en el piloto, la propuesta no trastoca demasiado la cronología de la saga, que de ser respetada en su totalidad -y esa parece la idea- llevará a Will y a Lecter a un enfrentamiento crucial que terminará con la encarcelación del psicópata y su posterior colaboración con Clarice Starling. Pero no avancemos acontecimientos. El episodio piloto, Aperitif, mezcla dos casos de la novela para justificar el primer contacto entre los protagonistas, la investigación sobre otro caníbal cuya captura se le atraganta al jefazo del FBI Jack Crawford (Lawrence Fishburne, con la dignidad que se le presupone). Para capturarlo solicita la colaboración de dos de sus mejores expertos: el profesor Will Graham y el psicólogo Hannibal Lecter, que aparece en el encuadre a medio metraje del capítulo un poco por casualidad (en la novela se trataba del médico de una de las víctimas).
No sólo la utilización con cuentagotas del personaje que da título a la serie es una herramienta directamente extraída de El Silencio de los Corderos, donde Hopkins sólo aparecía durante 16 minutos en pantalla, sino que la localización de parte de la historia en Quantico, donde también se entrenaba una joven Clarice, es la mejor declaración de intenciones de la serie. Su creador, el imaginativo Bryan Fuller (Criando Malvas), que afirma tener planeadas siete temporadas, puede presumir de haberse quedado con lo mejor de cada entrega en celuloide consiguiendo un tono narrativo muy cercano a la película de Jonathan Demme, pero con los refinamientos visuales que aportó Ridley Scott en la secuela cinematográfica, y lo que es más importante: ofreciendo por fin una representación digna de ese gran personaje que es Will Graham.
Porque no nos engañemos; de la misma forma que Jodie Foster y Edward Norton fueron los respectivos protagonistas de las películas, el de Hugh Dancy (El Rey Arturo, Hysteria) es el rol central de la serie, brillantemente descrito por Fuller como un intelectual con síntomas de agorafobia, una inmensa capacidad de abstracción y una especie de superpoder en forma de empatía en estado puro. Precisamente, esa última virtud es la que le hace ser tan cojonudamente bueno en su trabajo a la hora de ponerse en la piel de un asesino. Fuller, consciente de que ésa es exactamente una de las premisas centrales de la serie más emblemática sobre asesinos en serie -Dexter-, se ha sacado de la manga un recurso visual de lo más resultón para contarnos el proceso deductivo del protagonista y que sirve para abrir el episodio piloto de una forma muchísimo más atractiva que, por ejemplo, la también similar en temática y recién estrenada The Following.
Sobre el retrato de Lecter poco o nada se le puede reprochar a ese todoterreno cautivador que es Mikkelsen (Casino Royale, The Hunt) más que la obligada rendición a un guión consciente de cuál es su as en la manga. El psicópata no es descrito con la elegancia del siempre: presumido, pulcro, amante del dibujo, la arquitectura europea y asiduo al discurso pedante. Es cierto que los retazos de humor negro de los que impregnaba Hopkins al personaje están presentes en menor medida, más orientados al sadismo puro que a la autoparodia como se aprecia en el desayuno especial que le prepara el psicólogo a Will o en la llamada de cortesía que realiza al otro caníbal avisándole de que están a punto de capturarle. La única pega real, como decimos, está exclusivamente relacionada con la escasa presencia del personaje en pantalla con la intención de aportar un suspense 'hitchconiano' a la historia.
Con el realizador David Slade (Eclipse, 30 Días de Oscuridad) sirviéndose mejor que nunca de la televisión para regresar al buen camino trazado en su debut Hard Candy -también es responsable de algún capítulo de Breaking Bad y de la injústamente cancelada Awake-, el piloto de Hannibal hace gala de un aspecto estilizado y contemporáneo que respeta a un personaje que es ya un legado del séptimo arte mientras amplía a otro menos conocido, el del joven policía y protagonista real del invento, sin esconder por el camino las ganas de explotar una premisa de la que es difícil extraer nuevas lecturas. Por lo menos, en su empeño, el canal NBC no ha abusado del romance perturbador entre el psicópata y Clarice para engendrar una revisión con meras aspiraciones comerciales y ha apostado por explorar en la parte de la historia peor retratada nunca en imágenes, algo que viviendo en un mundo ideal se podría traducir como una forma de hacer justicia a los personajes de la única forma posible. Por desgracia, en el mundo en el que vivimos, esa proeza conlleva la amenazante sombra del formato procedimental con excéntrica pareja a los mandos y el miedo aún presente de la robustez de la premisa con periodicidad semanal. De momento son sólo éso: miedos, y únicamente nos queda esperar que los 4.3 millones de audiencia del capítulo debut permitan a Fuller disiparlos con la dignidad establecida en el primer episodio.
Nota: 7,5
Con un planteamiento en forma de precuela contemporánea casi idéntico a la recién estrenada Bates Motel, Hannibal, la nueva serie del canal NBC centrada en las aventuras previas al encarcelamiento del caníbal más célebre del celuloide, resulta igualmente disfrutable que las peripecias del joven y pánfilo Norman Bates, pero por razones bien diferentes. Y es que más allá del buen gusto en su puesta en escena del que hacen gala ambos proyectos, esta Hannibal no sólo ha heredado a unos personajes conocidos por todos para elaborar su propia historia, sino que se acerca bastante al espíritu con el que la franquicia se dio a conocer al gran público en los noventa con El Silencio de los Corderos a pesar de que unos años antes se estrenara Manhunter (Michael Mann, 1986), la primera película que trasladó a imágenes la novela de Thomas Harris,El Dragón Rojo. El libro fue víctima en 2002 de otra adaptación, ya con la participación de Anthony Hopkins a las órdenes del incapaz Brett Ratner, que nos sirve como ejemplo inmejorable para destacar por comparación las virtudes de esta nueva propuesta: una delicatessen que contentará a los fans del personaje y que muestra ya en su episodio piloto el potencial de una joya en bruto, quizás, de forma un poco tacaña.
