Nota: 8,5
Tras los decepcionantes intentos por perpetuar al personaje que Anthony Hopkins hizo celebre con la fabulosa película de Jonathan Demme, El Silencio de los Corderos, muchos nos temíamos que este nuevo acercamiento a Hannibal Lecter pudiera ser otro fracaso absoluto y más teniendo en cuenta la sobrexplotación que están teniendo últimamente en televisión los asesinos en serie, ya sea en The Following, Bates Motel o Dexter. Cada uno a su manera, ni Ridley Scott ni Brett Ratner -de Michael Mann ni hablemos- supieron encontrar el tono y el carisma del personaje que Demme sí supo adaptar, aunque bien es cierto que el director de Philadelphia contaba con mejor material literario que sus sucesores. Sin embargo, tanto los nombres de David Slade (Hard Candy, 30 Días de Oscuridad) como el de Bryan Fuller (Tan Muertos Como Yo, Criando Malvas), arrojaban la esperanza de encontrarnos ante algo bien distinto, y vaya que así ha sido en un estreno que bien podría calificarse como la mejor temporada de este año – con el permiso de The Americans- y cuyo mayor éxito ha consistido en recuperar las raíces más refinadas del personaje y aplicarlas en un sello visual que sólo se puede definir como exquisitamente violento.
Tal y como expusimos en el análisis del piloto, Hannibal supone una apuesta que podría definirse como sádica en su tonalidad, pero cuya calidad de filmación y de casting son irrefutables. Porque es cierto que posiblemente nos hallamos ante una serie de excesos, donde la morbosidad e impacto de muchas de sus puestas en escena se encuentran en un límite donde es difícil discernir entre lo gratuito y el arte macabro. Si bien es cierto que Spartacus, la serie de la cadena Starz, ya abusaba en demasía y con premeditación de recursos efectistas, Hannibal no podría nunca categorizarse del mismo modo resultón, ya que sus pretensiones van muchísimo más lejos: hacia la empatía total con un personaje central que contempla el lado artístico de la muerte. Y es que no debemos olvidar que el buen gusto o el refinamiento siempre han sido notas predominantes de la personalidad del Dr. Lecter, consiguiendo así impregnar de su carácter al propio estilismo de la serie.
No obstante, el proyecto de la cadena NBC -realmente extraño que este canal haya dado luz verde a una propuesta como ésta- no ha querido enfocarse únicamente en el personaje que da título a esta obra, lo que no ha tardado en traducirse como un acierto rotundo. A pesar de que Hannibal ha ido haciéndose con el protagonismo a medida que nos acercábamos a la recta final, el redicho psiquiatra ha sabido mantenerse agazapado como secundario cediendo la batuta al detective Will Graham y a su metodología única para que la estructura procedimental de la que ha hecho gala esta primera entrega reposara sobre unos hombros más adecuados. Con la fallida El Dragón Rojo ya pudimos echar un vistazo al personaje de Graham, interpretado por un Edward Norton desbordado por su propia imaginación. Sin embargo, el trabajo de Hugh Dancy es francamente superior, así como la caracterización del investigador, cuya faceta como poseedor de una fantasía arrolladora no sólo funciona como recurso de guión, sino que intenta ser explicada a la audiencia. Su capacidad de empatía es su don a la vez que su perdición, siendo esa dualidad descontrolada y sus consecuencias las que han supuesto una de las bases sobre las que se ha asentado esta temporada. La inestabilidad de Graham a la hora de adentrarse en la psique de los psicópatas a los que da caza han convertido al personaje en una bomba de relojería, cuya cuenta atrás ha sido toda una aventura.
