Crítica | “El amor es extraño”, y más con trabas en contra

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Título: El amor es extraño (Love is Strange)

Dirección: Ira Sachs

Guión: Ira Sachs & Mauricio Zacharias

Reparto: John Lithgow, Alfred Molina, Marisa Tomei, Darren Burrows, Charlie Tahan, Cheyenne Jackson, Tatyana Zbirovskaya, Olya Zueva, Jason Stuart, Darren E. Burrows, Harriet Sansom Harris, Manny Perez, Christina Kirk, John Cullum, Eric Tabach, Tank Burt, Daphne Gaines, Christopher King, Maryann Urbano, David Bell

Género: Drama romántico

Duración: 94 minutos

Año: 2014

País: EE.UU.

Fotografía: Christos Voudouris

Productora: Parts & Labor Films / Charlie Guidance / Mm…Buttered Panini Productions / Sony Pictures Classics

Distribuidora: Golem distribución

En la cosmopolita Nueva york, vive una pareja de ancianos cuya relación amorosa han llevado durante más de 39 años de manera ejemplar y sin riñas de por medio. La vida les sonríe, George (Alfred Molina) es un director de coro en una iglesia mixta católica y Ben (John Lithgow) es un jubilado más que disfruta con una de sus pasiones más queridas, la pintura. Podríamos decir que forman un dueto muy bohemio, culturalmente hablando, sino fuera porque en todos estos años, debido a su condición homosexual, nunca se les ha permitido formalizar su estado civil.

Tras años de luchas, George y Ben consiguen finalmente casarse, pero una vez resuelto este “problema” ahora se les torna otro por los prejuicios en el ámbito laboral de George.

Así comienza el nuevo trabajo de Ira Sachs, un director de cine independiente que siempre ha tratado en su filmografía de indagar, con mayor profundidad, sobre el significado del matrimonio o lo que implica la familia en sus diferentes roles. Tras estrenar “Mantener las luces encendidas” (2012), Sachs repite escenario para contarnos nuevamente, con matices, un relato de una pareja abiertamente homosexual desde la veteranía de ambos sin recurrir a los cansinos tópicos. Una película de toque autobiográfico llena de ternura y donde el amor, en esos 39 años de relación, ha ido mutando en un romanticismo basado en pequeños gestos de cariño y discrepancias que podría tener cualquiera de nuestros abuelos.

Una vez celebrada la boda, la noticia llega a oídos de la diócesis donde trabaja George, este tipo de conductas no son “adecuadas” a vistas de los de arriba y es despedido fulminantemente. Debido a esta nueva situación, las facturas comienzan a acumularse y la pensión de Ben no da para cubrir su apartamento, lo que les llevara a tener que separarse en piso alejados de amigos y familiares. Por ejemplo, Ben tendrá que compartir habitación con el matrimonio Kate y Elliot –interpretados por Marisa Tomei y Darren Burrows– junto a su hijo interpretado por Charlie Tahan, en este escenario veremos lo fina que es la línea entre conocer a unas personas y convivir con ellas todo el día con sus tiranteces.

En el otro bando tenemos a George compartiendo piso con una pareja de policías homosexual, mostrándonos un ejemplo de tolerancia y de concienciación entre las nuevas generaciones más permisivas a lo que nos conduce los nuevos tiempos. Son tiempos de cambios y de adaptación a un ambiente hostil nunca antes explorado por ambos.

Ninguno de los dos le interesa esta situación, así que emprenden un viaje en búsqueda de ese empleo arrebatado y de ese techo el cual compartir. Ironías de la vida las leyes cambian de forma fugaz, pero las personas se mantienen con sus viejas ideas y eso es algo inmutable con lo que tenemos que convivir también. Esa circunstancia tratada por Sachs se ve reflejada en todo momento, mostrándonos como en la tierra de las oportunidades y en una de sus ciudades más cosmopolitas que existen, ser una pareja homosexual de avanzada edad es un impedimento entre una maraña de burocracia y leyes torticeras.

No esperéis una gran efusividad entre Alfred Molina y John Lithgow, simplemente están más que correctos. Marisa Tomei como madre, nos ofrece un personaje que lidia ante el inquilino inesperado de Ben, mostrando las asperezas que pueden suceder hasta en las mejores familias y los problemas con su hijo, ante los primeros brotes de la pubertad. Todo transcurre desde la delicadeza y maestría que se le exige en cada momento, sin caer en lo deshonesto en este canto al amor por la vida.

Es difícil sintetizar un poco todo lo que plantea, pero me atrevería a decir, que se centra más en el conjunto familiar que en la pareja protagonista, concretamente en la acción que tenemos muchos de nosotros de prejuzgar a la gente sin apenas haberla conocido, en ocasiones al contemplarla me he sentido culpable de sacar conclusiones precipitadas de algunos personajes, lo cual es una muestra por parte de Ira Sachs de que a veces somos muy cortos de miras y queda mucho trecho por recorrer.

Está claro que todos somos partituras musicales de una misma canción al final y al cabo, se nos podrá juzgar por quien nos toque con sus finas manos en un piano, pero cada uno de nosotros tenemos nuestro propio compas. Las personas no cambian de un día para otro y menos podemos amoldarlas a nuestro parecer, pero sí que podemos ponernos en su situación y comprenderlas. Hasta un cuadro inacabado y falto de colores tiene mucho que decir por su parte y en momentos de falta de inspiración en los que no sabemos qué escribir, el tener el típico pesado incordiando puede acabar convirtiéndose en la mejor compañía para dejar la mente volar. Muy recomendable.

Lo mejor: la escena de Alfred Molina instruyendo a una niña me parece preciosa. El final y esas notas musicales provenientes de un piano. Lo peor: Poca cosa pero si tuviera que remarcar algo posiblemente sea su falta de garra en las situaciones más dramáticas.

Crítica: Iván Heral