Para ser exactos, Hannibal es la adaptación más fiel de El Dragon Rojo a pesar de su evidente necesidad de alargar la relación de la pareja protagonista hasta cubrir las necesidades del medio televisivo. De momento y a la vista de los hechos narrados en el piloto, la propuesta no trastoca demasiado la cronología de la saga, que de ser respetada en su totalidad -y esa parece la idea- llevará a Will y a Lecter a un enfrentamiento crucial que terminará con la encarcelación del psicópata y su posterior colaboración con Clarice Starling. Pero no avancemos acontecimientos. El episodio piloto, Aperitif, mezcla dos casos de la novela para justificar el primer contacto entre los protagonistas, la investigación sobre otro caníbal cuya captura se le atraganta al jefazo del FBI Jack Crawford (Lawrence Fishburne, con la dignidad que se le presupone). Para capturarlo solicita la colaboración de dos de sus mejores expertos: el profesor Will Graham y el psicólogo Hannibal Lecter, que aparece en el encuadre a medio metraje del capítulo un poco por casualidad (en la novela se trataba del médico de una de las víctimas).
No sólo la utilización con cuentagotas del personaje que da título a la serie es una herramienta directamente extraída de El Silencio de los Corderos, donde Hopkins sólo aparecía durante 16 minutos en pantalla, sino que la localización de parte de la historia en Quantico, donde también se entrenaba una joven Clarice, es la mejor declaración de intenciones de la serie. Su creador, el imaginativo Bryan Fuller (Criando Malvas), que afirma tener planeadas siete temporadas, puede presumir de haberse quedado con lo mejor de cada entrega en celuloide consiguiendo un tono narrativo muy cercano a la película de Jonathan Demme, pero con los refinamientos visuales que aportó Ridley Scott en la secuela cinematográfica, y lo que es más importante: ofreciendo por fin una representación digna de ese gran personaje que es Will Graham.
Porque no nos engañemos; de la misma forma que Jodie Foster y Edward Norton fueron los respectivos protagonistas de las películas, el de Hugh Dancy (El Rey Arturo, Hysteria) es el rol central de la serie, brillantemente descrito por Fuller como un intelectual con síntomas de agorafobia, una inmensa capacidad de abstracción y una especie de superpoder en forma de empatía en estado puro. Precisamente, esa última virtud es la que le hace ser tan cojonudamente bueno en su trabajo a la hora de ponerse en la piel de un asesino. Fuller, consciente de que ésa es exactamente una de las premisas centrales de la serie más emblemática sobre asesinos en serie -Dexter-, se ha sacado de la manga un recurso visual de lo más resultón para contarnos el proceso deductivo del protagonista y que sirve para abrir el episodio piloto de una forma muchísimo más atractiva que, por ejemplo, la también similar en temática y recién estrenada The Following.
Sobre el retrato de Lecter poco o nada se le puede reprochar a ese todoterreno cautivador que es Mikkelsen (Casino Royale, The Hunt) más que la obligada rendición a un guión consciente de cuál es su as en la manga. El psicópata no es descrito con la elegancia del siempre: presumido, pulcro, amante del dibujo, la arquitectura europea y asiduo al discurso pedante. Es cierto que los retazos de humor negro de los que impregnaba Hopkins al personaje están presentes en menor medida, más orientados al sadismo puro que a la autoparodia como se aprecia en el desayuno especial que le prepara el psicólogo a Will o en la llamada de cortesía que realiza al otro caníbal avisándole de que están a punto de capturarle. La única pega real, como decimos, está exclusivamente relacionada con la escasa presencia del personaje en pantalla con la intención de aportar un suspense 'hitchconiano' a la historia.
Con el realizador David Slade (Eclipse, 30 Días de Oscuridad) sirviéndose mejor que nunca de la televisión para regresar al buen camino trazado en su debut Hard Candy -también es responsable de algún capítulo de Breaking Bad y de la injústamente cancelada Awake-, el piloto de Hannibal hace gala de un aspecto estilizado y contemporáneo que respeta a un personaje que es ya un legado del séptimo arte mientras amplía a otro menos conocido, el del joven policía y protagonista real del invento, sin esconder por el camino las ganas de explotar una premisa de la que es difícil extraer nuevas lecturas. Por lo menos, en su empeño, el canal NBC no ha abusado del romance perturbador entre el psicópata y Clarice para engendrar una revisión con meras aspiraciones comerciales y ha apostado por explorar en la parte de la historia peor retratada nunca en imágenes, algo que viviendo en un mundo ideal se podría traducir como una forma de hacer justicia a los personajes de la única forma posible. Por desgracia, en el mundo en el que vivimos, esa proeza conlleva la amenazante sombra del formato procedimental con excéntrica pareja a los mandos y el miedo aún presente de la robustez de la premisa con periodicidad semanal. De momento son sólo éso: miedos, y únicamente nos queda esperar que los 4.3 millones de audiencia del capítulo debut permitan a Fuller disiparlos con la dignidad establecida en el primer episodio.