Desde luego, la apuesta de Bryan Fuller por convertir a Graham en la estrella del espectáculo en los primeros compases fue tan arriesgada como finalmente acertada, principalmente porque a la hora de la verdad, la confusión de Graham con sus fantasías oníricas y sus noches en vela no sólo han servido para redondear al personaje, sino que también han funcionado a la hora de construir esa tonalidad para la serie de la que hablábamos al comienzo del análisis. La inquietud y el tono desapacible con imágenes como el alce negro que comienza como una semilla en la cabeza que finalmente se desata, han convertido a los espectadores en partícipes en primera persona de la caída en la locura de Will. La demencia y el montaje en ocasiones premeditadamente errático de ese tipo de escenas es también una de las razones, vísceras y desmembramientos aparte, que convierte a la obra de Fuller en la propuesta más perturbadora y atractiva que hayamos degustado en los últimos años.
En cuanto al plato principal del banquete, Mads Mikkelsen fue una elección para interpretar al personaje cuya idoneidad nadie osó poner en duda desde un principio. Este danés de 47 años, aparte de otros trabajos de menor repercusión pero gran calidad, donde realmente se hizo notar fue encarnando a la némesis de turno de una de las mejores películas de la saga Bond, Casino Royale. En el caso de su rol en la serie, el mayor acierto de Mikkelsen consiste en dejar a un lado cualquier encarnación del personaje, haciendo enteramente suyo al Lecter descrito en la novela de Thomas Harris, El Dragón Rojo. En su adaptación televisiva nos encontramos con un personaje mucho más sombrío y en un entorno donde nunca antes lo habíamos visto en pantalla, lo que le da una libertad mayor para desarrollar al doctor. Sin duda, Fuller nos abre el apetito poco a poco jugando a placer con los conocimientos previos que el espectador pueda tener a través de esas cenas organizadas por el psiquiatra -y confeccionadas por el cocinero español José Andrés-, donde los dobles sentidos están a la par de su personalidad, nunca pudiendo discernir su juego ni sus intenciones. Una de las propuestas más interesantes que se han hecho en esta nueva aproximación al personaje consiste en la inclusión del papel defendido por Gillian Anderson -como el buen vino, mejora con la edad-, la psiquiatra de Lecter, otorgando incluso una posibilidad de ahondar más allá en el interior de Hannibal en una relación que se plantea prometedora.
Qué duda cabe que Graham y Lecter se han convertido en la pareja del año, consiguiendo tanto Mikkelsen como Dancy otorgar una química para sus roles que bien podría acabar equiparándose a la que Hopkins y
De buscarle algún reparo a esta pirmera tanda de capítulos, éste se encontraría en el resto de secundarios, que no acaban de cuajar de la misma manera que el brillante dúo protagonista en un defecto que comparten muchas series donde el magnetismo de sus roles principales eclipsa al resto. El caso más llamativo por su relevancia es el de Jack Crawford, interpretado por un rollizo Laurence Fishburne, que a pesar de contar con sus propias subtramas, como la que profundiza en la enfermedad de su esposa o en los recuerdos junto a su recluta asesinada a manos del propio Lecter, no acaba de arrancar del todo como referente de interés. El caso de la Dra. Alana Bloom llega a ser incluso más sangrante, no llegando a encajar en ninguna ecuación más que la del clásico rol femenino de la función y viéndose incluso ensombrecida por alguno de los asesinos de la semana, como ese homenaje velado al trabajo de Anthony Hopkins que supuso la presencia de Eddie Izzard.
En conclusión, nos encontramos no ya sólo con el posible mejor estreno de largo de la temporada, sino con una de las mejores entregas de arranque que hemos visto en la época dorada de las series. La mala noticia es que Hannibal ha corrido el riesgo de ser cancelada, ya que su audiencia no ha estado a la par de la unanimidad crítica, lo que ha provocado que la cadena retrase unos meses el estreno de la segunda temporada y se ponga en peligro la visión completa de Bryan Fuller, consistente en un proyecto de siete temporadas donde tres discurrirían libremente al margen del material de Thomas Harris, siendo la cuarta basada en El Dragón Rojo en su totalidad, la quinta en El Silencio de los Corderos, la sexta en Hannibal y la séptima en un final inédito que serviría como conclusión definitiva para el personaje. Sin duda, un menú delicioso que cualquier amante de Lecter pagaría por degustar. Yo ya estoy reservando mi apetito.