El contraterrorismo es la nueva Guerra Fría
Nota: 7
Lo mejor: un reparto tan inspirado que asusta.
Lo peor: que la BBC haya hecho un sello del ritmo lento y contemplativo. Por no hablar del póster.
La BBC emitió hace unas semanas este telefilm en el que el realizador David Hare (guionista habitual de Stephen Daldry) pretende recuperar el sabor del mejor cine de espías de los años 60 y 70 meses antes del estreno de Tinker Taylor Soldier Spy. Y lo logra, irónicamente, enmarcándose de lleno en las estela de films post 11S en los que se habla de la situación actual de los servicios de inteligencia (en este caso el MI5) y las dificultades que entraña el espionaje del siglo XXI, donde el exceso de información hace complicado distinguir lo verdaderamente importante y la línea que separa la política de la seguridad es difuminada por aquellos que se justifican en la emergencia nacional.
Lo que nos presenta Page Eight es un thriller en el que la mejor arma del espía es su afilada lengua y las pistolas ni siquiera hacen acto de aparición para la desesperación de aquellos que tengan al James Bond de los últimos 15 años como la imagen del agente inglés por antonomasia. No, en este caso las referencias miran hacia películas como las del agente Harry Palmer (Michael Caine) o las novelas de John Le Carre o Len Deighon, en las que el trabajo de un espía consiste en saber en quién confiar entre paseos con gabardina a ritmo de jazz por calles repletas de niebla. Todo aliñado, como decimos, con una fuerte contextualización en el presente donde para un analista es igual de importante aprender a mantenerse fuera de la pugna por el control de unas agencias que se crearon en un climax de tensión internacional, y que ahora no solo sobreviven, sino que tienen más trabajo que nunca intentando domar a la sociedad de la información.
Por supuesto, se trata de una crítica velada, que estamos hablando de un telefilm hecho por ingleses, sobre ingleses y para ingleses, con lo que los juegos de palabras realmente sangrantes están a la orden del día y el análisis contextual es representado por la propia visión de los personajes que asoman por la función. Como el del periodista-mercenario Rollo (Ewen Bremner, el Spud de Trainspotting), que aunque es el que mejor nos sirve como ejemplo también resulta el más estereotipado. El más importante y acertado de esos roles es el interpretado por Bill Nighy y con un nombre tan literario como Johnny Worricker, un veterano analista del MI5 algo mujeriego y aficionado al arte que ha preferido llevar una carrera alejada de polémicas al abrigo de la de su jefe Benedict (Michael Gambon), compañero desde los tiempos de Cambridge, marido de su primera ex-mujer y padrastro de la hija de Johnny.
Su relajada labor de oficina termina el día en que Ben le encarga el estudio de un informe que podría romper para siempre las relaciones diplomáticas entre el país del té y Estados Unidos. Se trata de un documento que sitúa con precisión en el mapa europeo varias prisiones ilegales en las que militares norteamericanos torturan a presos de Oriente Medio. Pero ese descubrimiento largamente sospechado por todos no es el verdadero detonante del thriller, sino una simple frase al pie de la página 8 del informe en la que se asegura que "Downing Street ya está al corriente de la situación", y que plantea la pregunta más peligrosa de todas: ¿Está el Primer Ministro (Ralph Fiennes) escondiendo información a su propio servicio de inteligencia?
Entre tanto clima de desconfianza ningún personaje está libre de sospecha. Desde compañeros de la agencia como Jill (Judy Davis), pasando por el último capricho del protagonista, la activista política y editora Nancy (Rachel Weisz), hasta el nuevo amigo de su hija, Ralph (Tom Hughes). Cualquiera puede trabajar para más de un bando. Un pensamiento que nunca abandona la mente de Johnny, que solo enciende la señal de alarma cuando no es capaz de identificar cuál es ese bando. Y como en todo relato clásico de espías, el peso de los personajes es tan determinante como el trabajo de sus intérpretes por resultar piezas creibles en este juego de espejos.
Todos y cada uno se van a casa con un sobresaliente bajo el brazo, y Nighy es el más favorecido simplemente porque esta historia está construida en torno a su personaje, tan elegante como el Alec Leamas de El Espía que Surgió del Frío, intuitivo como el George Smiley de John Le Carre y escurridizo como el de Brian Cruikshank de Charada. Por supuesto que el innegable carisma que se ha forjado el actor en cientos de secundarios al ritmo de 5 películas al año y ese físico reptiliano ayudan lo suyo, e incluso que estemos ante uno de los pocos protagonistas de su carrera eleva el interés de esta Page Eight, por lo menos si sois tan fans como yo de su trabajo, principalmente en comedias como Still Crazy o Zombies Party a pesar de villanos alimenticios en Underworld o Piratas del Caribe 2.
Pero si Page Eight no alcanza la excelencia es por su propio formato televisivo, que por evidentes razones presupuestarias apuesta casi en exclusiva por esos personajes desdibujando en su recta final el análisis histórico-político (sobra alguna escena con la hija o incluso con el personaje de Weisz). O quizás es que pretende -con poca contundencia- demostrar que en una sociedad sobrecargada de datos y en la que las opiniones personales se mezclan con las de cara a la galería desdibujando cada mensaje, por lo único que puedes apostar al final del día es por tus propios principios. Sea como fuere, lo que os encontraréis si os atrevéis con Page Eight es la unión entre el cine de espías de ayer y de hoy al servicio de un telefilm de cocción lenta que, aunque nace condenado al olvido, demuestra una vez más la capacidad de la BBC para cocinar pequeñas delicatessen.