Lo inenarrable: la nueva película de Sebastián Schindel ( El Patrón, radiografía de un crimen) presenta un problema esencial: el guión es ampliamente superior a la realización.
Un pintor afamado y su esposa bióloga (proveniente de Noruega), intentan concebir un hijo. Trás varios intentos fallidos, Ingrid queda embarazada. Sin embargo, ella tiene oscuros propósitos, que de a poco irán aflorando (u ocultándose).
Pero empecemos diciendo que El hijo posee algunos aciertos visuales. Un parto fuera de cuadro puede convertirse en una tortura y la aparición inesperada de la esposa manifiesta cierto aire de pavor (de los poco que se generan). Otra virtud es la selección del cast ¨antagonista¨: Regina Lamm logra un personaje de un calibre tan inquietante como seductor -digno de la ama de llaves de Rebecca (1947) o la profesora de baile en Suspiria (1977)- y Heidi Toini revela una llamativa inocencia sospechosa. Estos registros que guardan los dos personajes son el tono al que la película tanto aspira llegar, pero no puede ante el subyugo del texto inicial (basada en una novela de Guillermo Martínez, adapta por Leonel D'Agostino).
El resto del elenco muestran claras carencias para poder hacer que los personajes sean sujetos con un grado en la historia. Los actores tienden más a vestirse de personajes que a interpretarlos. Ese universo de lo siniestro que quiere manipular el mundo del protagonista jamás se palpa en la película. Una premisa en principio tan interesante carece de valor por la abulia de narrar en cine.
Otra clave para entender el famélico uso del lenguaje pasa por esos grandes hitos del cine que Schindel invoca y a los que no llega nunca. El más obvio es El bebé de Rosemary (1968), pero invirtiendo los roles (aquí el padre es el que desconoce los planes de la madre) y escaseando ese vértigo necesario a la hora de abarcar las inseguridades de una persona frente a un espacio que cada vez se vuelve más salvaje en su cotidianidad.
Sublevarse ante el guión (vale aclarar que el texto siempre es de importancia vital) e ir más allá hace que el cine, incluso en sus errores, aparezca. Aquí, salvo en contadas excepciones, pesan más las peripecias que las imágenes.
Por Tomás Manzo